Raúl quería más, toda una vida en pueblo de mil almas era demasiado poco. Le agregó de golpe tres ceros y se fue a Rosario. Dejó moqueando toda la adolescencia de Mabel que le prometía amor eterno.

Llegó inventando la excusa de cursar ingeniería, las ganas le duraron hasta los primeros exámenes, desertó, le gustaron otras mabeles, menos definitivas pero mucho más sabrosas.

Rápido se hizo un tipo urbano, canchero. No extrañaba la siesta, el cantito en las voces del pueblo ni el andar pachorriento de la gente. Alternó trabajos varios, hasta que manejando taxi en horario nocturno conoció a Alicia, empleada de bingo, bonita, triste y sobre todo, enigmática.

Tres meses seguidos la esperó a la salida. Cinco y diez de la madrugada en punto. Siempre el mismo recorrido. Del bingo hasta la casa de Alicia. Los últimos viajes la dejó con el billete esperando en su mano, Alicia entendió, terminaron en su departamento. Al día siguiente lo mismo, y también el otro y el otro.

Esta vez se enamoró Raúl.

Alquilaron casita en zona oeste. Al principio manejó dos horas más por día para bancar todos los gastos. Después fueron cuatro. Al tiempo le obligó a dejar el bingo. Demasiados hombres juntos para desearla. No quería arriesgarse. Le dijo que era para cuidarla. Se imaginaba padre. Imaginación nomás, ella no quería perder la silueta. Él igual era feliz. No tenía todo lo que deseaba pero se veía más o menos realizado. Ella igual que siempre. Rara, como aburrida, impenetrable; eso sí, bonita y sexy. Y un poco más vieja. Raúl la seguía mirando embobado, como cuando la esperaba a la salida del bingo.

Así estuvieron Raúl y Alicia durante décadas, saboreando dulce y amargo. Él fantaseaba con infidelidades de Alicia, supo perseguirla, pero nunca pudo demostrarlo.

Una mañana soleada de octubre, al volver a su casa encontró una nota escueta sobre la mesa del comedor. No iba más, firmaba Alicia.

Fue Raúl hasta el Parque Independencia, lloró con ganas arriba del auto, percibió gris, hueca y lejana a la ciudad que lo cobijó durante treinta años.

Ahora Raúl está en la barra del boliche de su pueblo. Entremezcla fernet con historias de sus años de taxista en Rosario. Desiste de la última vuelta. Mabel lo espera a las nueve con la cena lista.

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