A veces reflotar una marca exitosa del pasado deriva en un nuevo éxito, pero en otras ocasiones la jugada genera dolores de cabeza y además contamina aquello que parecía tan preciado. Los organizadores del BARock edición 2017 todavía se deben estar preguntando si valió la pena el esfuerzo por reponer el festival más legendario de la cultura rock argentino, o si al final el riesgo asumido fue mucho mayor al beneficio cosechado.
Las cancelaciones confusas (a Iorio lo bajaron por “reclamos en redes sociales”, casi como si la producción no quisiera hacerse cargo de la decisión), el destrato a bandas chicas que fueron convocadas pero luego revocadas a último momento y las acusaciones de algunos próceres como Héctor Starc y Emilio Del Guercio tiznaron un evento precedido por polémicas inconvenientes.
Evidentemente el paraguas BARock no era lo suficientemente grande como para contener los chaparrones y eso se notó en una organización que quedó aturdida: ni siquiera en la web podía consultarse la actualidad de una grilla tachada y reescrita, fue inentendible el kilométrico rodeo que obligaba a atravesar largas vías para volver al mismo punto inicial si el asistente decidía acceder por Punta Arenas, la única calle no asediada por trapitos, o la ridícula idea de poner un “patio cervecero” al que sólo se accedía con documento, cuando la mayoría de los asistentes a un recital deciden precisamente no llevarlo por el peligro a extraviarlo. Distinto era en 1982, año de la última edición del BARock, cuando el terror obligaba a cualquier joven a llevar consigo su documentación así fuera hasta la esquina a ver si llovía. Por suerte ni Argentina ni el rock son iguales a aquel entonces y es una pena que la organización no observara este detalle.
Si el festival pudo salvar su ropa fue gracias a que las bandas entendieron que estaban ante la posibilidad de escribir algo histórico. Suena curioso, pues la historia en verdad no se decide de antemano, sino que simplemente se produce. Sin embargo fue tanta la manija que se le dio a la vuelta de este mito que los artistas, a pesar de todos los inconvenientes, se convencieron de que era realmente así. Entonces el BARock pudo redondear una segunda jornada artísticamente competente y hasta con puntos altos que quedarán en el recuerdo de quienes la presenciaron.
“Vamos a tratar de morir jóvenes… pero lo más tarde posible”, confesaba Wallas, mientras Massacre se regodeaba con solidez ante un núcleo de fans que no llegaba a colmar ni la mitad de “Artaud”, el escenario montado en la parte techada del microestadio. En simultáneo, aunque sin proponérselo, el cantante se debatía en una especie de duelo de piropos con Juanchi Baleirón, quien agitaba en “La Balsa”, el tablado principal, al aire libre. “¡Hola hermosos!”, cortejaba Wallas, mientras Baleirón espetaba: “¡Están divinos!”. Pericos fue introducida a ultimo momento por la baja de León Gieco y el grupo no lo disimuló: “¡Entramos por la ventana del baño del quincho!”, bromeó Baleirón mientras la banda –de las que mejor entendió que tocaba en un festival amplio y no sólo para su ghetto– se floreaba con una caravana de éxitos. Quien más, quien menos, todos comprendieron que era necesario echar un poco de kerosén para reavivar los fueguitos entre un campo raleado por menor convocatoria a la esperada.
Antes, cuando el sol todavía iluminaba la jornada, desfilaron Claudia Puyó, El Kuelgue (de lo más celebrado en el turno vespertino), Willy Quiroga, Tipitos, Sig Ragga (que terminó su set antes de tiempo y en el medio de una canción por problemas con el sonido) y un eléctrico encuentro entre Vitico y Boff para hacer “Ruedas de metal” y “En la ciudad del gran río”, de Riff, remitiendo aunque por un breve rato los crossovers que (junto a las zapadas) supieron ser uno de los rasgos característicos de los BARocks de los 70 y 80.
Uno de los altos de la jornada fue la presentación de Fabiana Cantilo, ya caída la noche y en el pequeño escenario de “Signos”, donde encaró un breve pero compacto repertorio que le sirvió para pasear por sus clásicos y también para darle rienda a su magnética corporalidad. Fabiana lució brillante y conectada en una gran frecuencia, a pesar de lucir varias veces contrariada con el sonido. Al final de su caliente performance quedó congelada en la pantalla la frase “Aparición vida de Santiago Maldonado”, acompañada de una foto con su rostro, algo que en el día anterior fue constante entre banda y banda pero que en esta ocasión solo fue exhibido recién al final del show de quien es la prima de una de las funcionarias más cuestionadas por la desaparición: la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich.
Las banderas (ícono de un rock posterior al de la era BARock) flamearon solo en dos shows puntuales: El Bordo y Guasones. Ambos tocaron en el escenario principal, que en la segunda jornada fue cerrado con una soberbia faena de Babasónicos. Cada vez más imbuido en su propio viaje chamánico, el grupo eligió para esta ocasión una versión infrecuente pero demoledora, en tono mid tempo y desenchufado, con un Dargelos ataviado de bailarín de chacarera y el resto del grupo repartiéndose no menos de una veintena de instrumentos (la mayoría de ellos a cargo de Carca y Diego Rodríguez). “Sin mi diablo”, “¡Viva Satana!”, “Rubí”, “Soy rock”, “El loco” y “Deléctrico” fueron algunas de las que pasaron por este nuevo filtro en un set compacto que muchos guardarán por siempre en su recuerdo, para el alivio de una cultura rock en la que, por suerte, siguen mandando las canciones.