Hacia finales de los 50, Florida era una calle identificada por innumerables señas particulares, una de esas extrañas mixturas urbanas que milagrosamente desembocan en armonía y personalidad. Se la reconocía por el estilo glamoroso de sus comercios, era la calle de las tiendas Harrod’s. Convocaba el interés de los buscadores de libros que desde siempre habitaron Buenos Aires y las conferencias de un Borges, de tantos otros Borges, casi desconocidos en Ver y Estimar. Allí estaba la biblioteca Lincoln, y entre Tucumán y la plaza San Martín también alternaban un largo listado de galerías de arte: el salón Peuser, el salón Kraft, Van Riel, Guernica, Rubbers, Kramer, la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos, Witcomb, Art Gallery International y Riobóo. En el 936 de Florida, casi llegando a la plaza, desentonando formidablemente con la “jerarquía” del lugar, una agencia de venta de las conocidas motonetas Siambretta y del popular auto Di Tella 1500 erguía sus grandes vidrieras al sur. Transcurría el año 1959.
Acaso por la propia fuerza que imponen los entornos, acaso porque el contexto es siempre histórico, un día aquel local comercial remodeló sus instalaciones para dar cabida a una institución inesperada, desconocida. El edificio resultó moderno y en principio el Instituto Torcuato Di Tella se incorporó a la vida de la calle Florida sin mayores estridencias. Pero a poco de andar y con Enrique Oteiza ya en la dirección, desde las salas de exposición de sus Centros de Arte se comenzó a contar una historia poco convencional. Más que en las paredes el estilo estaba en el aire que irradiaba; la visión innovadora del Instituto se manifestaría día a día en la manera de abordar todos los acontecimientos que convergían a su aura, y en la naturalidad con que hacía uso de ciertas transgresiones.
Junto a los Centros de Arte y como estructura de apoyo a las diferentes actividades, el Instituto creó el Departamento de Diseño Gráfico y desde el inicio estuvo a cargo de Juan Carlos Distéfano. Manifestando una gran visión estratégica, Guido Di Tella le encomendó a Distéfano trazar un sistema de comunicación que construyera desde el inicio la imagen de la institución, proyectando un ente cultural con personalidad gráfica planificada y premeditada.
Juan Carlos Distéfano era un referente para los diseñadores jóvenes. Conocía el oficio, había estudiado en la Escuela Industrial de Artes Gráficas nº 9 y en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. Además del dominio técnico, su natural inspiración y sensibilidad le permitió desarrollar un estilo coherente y divergente que años después sigue relatando visualmente la historia de la mayor institución privada relacionada con la cultura en el país. La primera etapa de esa elaboración fue definida por la tarea solitaria de Distéfano, que había sido invitado para elaborar la promoción en vía pública, esto es, los afiches y carteles de las principales actividades del Instituto, así como los catálogos de las muestras más importantes. Esta etapa, intuitiva pero definitiva, marcó tendencia para la posterior, al tomar partido por ciertos formatos y estilos característicos, que dieron pie a las piezas gráficas que se desarrollarían a futuro. La sistematización del uso del cuadrado para catálogos, memorias y balances, documentos e informes y del doble cuadrado –cuadrado oblongo– para los programas de música, espectáculos y afiches de interior eran por entonces inusuales, y la persistencia en su empleo terminó siendo determinante de la identidad gráfica del ITDT.
Observadas a la distancia, cada imagen generada en el Departamento de Diseño Gráfico posee la fortaleza de la última o lo definitivo de la primera; se trata de diseños simples, sistematizados, basados en el conocimiento de las limitaciones de la impresión, con imágenes contundentes y pregnantes. El Departamento comenzó a crecer a la velocidad de las demandas que llegaban desde los Centros. Humberto Rivas se había incorporado con el fin de ampliar el equipo, pero la necesidad de registrar fotográficamente las actividades urgía, y pronto dejó de trabajar en el área de Diseño para fundar el Departamento de Fotografía, otro de los tantos aciertos del Di Tella, que contribuyó a desarrollar la personalidad en sus comunicaciones. Esto implicó que algunos diseños comenzaran a ser resueltos fotográficamente y que hoy, posiblemente, sorprendan en el conjunto. Al margen del apoyo brindado al Departamento de Diseño Gráfico, la fotografía tuvo un vuelo propio en la identidad de la institución cuando empezó a documentar los eventos culturales que se presentaban con imágenes de características particulares y de gran calidad, que empezaban a trascender más allá de nuestras fronteras.
Cuando en 1964 se inauguró la sala del Centro de Experimentación Audiovisual, cuya conducción estuvo a cargo de Roberto Villanueva, se terminó de configurar el perfil del Instituto, donde ya funcionaban el Centro de Altos Estudios Musicales, dirigido por el maestro Alberto Ginastera, y el Centro de Artes Visuales, conducido por Jorge Romero Brest. Es más o menos por esa fecha en que se comienza a sentir con fuerza el aire renovador que proponía el universo Di Tella; y esa tendencia vigorosa se mantendría hasta el momento del cierre, sobre finales del año 70.
La atracción desafiaba el ritmo de Buenos Aires y la novedad de cada día se anticipaba, siempre vertiginosamente, a veces en las salas del teatro y otras en las de exhibiciones. No es fácil difinir cuál de los múltiples intereses detonó en los intelectuales –principalmente los más jóvenes– la adopción del lugar como un sitio obligado para saber qué es lo que estaba sucediendo en materia de arte. El Instituto se convirtió en lugar de encuentros a cualquier hora, aunque el mejor clima se lograba por la tarde-noche, cuando al concluir la jornada de trabajo el público del teatro confluía con el de las muestras. El cúmulo de actividades y la imprevisible velocidad de su gestación y reposición obligaba a estar atentos: para ver lo que ocurría había que merodear el Instituto.
* Fragmento del texto incluido Gráfica histórica del Di Tella, de Rubén Fontana y Zalma Jalluf, recién publicado por Capital Intelectual, que también contiene textos de Oscar Steimberg, Guido di Tella, Jorge Romero Brest, Enrique Oteiza, Juan Carlos Distéfano y Juan Andralis.