Fernando Prats, en su exposición “Dos minutos y medio para el mediodía del 11 de septiembre de 1973”, manifiesta lo que plantea Jean-Luc Nancy: “Un cuerpo no está vacío. Está lleno de otros cuerpos. Quizás esa sea la experiencia de la herida. Aunque cicatrice, siempre permanece en ese lugar del cuerpo político, en ese exacto lugar en el tiempo, en su invisible perpetuidad”. Una perpetuidad que se hace visible con el resultado del último domingo, donde la constitución de Pinochet de 1980 se vuelve a ratificar, tras cuatro años y dos intentos fallidos para su sustitución. Con dos proyectos totalmente opuestos que evidentemente no pudieron dar cuenta del sentir colectivo y que ponen en relieve dos realidades que conviven en un mismo Chile.
El 17 de diciembre fue la primera vez que fui vocal de mesa en una escuela de Buenos Aires. Mientras transcurría la elección, conocí a Leonor. Ella, tras el plebiscito de salida del proceso constituyente de 2022, decidió mudarse a Argentina. Fue su manera de encontrar una salida ante la desilusión de haber estado muy cerca de sepultar una herencia infame de la dictadura militar. Fue su manera de transitar el shock que le significó este resultado. Poner su propio cuerpo en movimiento para encontrar refugio en otro país. Lo cierto es que todo está pasando en distintos tiempos. El triunfo de Milei se asume como el descontento por la economía inflacionaria, que termina modulando todo. El miedo económico es lo que impera, es lo que se impone en Chile, en Argentina y en todas partes.
La gente se levanta, se subleva, pero después llega el momento de la votación y se retrotrae, porque lo que predomina es el imperio del dinero, ya sea a través del temor de seguir perdiéndolo o del deseo de multiplicarlo. Pero lo que no se toma en cuenta es que desde los dos lados del espejo se da el capitalismo neoliberal: el defensor a ultranza de la propiedad privada sobre los ingresos de los sectores populares. Gente que va a tener muchos más ingresos mientras la mayoría va a sufrir hambre. Ya no es la tortura con métodos asociados a la terapia de choque (que establece Naomi Klein en La doctrina del shock), sino las políticas impopulares que pueden ser permanentes y legitimadas por la propia ciudadanía por medio de la voluntad popular en los comicios. Es la forma de una nueva política de shock. No a través de las torturas de los centros clandestinos, sino una tortura mucho más visible, conformada por las promesas de campaña. Walsh explica en su “Carta abierta” que la motivación de fondo siempre es la económica. En Argentina, el propio presidente Javier Milei, antes de asumir, expresó un feroz ajuste y a pocos días de su asunción se ha convertido en su política de gobierno. Para Walsh, durante la dictadura militar, “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.
La sangre
En la película El Conde, de Pablo Larráin, Pinochet aparece encarnado en la figura de un vampiro que vuelve a hacerse niño para conseguir su perpetuidad en el poder, como la actual Constitución, que fue ratificada una vez más el domingo pasado. Esta idea de alimentarse de los otros, sin reparos ni tapujos, sería la perpetuidad de nuestra actual Carta Magna, que no puede desaparecer. Este último referéndum estaba impulsado una parte importante del Partido Republicano, fundado por el ultraderechista, pinochetista y excandidato presidencial José Antonio Kast. Hijo de un oficial nazi de la Wehrmacht, con una familia vinculada a la dictadura militar, con un hermano que formaba parte de los Chicago Boys (formados en la escuela ultra-neoliberal de Milton Friedman), Miguel Kast lideró la reforma económica siendo ministro durante la dictadura de Augusto Pinochet.
La cicatriz
A partir de la recuperación de la democracia, en 1984, la generación de políticas públicas en Derechos Humanos colocó a la Argentina como un referente. No es casual que Milei y Kast quieran avanzar en contra de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia; o que marquen un retroceso en políticas vinculadas a género y disidencias (que intentan avanzar en materia de derechos humanos y políticas de igualdad). En Cuerpos que importan, Judith Butler postula que hay un dominio de cuerpos impensables, abyectos, invisibles y como en todo dominio, existe aquello que fue excluido de la esfera propiamente dicha del sexo y que incide radicalmente en el horizonte simbólico, según el cual unos cuerpos importan más que otros.
El estallido social chileno fue protagonizado por cuerpos que no importaban, que sufrieron violencia institucional, que fueron mutilados, cegados, humillados y muertos. Sin esos cuerpos no habría sido posible pensar una nueva Constitución para Chile y menos dos procesos constituyentes. A pesar de ello, volvimos al origen: la constitución del ochenta. Han transcurrido más de cuarenta años y solo hace cuatro años el pueblo salió a las calles contra la Constitución de 1980, signo inequívoco del continuismo de la dictadura pinochetista. Hubo un estallido social y posteriormente asumió Gabriel Boric, trayendo nuevos aires a una política desgastada por los gobiernos de la Concertación, dando una mayor visibilidad al Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, e integrando representantes de otros sectores no tradicionales como el partido comunista. La Ministra Secretaria General de Gobierno, Camila Vallejos, y la Alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, dan cuenta de este cambio. Pero no se pudo concretar el proyecto mayor: una nueva constitución para Chile, que acabaría con la herencia de Pinochet.
Esta herencia no pudo con el deseo de los chilenos que esperamos que el sentir de agobio que se manifestó el 18 de octubre de 2019 no se acabe nunca y jamás se olvide. Porque siempre el cuerpo es un portador de memoria. Como aquellas mujeres que danzaban el baile tradicional de Chile, la cueca, llevando en sus manos las fotos de sus familiares desaparecidos. En 1987, Sting compuso la canción “Ellas bailan solas”, que se refería al luto de estas mujeres. José Watanabe, en el poema “El maestro de kung fu”, escribe sus últimas líneas refiriéndose a una verdadera danza cuando nos enfrentamos a nuestros adversarios: “Ninguno vence nunca, ni él ni él, / y mañana volverán a enfrentarse. / -Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario / cuando danzo- me dice el maestro. / Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí”. Desde la vereda de enfrente, danzaremos una y otra vez, heridos, hastiados, enajenados. Pero como Gardel con su sonrisa, su sombrero y su cadencia melodiosa, Espinoza siempre está volviendo. Baruj, el maldito, el excomulgado por quienes no quisieron o no supieron comprenderlo, regresa a través de los siglos y nos sigue cacheteando con su frase más potente: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”.
En esta encrucijada, una vez más, tenemos la posibilidad de reapropiarnos de nuestro propio cuerpo, de nuestras palabras y de nuestra identidad. O entonces serán otros cuerpos los que nos habiten, otras palabras las que nos hablen y otros silencios los que nos sigan callando.
*Stefanie Muñoz es docente universitaria y gestora cultural.