Un día se va a contar la historia de un pueblo que para apagar un incendio votó a un pirómano. El 13 de diciembre de 2023 va a quedar en la memoria colectiva cómo el día en que se aplicó, en forma deliberada, la devaluación más brutal de todas las conocidas: un 118,3 por ciento de un día para el otro, y sin anestesia. El aumento descomunal de los precios de los alimentos, los remedios, la nafta, tarifazos en los servicios públicos, en el transporte y en las prepagas, hacen caer todo el peso del ajuste sobre los sectores populares. El que votó dólares, recibirá despidos. Es muy difícil saber hacia dónde va este río en medio del torbellino, pero la historia, tal vez, pueda servirnos de brújula.
“Todos los programas gradualistas terminaron mal”, dijo Javier Milei en las escalinatas del Congreso. Alguien debería decirle que los programas de ajuste de shock terminaron peor. Esta es la peor devaluación desde 1989 cuando en medio del proceso hiperinflacionario se dieron una serie de devaluaciones sucesivas. Ese año la inflación superó el 3000 por ciento anual. Los niveles de pobreza se ubicaron por encima del 60 por ciento y la desesperación de la población dio inicio a saqueos en supermercados en mayo y junio. Empezaron en Rosario y se extendieron por todo el territorio nacional. La represión generó muertos y heridos. Los datos duros de aquellos días esconden mal su rostro humano: angustia, ansiedad, depresión, furia, las mil caras de una crisis muy dolorosa. Pero aún así, con todo lo que esto significa, aquella crisis fue provocada por actores que atropellaron al gobierno de Raúl Alfonsín, lo pasaron por encima. La frase que resumió a la perfección esa impotencia política la pronunció el entonces ministro de Economía, Juan Carlos Pugliese, cuando después de una reunión con banqueros y formadores de precio dijo: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”.
El Caputazo que estamos viviendo habría que situarlo en otra tradición, la de los gobiernos que se proponen golpes devaluatorios brutales como receta económica propia, sabiendo el daño que van a causar, y haciéndolo de todos modos.
Hace muchos años que se habla de ajustes en la Argentina, parte de la metáfora de ajustarse el cinturón, arranca con esa plena conciencia de que lo que proponen es hambre. En 1959 el gobierno de Arturo Frondizi llega a un acuerdo con el FMI y la imposición de ajustar lleva al Ministerio de Economía a Alvaro Alsogaray, pionero del liberalismo moderno argento. Ese fue el momento en el que acuñó la famosa frase “hay que pasar el invierno”. Ahora nos proponen que hay que pasar el verano, pero si se escucha el discurso completo, aparecen todos los clichés actuales: “No hay plata para pagar los sueldos”, “debemos achicar el gasto”, “años de despilfarro y políticas equivocadas”. El Plan Connintes (Conmoción Interna del Estado) fue el recurso represivo para frenar la oleada de protestas sociales que se detonaron. Frondizi no terminó su mandato, lo desplazaron las Fuerzas Armadas cuando el malestar social hacía pensar en un retorno del peronismo.
El Rodrigazo, que Milei citó tres veces en su discurso de asunción, fue un durísimo golpe devaluatorio aplicado por el ministro de Economía Celestino Rodrigo en 1975, durante el gobierno de Isabel Perón. Ejecutó una devaluación del 99,3 por ciento, que nunca hemos olvidado porque marcó un punto de inflexión en nuestra historia. Con el argumento de eliminar la "distorsión" de los precios relativos, Rodrigo impulsó una serie de medidas de shock que incluyeron una fuerte devaluación del peso, aumento de los servicios públicos, transportes y combustibles de hasta el 180 por ciento; y topes a los aumentos salariales acordados en las negociaciones colectivas, con el fin de retrasar considerablemente los salarios reales. Las medidas dispararon la inflación, que pasó del 24 por ciento en 1974 al 182 por ciento en 1975, dando inicio a una década y media de tasas de inflación superiores al 100 por ciento anual. Se produjo el desabastecimiento de gran cantidad de productos esenciales, entre ellos alimentos, combustibles y otros insumos para transporte. Rodrigo asumió el 2 de junio de 1975 y a los dos días de asumir anunció una política de shock diseñada por el viceministro Ricardo Zinn, economista ligado a José Alfredo Martínez de Hoz y a las nuevas corrientes neoliberales, y que luego ocupó un puesto importante en el equipo económico de la dictadura de Jorge Rafael Videla, donde sería el autor del eslogan "achicar el Estado es agrandar la Nación". La reacción popular fue tremenda, por primera vez un gobierno peronista tuvo que sufrir un paro general convocado por la CGT, fueron 48 horas de parate total con tomas de fábricas y movilizaciones. Gran parte del poder adquisitivo de los trabajadores pudo recuperarse, pero enormes sectores populares y de la clase media quedaron arruinados. Fue una herida de muerte para el gobierno de Isabel, López Rega tuvo que irse del país y los sectores dominantes argentinos terminaron por concluir que, sin dictadura, era imposible imponer un ajuste de esas características.
El 22 de noviembre de 1976, la dictadura encabezada por Videla, amigo de la actual vicepresidenta, impuso una devaluación del 79,6 por ciento. Cómo toda devaluación, no se trata sólo de un aumento generalizado de precios, si no de algo más significativo: es una transferencia gigantesca de riqueza desde las mayorías hacia los sectores exportadores y financieros. En ese momento la resistencia era imposible y miles de personas morían asesinadas, torturadas o detenidas. Pero sobre el final de esa misma dictadura, durante el gobierno de Reynaldo Bignone, el 6 de julio de 1982 se hizo una devaluación del 70,6 por ciento y la reacción popular fue de magnitud. Si a eso le sumamos la derrota en Malvinas, se puede entender por qué sólo unos meses después tuvieron que anunciar la apertura democrática.
El gobierno de Fernando de la Rua fue diseñado desde su origen para ajustar. Armó un gabinete en el que puso economistas hasta en el Ministerio de Educación. El momento más bizarro fue el anuncio en 2001 de Ricardo López Murphy de recortes por 2 mil millones de dólares: el ministro solo duró 15 días en el cargo, pero el mismísimo presidente se terminó yendo en un helicóptero en la mitad de su mandato.
Estamos viviendo la locura en desarrollo de un golpe sobre los bolsillos populares que supera todo lo conocido y nadie sabe a ciencia cierta cómo será la reacción popular. Por las dudas, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dio a entender que se reprimirá duramente la protesta y se les cobraran los operativos represivos a los manifestantes. Ya no será gratis ni ser reprimido.
La nafta subió un 72 por ciento en una semana. A este ritmo, el 160 por ciento anual del gobierno anterior va a parecer un paraíso. Ahora se viene la inflación sana, la de la gente de bien, la de las fuerzas del cielo. No como la inflación peronista que era negra, sucia y grasa. Las mayorías populares votaron a un hombre con una motosierra que prometía ir contra la casta. Esa ilusión ya se desplomó. La gran pregunta que nos rodea es ¿cuánto está dispuesta a tolerar la sociedad argentina? Y solo los hechos van a traer la respuesta.