Desde Rosario
“No soy un tipo amable”, deslizó algunas veces Frank Miller. Pero resultaba difícil creerle ante lo que demostró en Rosario durante los cuatro días que duró el festival internacional de historietas Crack Bang Boom, que terminó el domingo. Sus colaboradores aseguran que en CBB Miller pudo relajarse y disfrutar de un evento después de mucho tiempo. Sonreir, incluso. Pedirle firmas a colegas locales que le regalaron sus libros e incluso pedir el contacto de historietistas locales que llamaron su atención para futuros proyectos. Manuel Loza, uno de los invitados nacionales, describió el efecto de la convención sobre el mítico autor norteamericano como “la magia de Rosario”. Algo de eso habrá. Quizás sea la efervescencia respetuosa. Miller colmó un teatro local, dio charlas y firmó libros. Recibió ovaciones (el sábado el “olé, olé, olé, Miller, Miller, Miller” se escuchaba a una cuadra del Galpón de la Música, donde compartió escenario con el guionista norteamericano Brian Azzarello y el dibujante argentino Eduardo Risso). Y accedió solícito a cada pedido de foto de los fans que se lo cruzaron por la ciudad durante sus paseos matutinos.
La octava edición de Crack Bang Boom fue una fiesta. La mayor del año en materia de historieta. Y no sólo por Miller. Más de 25.000 personas se congregaron en torno a los galpones municipales de la vera del Río Paraná para disfrutar de las charlas, del desfile de cosplay, de las exposiciones y del placer inigualable de llevar un libro recién comprado en la mochila. En los números, el balance arroja una concurrencia similar a la del año pasado (que estaba apenas por encima de la de 2015), pero los editores consultados por PáginaI12 estaban exultantes por las ventas. Algunos habían cubierto los costos del stand ya el jueves por la tarde, la jornada teóricamente más tranquila en términos comerciales. Otros agotaron el stock de varios libros el sábado, incluso de títulos que no eran novedades.
Además, de un año a otro la organización afianzó el vínculo con la municipalidad local –parte indispensable para la realización de la convención–, salvó problemas de 2016, sumó el apoyo de la provincia y sponsors como Aerolíneas Argentinas, que ayudó a traer a los autores extranjeros. El resultado más notorio de esto fue la ampliación del espacio que ocupa el evento. Al Centro de Expresiones Contemporáneas y el Galpón de la música, espacios habituales del encuentro, se sumaron el Galpón 3, volvió el Galpón de la Juventud y se montó especialmente una carpa para albergar a fanzines, autoeditados y ubicar el callejón de los artistas. El resultado fue más lugar para circular y ver las ofertas de los stands, un escenario de charlas más que de costumbre. Si a eso se suma la participación en paralelo de lugares como La casa del artista plástico y el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, con muestras de historietistas locales y de Hugo Pratt, respectivamente, la cosa cobra más dimensión.
El acceso a los lugares principales de la convención (el CEC y el Galpón del a Música) era pago, pero a un costo muy por debajo de la media del circuito. El resto era gratuito, incluso contra la práctica cada vez más frecuente en los eventos masivos de ofrecer acceso privilegiado a cambio de mayor desembolso de dinero. Como el vip de los recitales, en esos eventos a más plata, más posibilidades de ver de cerca la cara de Dios. Crack Bang Boom se caracteriza por tomar la ruta opuesta: al bombardeo de preguntas online sobre entradas vip, respondieron llevando a Miller a un teatro con entrada gratuita. El único requisito para acceder era hacer la fila para retirar el ticket. “Cultura para todas y todos gratuita, sin privilegios ni acomodos. Tal vez el máximo logro de una convención de historietas en Argentina”, destacó en su Facebook el colega del suplemento Soy Diego Trerotola.
Contra lo que pudiera parecer, Miller no fue el único invitado al evento. Su productora Silenn Thomas ofreció una charla impecable en la que contó sus proyectos cinematográficos actuales, el japonés Hiroaki Inoue dio un repaso a la industria del animé, Marco Tóxico trajo la historieta independiente latinoamericana desde Bolivia (con una obra deslumbrante) y el chileno Rodrigo López sorprendió a más de uno con el nivel de sus trabajos. Y eso, claro, sin contar los autores argentinos, que fueron legión y llenaron de dibujos y firmas a los lectores. Y entre las actividades especiales, algunas encierran un potencial a futuro inestimable, como la presentación en sociedad de Rootinks, un portal de historieta digital de pago que contactó a lo largo del festival a unos 130 artistas argentinos.
El único traspié de este año ni siquiera se le puede achacar a la organización. Es que la Asociación Argentina de Editores de Historieta, que tiene su principal reunión anual en Rosario, esta vez no sesionó, en un retroceso que puede costarle caro a varios de sus miembros en un contexto en que la unión y la colaboración entre pares es indispensable para capear el temporal económico. Por lo demás, Crack Bang Boom ratificó su lugar central en el calendario comiquero anual y consolidó su mística. Un amor por el noveno arte que se renueva cada año. Hasta 2018.