“Hágase actor”, decía el afiche que a Arana le llamó la atención a los 21 años. Ese cartel fue el pasaje con destino al instituto de actuación de Marcelo Lavalle, en Perú y Venezuela. “Ahí empecé a descubrir el teatro. A los dos meses de entrenar, sentí que no me sacaban más de la actuación. Sentí que era actor o nada”, señala el protagonista que en los ochenta alcanzó popularidad participando de Matrimonios y algo más. Sin embargo, el actor confiesa que si bien ese contacto inicial con la actuación lo atrapó, fue recién años después cuando descubrió su estilo. “A los tres años cambié de profesor porque empezaba a sentirme un actor muy exterior, que sobreactuaba, que caricaturizaba, que subrayaba mucho. Era un profesor que nos marcaba nuestros tonos.”
–¿No le gustaba ese registro?
–Al principio, sí. El tema fue que cuando empecé a ver teatro, me topé con otros registros y actuaciones que me atravesaron. Me gustaban los actores que eran más espontáneos, más frescos, a los que les creía. Siempre me obsesionó imprimirle verosimilitud a los personajes. Uno no tiene por qué ser verdadero, pero sí verosímil. Así fue que en 1969 cambié de maestro y tuve la suerte de llegar a Augusto Fernandes, que me rompió la cabeza. También entrené mucho con Lito Cruz. Empecé a ver teatro de otra manera, a entender qué era lo que quería hacer y cuál era mi búsqueda. Y ya no hubo retorno.