Desde Barcelona

UNO ...a la carpeta de recortes de Rodríguez. A otra de ellas. Ya saben: tiene una para asuntos cósmicos, otra para cuestiones vaticanas, otra para desmitificaciones varias y postverdades. Y una carpeta en la que se funde lo galáctico y lo celestial y lo auténticamente incierto: El Tema Catalán. 

Y allí, a modo de apertura, Rodríguez puso las percepciones de dos españoles famosos. 

La primera de ellas es una cita de José Ortega y Gasset en 1932: “El problema catalán no se puede resolver, solo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los españoles”. 

La segunda es un dicho de Mariano Rajoy en 2012: “Me gustan los catalanes porque hacen cosas”. 

Ochenta y cinco años después del filosófico primero, el problema catalán sigue sin resolverse. Y, un lustro más tarde, las cosas que hacen los catalanes ya no le gustan tanto al segundo, escurridizo inpresidente de España quien por estos días cuenta lentamente hasta 155 antes de activar un artículo que desactivará a la autonomía de la comunidad.

Y, de hacerlo, va a ser cosa problemática que no le va a gustar a los catalanes.

DOS Y, con su gracia y elegancia, Eduardo Mendoza escribió en El País: “Cataluña no es un país de ideas. Las relaciones humanas, el pragmatismo y la creatividad artística son sus principales virtudes. En uno y otro terreno subyace un elemento infantil que hace a Cataluña especialmente atractiva, como se demuestra por un turismo que la desborda. Y los visitantes acuden en masa a ver la obra de Gaudí y la de Dalí, dos artistas que apelan a lo que algunos llaman ‘el niño que todos llevamos dentro’ y esta cualidad le ha permitido pasar rápidamente y con éxito de una economía industrial en decadencia a una economía de servicios y a Barcelona en la capital europea del desmadre”. 

Parafraseando a L. P. Hartley, Catalunya es un país extranjero porque –como habrán comprendido– allí se hacen las cosas de manera diferente. Al punto de que uno de las figuritas a añadir en sus pesebres es la de un hombrecito cagando. Ahí está el caganer. Haciendo lo suyo, mientras los Reyes Magos brindan sus ofrendas al Mesías y no preguntan dónde está el baño luego de su larga y jorobada cabalgata, y hasta el burro y la vaca se aguantan las ganas por respeto a tan divina ocasión.

Esto no quiere decir que los catalanes se caguen en todo a solas (han caganerizado a toda celebridad incluyendo a Lennon, Batman, Trump, Messi, al Papa de turno, y a un infinito de cagones y valientes); pero sí que tienden a considerarse por lo menos diferentes a todos los españoles que no son catalanes. También, gustan de subirse unos encima de otros, en castells, hasta alcanzar la mayor altura posible o caerse desde lo más encumbrado que se pueda. Y, por supuesto, muchos de ellos (Rodríguez incluido) son responsable buena gente. Y estaba claro que nadie pensaba que la resaca del pseudo-referéndum iba a ser fácil. Pero nadie imaginó que iba a ser así, con los catalanes con tantas dificultades para conllevarse con los catalanes. Ni la mayoría que sí quería un referéndum (pero uno de verdad y legal) para votar que no quieren independizarse. Ni aquellos que no paraban de engañar auto-engañándose con sesiones parlamentarias dignas de Sopa de ganso y la falacia ideológica de que “votar es siempre democrático”. Ni los que predecían mirando al cielo una conjunción astral con monolito alien incluido y Súper-Homo Catalanis Fetal-Fecal volviendo a casa para iniciar una Nueva Era que acabó durando, por el momento, apenas, un ratito. Una época ya fue y ya pasó y récord mundial de brevedad. De aquí en más, la Primera República de Puigdemont como argumento de lo paradojal a emparentar con la Navaja de Ockham y el Gato de Schrödinger y el Pene de Weinstein. ¿Es la más sencilla? ¿Está muerta? ¿Corta y maúlla? ¿Se mira y se toca? ¿Ahora la ves y ahora no lo ves, pero cuidado porque aquí vuelve de nuevo? 

Sí.

No.

Ní.

 

TRES Uno de los líderes del independentismo no dejaba de repetir –con poco tino a la hora de las metáforas– que el referéndum sería “como un tsunami”. Seguramente quería decir que sería algo muy poderoso; pero se olvidó de sus efectos destructivos y, ay, las reservas hoteleras caen un 30% y las empresas se mandan a mudar. Y con eso sí que no se jode. Y ahora este limbo-trance nervioso donde todos –los que creyeron en lo que debía pasar y los que no pueden creer lo que pasó– vagan por las calles preguntándose dónde quedó el famoso seny (o sentido común) catalán y cómo recuperarlo. Algunos abren los ojos como si despertasen y otros cerrándolos como si quisieran descansar en paz. Y son todos catalanes.

CUATRO La culpa de semejante extravío no es motivo de una sola razón sino de una acumulación de irracionalidades: el casi danbrowniano año de 1714; la falta de escrúpulos de buena parte de la clase política catalana pactando histórica e histéricamente con los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP quienes “dejaban hacer” a cambio de apoyos; la traición/recorte al Estatut en el 2010 con Zapatero mirando para otro lado; la inoperancia inercial entrópica pasivo-agresiva de Mariano Rajoy; una nueva Izquierda radical que es como la infantilizada pesadilla realizada de la Vieja Derecha conservadora; la juvenil o rejuvenecedora tentación de protagonizar una revolución de las que ya no quedan ni se consiguen en las estanterías de la Historia; el convencimiento de que no Spain sino Catalunya is different al resto de Spain (que nunca quiso a Catalunya y que es tanto menos “europea” y todo eso); y last but not least, la repetición del aria/mantra “España nos roba” y su variación “Catalunya financia a España” que, a no engañarse, es lo que más moviliza a las conciencias más materialistas que espirituales de buena parte de la florida fauna local. 

Y así ahora todos, Rodríguez incluido, van por allí –como el cínico e impermeable agente Albert “Miguel Ferrer” Rosenfield en Twin Peaks: The Return– preguntándose qué va a pasar en la siguiente temporada.

CINCO Porque la serie sigue. Y porque –¿proclamación?, ¿revocación?, ¿rectificación?, ¿intervención?, ¿votación?– algo va a tener que pasar. Rodríguez se pregunta si habrá caganers de Dale Cooper o de Laura Palmer. No los vio, pero va a buscarlos. O, mejor, del sonámbulo Dougie Jones.

Ahora, de nuevo, hay muchísimo poco tiempo por delante, pero con la acalambrada elasticidad del Día de la Marmota. Y la palabra de moda ya no sea referéndum sino ultimátum. Y la estrategia es dar largas con mecha corta para que explote el otro. A ver –“La espera es la parte más difícil”, cantaba el gran Tom Petty (R.I.P.)– cómo sigue la histérica Historia. 

Y la espera puede llegar a durar nada más y nada menos que un suspiro o un gemido. Ocho segundos o hasta el 19 de octubre: otro (a)plazo cuando Puigdemont –quien se expresa como jefe de estado aunque no se sepa bien en qué estado está lo que le sale de las entrañas: ¿líquido, sólido, gaseoso?– será El Hombre que fue Jueves o el hombre que el jueves fue. Y después y enseguida volver a esperar, como se espera en el baño: pensando en el todo y la nada, aguantando la respiración. Y, después, limpiarse y hacer correr el agua y cerrar la puerta para que el mal olor no invada el resto de una casa cada vez más tomada no por fantasmas sino por fantasmadas. 

“El problema catalán de deshacer cosas catalanas”, piensa sin aliento el desalentado catalán y más cagado que caganer Rodríguez y con tantas ganas de conllevar. Ahí está, sentado en su excusado sin excusas y con la moral y los pantalones por los suelos: haciendo fuerza y corazón de tripas para que de tanta mierda salga algo bien y algo bueno de una buena vez y por el bien de todos, ¿no?