El litro de leche compite con el kilo de milanesas en la lista del supermercado. El maple de huevos se disputa un lugar en el changuito con otros productos de primera necesidad: “O llevo huevos o llevo queso”, dice una mamá preocupada por la comida de la familia, al enfrentarse a la góndola del supermercado, en esta primera semana de gobierno de La Libertad Avanza. Ya se siente, en distintos barrios porteños el impacto de las escalofriantes remarcaciones de precios, tan propias de la hiperinflación de 1989, como de las especulativas “corridas” con que el empresariado pujó por imponer el cruel criterio del mercado en el último año, contra el justo criterio de la equidad social.

Y ahora, tanto en los pequeños comercios de barrio –desde verdulerías a panaderías o carnicerías– como en los grandes supermercados, o incluso algunos mayoristas de alimentos, las estrategias de los consumidores para llegar a fin del año se concentran en comprar mucho y “estoquearse”, contra la versión del día a día y de “comprar solo lo necesario”. Mientras, los comercios grandes y pequeños apuestan a un solo juego: “seguir la ola” porque “si no lo aumento no puedo reponer”.

Aun cuando en los barrios con menos poder adquisitivo, ya se ve cómo se deshilachan los sueños de una navidad feliz: “Entra menos gente”, “vendemos, pero menos” admiten en los locales. “Y eso que nosotros somos privilegiados, tenemos trabajo en el privado” dice una pareja mientras carga el baúl de su coche de rollos y rollos de papel higiénico. “Lo peor es la gente que no tiene para estoquearse, y no llega al día a día” razona él, comerciante, a punto de jubilarse.

Incluso así ya se siente la falta de alimentos básicos como arroz, o ciertos productos de limpieza. Y los comercios además dudan de la renovación de los contratos de alquiler, porque ya no pueden pagar “lo que nos están pidiendo” dice Lenin, que paga 90.000 por mes, hasta hoy. “Me piden más del doble, 320.000, y hace 23 años que tengo este negocio en esta esquina”, muestra, abre sus brazos, tiene tatuajes, es peruano, vino a los 10 años a vivir a la Argentina. Y ahora, no sabe qué hacer. “Porque ahora estamos perdiendo todos, por eso no cedí con el precio” se protege.

“Es de locos, tremendo, y ojo que no suben solo una vez por día, a veces suben dos veces por día”, explican en una panadería de Caballito. “Lleve un pan dulce ahora, mañana va a estar más caro”, aconseja la vendedora. En este tren de “subas liberadas”, una familia tipo busca como estrategia de ahorro, la compra en un súper mayorista. “Los precios están totalmente desorbitados” explica Cristian, periodista deportivo que hace las compras familiares: “En casa los dos trabajamos, somos empleados, y vengo regularmente. Pero ahora será más seguido porque es una forma de ahorrar: estoquearme. Y conviene si tenés espacio, o haces el espacio. Y porque en otros lugares algunos productos ya no conseguís, o no hay de tamaño familiar”.

“Vaya uno a saber cómo sigue esto –advierte Cristian–, por ahora trato de que mis chicos conozcan la historia, como yo la escuché de mis padres, aunque no viví el rodrigazo del 75 ni la hiper del 89. Yo puedo hacer esta compra, pero mucha gente va a caer, porque esto es de verdad, no es salir a comprar dólares porque hay una corrida, lamentablemente”.

En la panadería de Caballito, la vendedora se preocupa porque no sabe cómo van a hacer los que no tienen “para bancar el pan a 1.500 pesos”. Porque va a subir “esto no para”. Y para la gente “que tiene lo justo, comprar pan va a ser una excepción”. Cerca de allí, una pareja de adultos mayores hace su compra en un mayorista porque así "evitan el pase de manos que es el minorista” dice Humberto. Célida agrega: “9.000 pesos el litro de aceite y 650 pesos el kilo de papas. Si te descuidas hacer unas papas fritas vale tanto como hacer un asado”.

Verónica Bellomo

La locura de la desregulación de precios de esta semana no sorprende a Emiliano, un veterinario que llega hasta un súper de Palermo a comprar “botellones de agua, en cantidad”. Ya se la veía venir, y le parece bien, aclara. A Mirta, que compra con su marido en un mayorista de Almagro, le parece “terrible que los precios cambien a cada rato”. Ella trabaja todavía y él ya está jubilado. “Nosotros podemos –cuenta– y somos cuatro personas grandes en casa, pero hay otros que no llegan, ni van a llegar: 1500 el kilo de pan ¿cuánto te rinde si tenés chicos?”

“Lo que teníamos no era bueno, pero esto es peor: 5.000 pesos el kilo de milanesas, imposible de pagar”, dice un hombre al salir de una carnicería en el barrio de Once. Compró medio kilo. “Para sacarme el gusto nomás” comparte. Y el carnicero agrega: “Tengo la pata-muslo a 3.500 los 3 kilos, ya lo tendría que haber aumentado pero si aumento no vendo, porque en cada lugar hay un precio distinto y la gente volvió a buscar precios, a caminar”.

“Los que viven al día no tiene resto, para uno que tiene ya es difícil, pero venimos como una forma de ahorro, para comprar en cantidad y estoquearnos –dice un hombre mayor en un mayorista de Caballito, camioneta 4x4, anteojos ahumados–, imagínate para el que no llega a fin de mes”. A su lado, una psicóloga, Victoria, carga su coche con la compra del mes y explica: “Vengo porque estamos en una situación crítica, porque algunos precios convienen y hacés un pequeño ahorro en las compras hogareñas, pero esto es una catástrofe. Yo puedo hacerlo porque tengo una profesión, soy una privilegiada, pero aunque la veía venir, nunca sabés, hasta que sucede, de qué lado va a venir el tiro”.

En Once, Lenin explica que “frutas y verduras han subido un 15 por ciento”. Pero el tomate “más del doble”, aclara: de 7.000 pesos la caja de 18 kilos, pasó a 14.000. La banana subió un 40 por ciento. Y la lechuga un 20 por ciento. Todo más “del quince” del promedio general que tiene en mente. “Es que va aumentando de a poco” detalla cuando se lo consulta por esa diferencia. Y aun así, la gente sigue comprando, dice: “Pero también de a poco, no bajó la venta, pero la gente se mide más”.

“Un limón, Lenin, le pago mañana” dice una clienta. Como él está en “una entrevista”, no hay limón para la muchacha. “Volverá luego” dice Lenin. Y posa para la foto con su cajón de bananas ecuatorianas. Cerca, en un almacén de la UTT, Lionel elige frutas “porque puedo pagar con Cuenta DNI, fin de la discusión” se ríe. 

“Acá siempre hay variedad y llegan productos frescos cada martes”, agrega. Lionel aprovecha cada promo de bancos o billeteras virtuales. Y se admira por el mural que Daira, la encargada del local, le muestra a Página/12: han recreado a la anciana que recoge berenjenas en un verdurazo de la UTT “contra el macrismo” subraya Daira. 

Verónica Bellomo

La escena, inmortalizada por el reportero gráfico de Página/12, Bernardino Avila, define el paisaje de lo que se avecina. “Esto es nuevo, lo hicieron hace dos semanas” aporta Lionel que no conocía la historia. Pero sabe lo que representa y puntualiza: “Supuestamente todo este mamarracho de las subas es para estabilizar los precios, pero no lo compro, mi límite es lo que veo, y lo que veo, no es lo que nos cuentan”.