“Todo lo que pueda estar en las manos del sector privado, va a estar en las manos del sector privado”. La consigna es contundente y marca el nuevo (viejo) signo de los tiempos. Es un salto de escala: pasamos de la quimera de una economía de mercado a la distopía de una sociedad de mercado, en la que todo se pueda comprar y vender.
Si ya vivimos en un escenario de fuerte exclusión social, se viene una etapa de agravamiento de esas brechas. Grandes mayorías de la población van a ser descartadas en los próximos meses del mundo del trabajo y verán agravada la pérdida de sus ingresos y sus derechos básicos. Al mismo tiempo, los sectores que lograrán permanecer incluidos se verán invitados a retirarse en la esfera privada, buscando conservar esa integración, sabedores de que allí afuera hay un ejército de reserva creciente.
Ante este imperio de lo privado, la pregunta fundamental es ¿qué posibilidades quedan para la intervención en lo público? En especial, si entendemos a “lo público” no tan sólo como la esfera estatal sino, en todo caso, como aquel espacio en que una sociedad debate y propone soluciones para los problemas en común.
Los comicios pusieron al descubierto la inestabilidad del vínculo entre la clase dirigente y la ciudadanía. También, una fractura aguda en las preferencias electorales de las y los trabajadores formales e informales; y una acentuación de los intereses provinciales. Fueron demostraciones del malestar de una sociedad descreída y desconectada de la política y simbolizan el agravamiento de una crisis de representación que excede la fragilidad de la relación entre el Estado y los ciudadanos y que, por el contrario, también desgasta la legitimidad de la enorme mayoría de los actores institucionales.
La Argentina hoy se presenta como un conjunto de realidades segmentadas e incomunicadas entre sí. Esta fragmentación quita, sin duda, la capacidad de incidencia efectiva de la sociedad sobre la marcha de nuestro país. ¿Cómo hacemos para volver a unir esas islas? ¿Cómo hacemos para saltar de una burbuja a otra y conectarlas?
Ante la fragmentación de la sociedad civil, el debilitamiento de las instituciones estatales y la reducción de los espacios públicos, hoy es necesario volver a unir las cosas, re-unirnos con más frecuencia, recuperar la palabra, volver a debatir los temas que nos pertenecen a todos.
Como comunicadores, tenemos como tarea central fortalecer los espacios de encuentro y de escucha mutua entre los actores políticos, económicos y sociales que reivindican lo que es común, que construyen lo público en contraposición a lo privatizado. Y debemos hacerlo con la participación de los propios actores involucrados, para generar un sentido de pertenencia y una legitimidad de doble vía (tanto de los actores como de los espacios generados). Poner en valor ese universo de palabras y de voces para debatir los problemas que tenemos en común no debe verse como una cuestión principista o moralista, sino de una estrategia de lucha, porque nuestra tarea es llegar a las mayorías y construir un nuevo horizonte de futuro con esas mayorías.
El desafío es construir espacios públicos más cercanos, más próximos, que trasciendan lo mediatizado, que vuelvan a vincularnos en los territorios concretos. Y que vuelvan a vincular a los territorios entre sí. Crear comunidad, generar espacios que permitan el diálogo y la escucha, la comprensión profunda de las decisiones de aquellos que no piensan cómo nosotros. Se trata, en cierto modo, de volver al origen de la palabra “comunicación”, que no es otro que “establecer una comunidad con alguien”.
* Licenciado en Comunicación UBA. Periodista