Todo comenzó con un romance, como suele suceder. Este fue entre un docente y una promotora barrial. 

Francisco Javier Zimei, maestro y profesor de matemática, física y química llega a villa Fiorito para ayudar tras una inundación: “Mis padres siempre fueron muy activos socialmente. Desde el ‘67 que mi papá era hermano marista y mi mamá, Rosa Luna, estaba en la JOC (juventud obrera católica). Los docentes llegaron a Villa Fiorito y no había calles de asfalto y teníamos solo un colegio primario”, recuerda Gabriela Zimei, hija de ambos y la actual secretaria de la mutual y coordinadora del Centro Comunitario Villa Urbana, dentro de Fiorito. En 1985 se juntaron las familias y vecinos -recién se iniciaba el periodo de Alfonsín- y el Estado brindaba el dinero para los docentes y la estructura corría por parte dela organización de los vecinos y la mutual. Entre la sociedad civil, la iglesia y el Estado fueron tejiendo la educación en el barrio. 

Desde ese entonces comienza la primera escuela secundaria y hasta 1990 se inauguraron jardines, escuelas y profesorados para que los propios alumnos se conviertan en profesores. Esta lógica no solo respondía a la necesidad de dar trabajo formal sino también a una tarea académica y social específica: “Comenzó en Villa Urbana y luego continuó expandiéndose a todo lo que se llama Cuartel Noveno de Lomas de Zamora. Francisco decía que los docentes tenían que ser del barrio para poder identificar las problemáticas que tenían dentro del aula. Por ejemplo, por qué se dormían los pibes en los pupitres; necesitaban ser de barrios periféricos para poder entenderlos”, comenta Claudio Pretti, conductor de la mutual desde hace 15 años, que a su vez forma parte de una historia de amor con Gabriela, la hija de Francisco, que pertenece a la misma organización. “Los docentes tienen que tener la suficiente experiencia porque los pibes estuvieron muy al límite del sistema, algunos ya han salido. Por la alimentación, por las problemáticas de la violencia, ahora con la ESI (Ley de Educación Sexual Integral) se ha tomado más conciencia pero tienen que estar inmersos en esos temas, en la violencia en la calle. Son chicos que tienen su lugar de pertenencia en las calle”, cuenta Gabriela.

La especialidad de los profesores no solo proviene del estudio sino de su propia experiencia, como si haberlo vivido redujera las distancias entre el sistema y las juventudes vulneradas. Los chicos, “antes no podían acercarse a la educación por la misma distancia que tenía ese problema: por la economía, lo social y la lejanía física. Los adolescentes trabajan, muchos trabajaron en la feria de la Salada, son recolectores de cartón, eso los lleva a hacer cambios de turnos en la escuela”, agrega Gabriela.

La Unidad Académica de Villa Urbana lleva el nombre de Francisco Zimei y engloba jardín de infantes, primaria, secundario para adultos y profesorados. Se convirtió paulatinamente en un polo educativo que a su vez brinda otro tipo de acompañamientos y asistencias. Dentro de la mutual funciona Vientos de Libertad, que trabaja con consumos problemáticos. En palabras de Claudio: “La unidad académica es como si fuera el río Nilo dentro del conurbano: todo el cordón educativo abarca a más de 3500 familias que trabajan en empleos formales, 20 remiserías y 5 líneas de colectivos para que la gente se movilice, y más de 2000 estudiantes que se trasladan todos los días por el instituto”.

Los logros tienen trayectoria, y Claudio recuerda cuando él estudiaba en el secundario para adultos, allá por el 1986. Donde él pudo recibirse hoy reside el Centro Socioeducativo Comunitario de Barrios Populares, coordinado por su esposa Gabriela. Este centro se articula con otras organizaciones como la CTA de Lomas de Zamora. “En la mutual funciona el Movimiento de Trabajadores Excluidos, hay un convenio para que ellos tengan a sus chicos contenidos ahí, brindan un espacio en la nocturnidad, los padres salen a la ruta a cartonear y los pibes vienen a la mutual con todo un operativo que montan ellos donde les dan de comer”,  menciona Claudio. Se denominan Centros Socioeducativos Comunitarios porque reúnen a la mutual con la provincia, el municipio y los vecinos. Incluso el concepto de vecinos es amplio, ya que vienen de toda la zona periférica del barrio a estudiar en el profesorado de Villa Urbana, desde Santa Marta, Bunge o de Villa Centenario.

Como si fueran cajas chinas, las distintas instituciones se van articulando entre sí: la Sociedad Civil, la Iglesia y el Estado. Y a su vez desde diferentes grados, donde interviene el gobierno provincial, los municipios y los concejales. ¿De quién es el crédito entonces? O más bien, ¿se puede decir que estas tres instituciones son políticas? En palabras de Claudio: “Ante el descreimiento de la política en general, ya que últimamente nadie cree en nada, nosotros fuimos a buscar a los pibes al centro de Fiorito para hablar con los padres porque los pibes no van a la escuela y tienen que venir a los Centros Socioeducativos. La política está acá”. Y agrega: “Creemos en la militancia, no creemos en esta mentira que nos dicen de que la política no sirve para nada, todo lo contrario, trasforma la vida de las personas y por sobre todo la vida de los que menos tienen porque les damos dignidad a través de la educación”.

Según datos del INDEC, los jóvenes de entre 18 y 24 años se dividen en un cincuenta por ciento que asiste a establecimientos educativos y otra mitad que no continúa con sus estudios. Y solo el 55 por ciento completó el secundario. La deserción escolar en un país con 56,2 por ciento de niños pobres se convierte en una problemática que aumenta a partir del covid 19. En la experiencia de Gabriela: “Veníamos con una deserción pero la pandemia hizo estragos, a veces no había un celular para trabajar y los centros trabajan de forma integral con las distintas escuelas en búsqueda de estos chicos que no terminaron su trayectoria”. Asimismo, remarca el trabajo de los Centros Socioeducativos de Villa Urbana: “Lo que siempre tratamos de hacer es una unión con las escuelas y los chicos que se atrasaron en el plan educativo, les damos soporte para que pueda la escuela revincularse con ellos. Chicos que trabajan, que tienen consumos problemáticos, que no tienen el hábito de ir todos los días a la escuela”.

Francisco, aquel precursor de la educación en el barrio, recibió en 1992 el premio del Maestro del Año. Pese a ser un reconocimiento que suele otorgarse a maestros de frontera, Gabriela recordó que “mi padre cuando recibe el premio, dijo que acá también era una frontera, que aunque Fiorito está cerca de Capital, eran el día y la noche”. Desde ese entonces, la solidaridad pasó de generación en generación y continúa a través de su hija Gabriela y su esposo, Claudio. “Lo que pasa es que en Fiorito no solo existió un Diego Armando Maradona sino un Francisco Javier Zimei, uno desde el deporte y otro desde la educación demostraron que los pobres que estamos en barrios populares sí podemos estudiar y llegar”, comentó Claudio, con un par de lágrimas y la convicción sensible de su propia experiencia.