El 6 de diciembre, desde esta misma columna, se afirmaba que “Macri (…) ha sufrido una derrota catastrófica porque ahora, poco antes de que la ultraderecha asuma el gobierno nacional, en la Boca se ha demostrado que es posible derrotarla con participación popular y dirigentes a tono con las circunstancias”. El domingo 17, el pogo de la victoria contra Macri -con Román en el medio- corroboraba aquel pálpito y agregaba, a lo catastrófico, lo estrepitoso de la derrota.
La madrugada del 17 trajo imágenes que bien podían ser parte de esos documentales de los “cazadores de tornados” o del Hollywood del terror. Los efectos del vendaval, con ráfagas de más de cien kilómetros horarios, se hicieron sentir en todo el AMBA y, trágicamente, en Bahía Blanca. La fuerza indómita de la Naturaleza, agravada por las manifestaciones del fenómeno de El Niño que, a su vez, se enmarca en el cambio climático negado por Milei, alentaron las esperanzas macristas de que la afluencia de socios votantes disminuiría y, con ello, aumentarían sus chances de triunfo. Grave error. Los socios no se arredraron y concurrieron masivamente a las urnas. Por las dudas, y haciendo gala de su proverbial desconfianza gatuna, Macri se había tomado el palo en la víspera so pretexto de asistir al Mundial de Clubes.
Lo de Milei en la Bombonera fue antológico, por la rechifla y el abucheo con que los xeneizes lo despidieron -configurando así el primer repudio público y popular- pero su imagen en Bahía Blanca quedará en los anales del ridículo. El presidente de la Nación no tuvo mejor idea que llegar a la reunión de emergencia con el gobernador Axel Kicillof disfrazado con una campera militar de combate. Su ministro de Defensa lo secundó en la mascarada, no así su ministra de Seguridad, pero este gesto de pretendida civilidad tampoco consiguió disimular el paso farsesco del primer mandatario quien, en su afán de emular a su penoso par ucraniano, no hizo más que evocar en los memoriosos a los personajes Rambito y Rambón de los inolvidables Alberto Olmedo y Jorge Porcel.
Milei, que se sintió despechado por el faltazo de Macri, logró en Bahía Blanca aquello que Karl Marx aseverara en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”: la Historia ocurre primero como una gran tragedia y se repite luego como farsa. En su caso lo segundo había sido más que evidente. Su disfraz de combate venía precedido de grandes tragedias para el pueblo argentino y, algunas, provenientes de un cielo infernal antes que divino.La clase dominante no trepidó en bombardear la Plaza de Mayo y masacrar a cientos de civiles en junio de 1955. Aquellas bombas y esas metrallas, lanzadas y disparadas desde aviones que en su fuselaje llevaban pintado a mano una V enmarcando una cruz, eran el símbolo de la fe de aquellos golpistas genocidas que se amparaban en la consigna “Cristo Vence” para perpetrar sus crímenes.
Ese hecho de triste memoria, anclado en la tenebrosa “Conquista del Desierto”, en la represión a los obreros de los Talleres Vasena, en las hordas violentas de la Liga Patriótica y en la Patagonia fusilada, resultaría la fragua para los asesinatos del general Valle y los ejecutados en los basurales de José León Suárez, para el secuestro y desaparición de Felipe Vallese en 1962 y de los 30.000 militantes populares a partir de 1976.
Tampoco el dictador Juan Carlos Onganía se privó de usar la mística religiosa para fundar la acción de su régimen autoritario y represivo. Inspirado en la Cité Catholique, una organización francesa creada por el cura Georges Grasset, capellán del ejército francés de ocupación en Argelia y de los torturadores de su Organización del Ejército Secreto (O.A.S.), implantó en varias guarniciones militares argentinas los llamados Cursillos de la Cristiandad, otro experimento nacido en la España franquista. Como mínimo, tres generales del onganiato tuvieron a su cargo la tarea: Eduardo Señorans, Francisco Imaz y Eduardo Conessa, así como antiguos oficiales de la O.A.S fueron los encargados de capacitar a los locales en el uso sistemático de las torturas.
Milei, en cambio, enfundado en su campera militar, trae a cuento aquellas otras tragedias sufridas por el pueblo, justo cuando acaban de cumplirse 47 años de la Masacre de Margarita Belén, perpetrada por militares y policías contra prisioneros políticos y casi en simultáneo cuando uno de sus culpables, el excoronel Horacio Losito, obtiene la libertad condicional.
Pero si ese atuendo presidencial fuera de lugar era casi una mofa para los deudos y damnificados en Bahía Blanca, la repudiada presencia de su portador en la Bombonera resultó ser un preanuncio del triunfo del primer hecho de resistencia popular y ciudadana a su gestión. La invocación a las “fuerzas del cielo” se ve que no le sirvió demasiado, como tampoco a Macri, que habrá rogado para que el temporal no cesase e inundara las inmediaciones del estadio de los bosteros y estos no acudieran a votar.
Uno y otro le erraron fiero, aunque el expresidente fuera más bicho y huyera para otra batalla. Pero nada autoriza al exitismo. El magnífico triunfo de Juan Román Riquelme y de los miles de boquenses que bancan su irrestricta defensa del interés público y el bien común, es un jalón de la resistencia pacífica, pero sólo uno. Hay que esperar disputas más duras todavía en todos los órdenes de la vida social y lo que se impone es preservar las propias fuerzas. La victoria en Boca reconforta y alienta, pero se necesitan muchas más para recuperar la confianza y parir una conducción popular acorde con este momento histórico.