Es difícil imaginar que la sociedad norteamericana pudiera sufrir un trauma social peor que la catastrófica derrota en la guerra de Vietnam. Casi medio siglo después, las esquirlas de aquella humillación exhibida en la primera plana de todos los diarios estadounidenses del 30 de abril de 1975 siguen mellando la autoestima yanqui. Imaginen si los soviéticos hubiesen puesto un pie en la Luna antes que Neil Armstrong. Bien, ése es el punto de arranque de For All Mankind (Para toda la Humanidad), la serie que desde el pasado 10 de noviembre viene ofreciendo su cuarta temporada, producida por Sony Pictures Television para la plataforma Apple TV.
El nombre de la serie remite una de las frases que reza en la placa lunar que la tripulación de Apolo 11 dejó en la Luna en julio de 1969: “Venimos en paz para toda la Humanidad”. Esa expresión de buenos deseos es puesta a prueba por un relato que oscila entre la disputa y la colaboración entre naciones antagonistas a lo largo de toda la carrera espacial y una posterior colonización del cosmos.
La realización del guión original pertenece a Ronald D. Moore, –quien ya había producido Outlander y Battlestar Galactica–, a quien acompañan Ben Nedivi y Matt Wolpert. La historia da cuenta de que en junio de 1969 el cosmonauta soviético Alexei Leonov se convirtió en el primer hombre en pisar la Luna, un mes antes de que la misión Apolo 11 estuviera a punto de estrellarse en la superficie del satélite. Los astronautas yanquis lograron alunizar, pero la noticia hizo que la NASA ingresara en una profunda crisis y que millones de estadounidenses y el propio gobierno, luego del primer sacudón que los dejó atónitos, dieran paso al malestar y la frustración.
¿Qué hubiera sucedido si la carrera espacial mundial nunca hubiera terminado a partir de ese batacazo de Moscú? La línea de tiempo y el relato histórico que manejan los guionistas son muy sugerentes. Apoyados en ese episodio liminar de una primera “victoria” soviética en la carrera espacial, los realizadores muestran a través de noticieros y periódicos de la época sucesos completamente diferentes a lo que realmente sucedió.
La ingeniosa distopía –es curioso, pero se trata de una especie de realismo distópico– mantiene varios hechos históricos como que, al momento del inicio de esa competencia por conquistar el cosmos, el director del Centro de Vuelo Espacial Marshall de la Nasa es Wernher von Braun, el ingeniero mecánico y aeroespacial alemán que experimentó los primeros sistemas de cohetes antes de la caída del nazismo, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en la serie, ese pasado es manipulado por la política norteamericana para destronarlo de la agencia.
El espionaje, la política internacional, los enjuagues de las grandes corporaciones empresariales, las figuras más destacadas de cada potencia son reflejados por medio de una narrativa ágil que incluso da lugar a perspectivas de género y diversidad insospechadas para las épocas abordadas. Tal vez uno de los mayores aciertos del guion sea la desmitificación de los astronautas como cuasi superhéroes: en la saga quedan a la vista miserias, debilidades, egos y virtudes a la altura de cualquier ser humano.
Las actuaciones, vale insistir, resultan ponderables. En ese sentido, se destaca el papel que lleva adelante Joel Kinnaman –el actor sueco que ya se destacó interpretando al detective Stephen Holder en la serie The Killing– que encarna al comandante estadounidense Edward Baldwin, uno de los astronautas pioneros de la Nasa. Lo secundan, en los roles principales, Michael Dorman, Wrenn Schmidt, Jodi Balfour, Sarah Jones, Sonya Walger, Shantel Van Santen, Cynthy Wu, Coral Peña y Edi Gathegi.
La tensión de vivir en el espacio, la planificación de la colonización la Luna y otros planetas, el desarrollo tecnológico de las naciones involucradas –sorprende el papel que se le asigna a Corea del Norte– es compartida por astronautas, sus familiares, las y los burócratas de las distintas agencias espaciales, lo que da pie a historias de amores y desencuentros, espionaje involuntario, y desbordes de nacionalismo un tanto exacerbado, sin distinción de banderas.
Un capítulo aparte en esta saga es cómo se dirime la geopolítica en el espacio, y el espectador se encontrará con más de una sorpresa en ese plano. Los protagonistas exceden al mundo bipolar de la Guerra Fría, y las presencias de China y Corea del Norte configuran un tablero de ajedrez muy peculiar y la ausencia europea en todo el relato no parece en absoluto inocente.
La proverbial codicia yanqui en torno de los recursos naturales –hasta los realizadores lo destacan– queda de algún modo relativizada gracias al espíritu colaborativo internacional que logra imponerse al cabo de disputas que ponen en riesgo todo el proceso de colonización. No obstante, se trata de una disputa con idas y vueltas a lo largo de las cuatro temporadas.
En resumen, una serie para ser vista incluso por quienes no tienen entre sus preferencias el género ciencia ficción, porque hay de todo un poco: política, amor, desafíos tecnológicos, revisionismo histórico (en modo yanqui) y una mirada respecto del futuro de la Humanidad que hace el intento por no disimular la proyección a todo el Universo de las principales desigualdades e injusticias sociales del capitalismo. Y, aunque suene redundante, se aconseja ver la serie desde su primera temporada.