Resulta complejo encarrilar las palabras de Raúl Barboza en una senda relacionada con clasificaciones, nombres de canciones, rutinas de ensayo, o repertorios previstos para algún concierto. Él habla como su música: libre. Prefiere orientar el curso de su relato –siempre sereno, siempre reflexivo- a cuestiones como las razones históricas y familiares que lo llevaron a ser un músico de chamamé, o los motivos que lo hacen decir que su misión no era ni es hacer música “para ganar guita”. “Allá por fines de la década del setenta, me llamó el director de la compañía en la que grababa para decirme que yo no vendía discos. Y me sugirió que tocara tanguitos de los años treinta, que hiciera un grupito de música tropical, o un trío de chamamé, con un duíto, nada más”, enmarca históricamente. “Cuando dijo eso de `duito nada más`, me imaginé que quería un dúo, porque creía que le gustaba a los paisanos. Yo por supuesto me negué, él me dijo que me iba a llenar de guita y le respondí `maestro, yo no trabajo para ganar guita, yo hago mi música, estudio cuatro horas diarias en la búsqueda de nuevos sonidos`. Y es eso: yo no me repito, no me siento con el acordeón sobre las rodillas para tocar lo que toqué la semana anterior… no soy de ese tipo de artistas”.
Es así pues, y no en forma directa, que hay que ir descubriendo lo que este acordeonista de 85 años, 70 discos y mil pergaminos viene a hacer este martes a las 21 en el Café Berlín (Avenida San Martín 6656), cuando presente su espectáculo llamado “Chamamé sin fronteras”. Y aprovechar de su voz, por supuesto, el por qué del título, vinculado a su experiencia de fines de la década del setenta junto al guitarrista Bartolomé Palermo, que derivó en el disco Los Caminantes. “Todo ese disco se improvisó. No hubo un solo ensayo… solo tocamos `a lo que salió` y esto provocó nada menos que muchos músicos del sur de Brasil, donde yo estaba en ese momento, cambiara la manera de pensar la música guaraní. Eso me puso contento, porque ellos estaban saliendo de un molde que los obligaba a tocar de una manera. De ahí viene entonces el concepto de `chamamé sin fronteras`”.
A este concepto apela una y otra vez Barboza, cada vez que tiene que referirse a un concierto por venir. Puede que los temas sean los mismos, de hecho. O que la lista cambie alguno. Pero lo que es verdad insoslayable es que nunca los toca igual. “Esto es lo que vengo a presentar ahora, como siempre… algo nuevo, ya sea por el sonido, por la distribución de los temas, o por el arranque del instrumento. Es como el día de cada día… no sabés cómo va a amanecer, pero igual hay que vivirlo”, refrenda a PáginaI12, no solo de cara al concierto en la sala porteña, sino también a la gira estival y nacional que lo tendrá como protagonista en el Festival provincial del Chamamé de Puerto Tirol, Chaco (domingo 7 de enero); en la Fiesta Nacional del Chamamé, de Corrientes, donde además recibirá el doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Nacional del Nordeste (sábado 13); y en el Festival de Cosquín, el viernes 26. “Yo toco lo que toco. Los muchachos del trío me dicen `Raúl, hace mucho que no tocamos este tema`, y entonces ahí vamos. Discutimos cómo empezar, y luego salen unas músicas que no estaban en otras grabaciones, y que tampoco estarán en las que vengan”, profundiza el músico, que viene de participar del primer Festival Internacional del Acordeón en Barra Do Ribeiro de Porto Alegre.
-¿De qué otros factores se compone eso que llamás "chamamé sin fronteras"?
-De la utilización de la percusión, por caso. Hasta me han prohibido tocar en el festival de Corrientes, porque decían que eso no era chamamé. La verdad es que si no quieren que venga, no vengo, porque hay muchos lugares del mundo en los que puedo tocar. Es más, cuando me fui a Francia porque acá no tenía trabajo, ni bien me vieron me ofrecieron grabar. Fue cuando me encontré con Hermeto Pascoal, a quien le gustó mucho mi sonido, antecedente de un montón de cruces y experiencias, durante tantos años.
-¿Cuál de esos cruces y experiencias es la que recordás con más cariño?
-Una de ellas viene del disco que grabamos con Richard Galliano, uno de los mejores acordeonistas que hay en el mundo. Antes de grabar el disco con él (Villa nueva), él no me conocía, y yo ni siquiera hablaba francés. Pero igual acordamos en su casa tocar un valsecito dedicado a su hija, luego yo improvisé otro tema y le dije, `yo vengo a tu Francia desde mi Argentina, y vos me mostrás con tu acordeón el paisaje de tu París, y yo te respondo con un paisaje de mi zona guaraní`. Me miró, se sonrió y grabamos, sin ningún ensayo previo. La verdad es que no me gustan los ensayos previos. Es cierto que a veces los hacemos para memorizar algún que otro tema, pero eso no quiere decir que lo vayamos a tocar, tal como lo hemos memorizado. Algo parecido me pasó en Canadá, donde me dieron el título de Caballero de las Artes y de las Letras, pese a que no me conocían ni a mí, ni al chamamé, ni a ningún músico guaraní.
-¿Qué es eso de “Toda la vida volviendo”, más allá del nombre de la pieza que grabaste con Daniel Díaz para Souvenirs Panamericanos, último disco a la fecha?
-Toda una vida volviendo es precisamente lo que hice toda la vida. Tenía 14 años cuando salí de gira acompañando a Julio Luján, “el cantor del litoral”. Para mí era salir, irme de mi casa, y luego volver. Cuando hice mi primera gira al Chaco con los Hermanos Cena, también: anduve por ahí, conocí a los aborígenes de la zona, e incluso al cacique Catán, con quien tuve un encuentro maravilloso, y volví. Y así, toda una vida, volviendo… de Japón, de la China, de la Unión Soviética, del África, de Alemania. Toda la vida volviendo a casa, a darles un abrazo a mis amigos, o un beso a mis padres.
-No hay entrevista en la que, por una u otra razón, no nombres a tus padres...
-Es que ambos son correntinos, ambos de Curuzú Cuatiá, y ambos también son guaraní-parlantes, por lo tanto tengo en mis genes el chamamé, la música que en especial le gustaba a mi madre. Ella me contaba que, cuando venía algún músico a ensayar con mi papá, que era guitarrista acompañante, tenía que salir a la calle, porque yo me movía tan frenéticamente, que le hacía doler el estómago.