En una de sus entrevistas recientes, el director catalán J.A. Bayona -invitado además al Festival de Cine de Mar del Plata- señalaba que la tragedia de los Andes es una historia que trasciende a sus protagonistas, por eso su carácter mítico. La apreciación es justa. De hecho, bien vale recordar cuándo y de qué maneras uno comenzó a saber sobre ella. Sea por el dolor vivido, la supervivencia y las muertes, el abordaje periodístico y las subsiguientes historias, los hechos sucedidos a este grupo de deportistas, en vuelo fatídico entre Uruguay y Chile en 1972, se volvió una referencia que dio la vuelta al mundo. Hay libros y películas, y un capítulo de Los Simpsons que alude de manera grotesca.
Bayona tenía el interés de filmar esta historia desde hace un tiempo, ya durante el rodaje de Lo imposible (2012). En ese film también se recrea una historia verídica y trágica, pero a diferencia de aquél -protagonizado por Naomi Watts y Ewan McGregor-, en La sociedad de la nieve no hay estrellas. A su modo, la nueva película del director español plantea un contrapunto con el cine mainstream (Bayona dirigió films internacionales como Jurassic World: El Reino Caído, entre otros, además de participar en series como la dedicada a The Lord of the Rings), y aun cuando se trate de una producción Netflix, aquí no hay primeros planos para rostros famosos sino el retrato de un personaje colectivo. La decisión acciona de modo benéfico y permite una identificación próxima, distinta a la supuesta por ¡Viven! (1993) de Frank Marshall, con Ethan Hawke y John Malkovich. El diálogo con aquella película es inevitable, así como el que surge de las fuentes bibliográficas respectivas: el libro de Piers Paul Read para el primer caso, el de Pablo Vierci para el segundo.
En su plasmación de época, La sociedad de la nieve guarda un interés particular, gracias a una dirección fotográfica que emula la textura del cine de los ’70, además de la dirección artística. Hay un cuidado esmerado, se disfruta, también empalaga. De todos modos, el Uruguay que asoma es el preámbulo y contrapunto para el horror que sigue. La recreación del accidente es notable y se presagia con detalles, a veces demasiado didácticos, como el dibujito con el cual se explica cómo será el viaje entre las montañas. El diseño sonoro y la edición juegan de manera efectiva para el impacto, y aluden a la dinámica del cine catástrofe. En esta relación con el cine de géneros quizás se encuentre lo mejor de la película.
Por ser un film atento con el hecho que recrea, con pudor y sin golpes bajos, aparece una pátina algo contenida y tal vez inevitable, que se sostiene desde principio a fin. Cuando las situaciones permiten desbloquear este corsé, asoma lo mejor, por más cinematográfico. De esta manera oficia el impacto del avión, pero también las referencias al cine de terror, sobre todo el de temática zombie. Es curioso cómo ofician tales cuestiones. Ante el cine de terror (Bayona es un cultor del cine de géneros, tiene en su haber El orfanato) cierto público se siete repelido, pero sin embargo tolera sus recursos si la temática “lo justifica”. Acá aparece también el asunto de la mentada “historia real”, un basamento del que tantos films se valen para justificar su presunta seriedad.
No es Este el caso de La sociedad de la nieve, por las dudas, pero volviendo al asunto, vale detenerse en los momentos relacionados con la antropofagia, trabajados por fuera de cuadro, aunque no siempre. Hay, en todo caso, una graduación, que llegará a ofrecer a la vista los restos de esqueletos y la carne masticada. No hay morbo, sino un acostumbramiento con el acto cometido y la transgresión del tabú. Para plasmarlo, el relato se deja llevar por los tópicos del género; y son estos momentos, justamente, los más disfrutables (la reciente serie Yellowjackets juega, y muy bien, esta misma cuestión). Entre ellos, el relativo a las avalanchas, a cómo los sobrevivientes son sepultados y de qué maneras emergen, como muertos vivos. Son planos de películas de zombies, es inevitable. De este modo, cine catástrofe y cine de terror juegan sus cartas, y es allí cuando el film se permite respirar. Para el caso, hay todo un detalle, relacionado con la cuestión religiosa, ya que la fe católica es parte inherente de los protagonistas y del guion. Surge durante la primera parte del film y funciona como un comentario irónico, cuando durante la misa se escuche al cura decir: “No solo de pan vive el hombre”.
Tal vez por un ¿atendible? reparo ante tales cuestiones, la película se permita algunos parlamentos engorrosos, declamados según letra aprendida. Soliloquios destinados a “hacer pensar”, a encontrar “poesía” en los momentos peores. Son los momentos edificantes y, por eso, los menos interesantes, como lo relativo a subrayar de un modo empecinado el tema de dar la vida por los amigos, emblematizado por la voz narradora de Numa Turcatti (interpretado por Enzo Vogrincic), de frases sentidas, destinadas a rubricar el tono dramático en el desenlace. Como elección formal tiene su acierto, al dar voz al fantasma y hacerlo presente, pero también es un significante pretendido. Dar la vida por los amigos debe ser lo más extraordinario que una persona pueda hacer; la cuestión, en todo caso, está en cómo retratarlo, pero sin decirlo, en el cine.
La sociedad de la nieve 6
España/EE.UU./Uruguay/Chile, 2023
Dirección: J.A. Bayona.
Guion: J.A. Bayona, Nicolás Casariego, Jaime Marques.
Fotografía: Pedro Luque.
Música: Michael Giacchino.
Montaje: Andrés Gil, Jaume Martí.
Intérpretes: Enzo Vogrincic, Simón Hempe, Rafael Federman, Matías Recalt, Andy Pruss, Esteban Bigliardi, Agustín Pardella.
Duración: 144 minutos.