No es casual que Texas sea el estado más embanderado con las políticas contra los inmigrantes que llegan desde el sur del río Bravo. No se trata solo de una cuestión conflictiva en la frontera con México. Ni de políticas en clave actual declamadas por su gobernador, el republicano Greg Abbott y su mano dura, racista. No en vano el senado local aprobó en 2021 una reforma en los planes de estudio para que los docentes no enseñaran la historia de la esclavitud, el Ku Klux Klan y hasta la obra de Martin Luther King en las escuelas. Ultraconservador, pro-armas, segundo en población y tamaño en EE.UU, con casi el 40 por ciento de ciudadanos de origen hispano y este grupo en franco crecimiento, sus autoridades no solo deportan hacia el exterior. Lo hacen también a nivel interno. Conocida es la decisión texana de enviar migrantes latinos hacia las llamadas ciudades santuario, como Chicago, en Illinois.
La historia de Texas (era parte de México hasta 1836 cuando se llamaba Tejas) tiene sus cimientos apoyados sobre la fragmentación de su vecino. El país que gobierna Andrés López Obrador con quien suele polemizar Abbott sobre asuntos fronterizos. Una de los últimos cortocircuitos fue cuando el gobernador colocó boyas con alambres de púas sobre el río Bravo para entorpecer el cruce de los migrantes. Pero esos artefactos se desplazaron hacia aguas mexicanas y el republicano tuvo que retornarlos hacia la jurisdicción de su estado.
República independiente entre 1836 y 1845, una vez que logró su autonomía del país al que había pertenecido, Texas resultó anexionado por EE.UU. Es el territorio más rico en recursos naturales entre todos los que el imperio incipiente lograría apoderarse después de la capitulación de México en una guerra (1846-1848) que finalizó con el tratado de Guadalupe Hidalgo. Estados Unidos se quedó en total con casi 2,5 millones de kilómetros cuadrados, poco más de la mitad de su vecino.
Hoy esas tierras se ubican en California, Nuevo México, Nevada, Utah, una parte de Colorado, Kansas, Oklahoma y Wyoming, más la totalidad de Texas. El kilómetro cero del expansionismo estadounidense en su transición de país agrario a capitalista incipiente comenzó en esa época. Como toda indemnización, la potencia anglosajona le pagó a su vencido unos 15 millones de dólares.
Uno de las razones determinantes de la invasión de México fue llevar los límites de EE.UU hacia el sur para que los estados esclavistas ampliaran las fronteras de su sistema de explotación. El séptimo vicepresidente norteamericano John Calhoun está entre los políticos esclavistas que más influencia ejerció en aquel momento. Decía: “Nada más fluctuante que el valor de los esclavos; una de las últimas leyes de Luisiana lo redujo en 25 % a las dos horas de conocerse el proyecto de prohibir la exportación de esclavos. Si nos tocara la suerte – y confío en que así sucederá – de adquirir Texas, el precio de los esclavos aumentaría”.
Las cifras difieren según el historiador o economista que las cuente. Pero los registros siempre evalúan por millones a los pobladores que fueron arrancados de África para ser llevados a América en los barcos negreros que cruzaban el Atlántico. El primer censo de esclavos en Estados Unidos, según Karl Marx, arrojó 697.000 en 1790. Pero ya en 1861, al comienzo de la Guerra de Secesión, la cifra ascendía a unos cuatro millones. Hay quienes llevan esa cantidad hasta los 13 o 15 millones si se cuentan todos los que eran sacados del continente africano en dirección a América en general. Jean-Baptiste du Casse, un administrador colonial francés, da un número mucho mayor contando a quienes morían por el camino. Lo cita Gastón García Cantú en su libro Las invasiones norteamericanas en México.
Los colonos que Estados Unidos había estimulado para que se instalaran en tierras que México no tenía cómo controlar en las primeras décadas siglo XIX, serían precursores, primero en la creación de la república independiente de Texas por casi nueve años y después en el ingreso como estado número 28° de EE.UU.
Citado por un artículo de la BBC News, el historiador y escritor Henry William Brands, autor de La nación de la estrella solitaria: la épica historia de la batalla por la independencia de Texas, de 2005, sostiene: “La Revolución de Texas, que hoy en día sigue siendo ampliamente debatida y cuestionada, tenía que ver en parte con la preservación de la esclavitud en Texas, que se oponía a una ley del gobierno mexicano para abolirla”. En 1829, México había derogado la esclavitud.
En la constitución de Texas de 1836, casi una copia de la carta magna de Estados Unidos de 1787, se les dio una jerarquía superior a los derechos humanos y libertades de la población anglosajona, por sobre sus habitantes de origen hispano o mexicano y, sobre todo, los esclavos negros y los pueblos originarios.
Texas amplió el perímetro territorial de EE.UU después de las compras de Luisiana y la Florida, y antes de Alaska, el más extenso estado de 1,5 millones de hectáreas adquirido en 1867 al zar de Rusia por la irrisoria suma – en perspectiva histórica – de 7,2 millones de dólares.
Abbot gobierna hoy con su política anti-inmigrante el estado con el segundo PBI por habitante del país. Controla también las riquezas de su suelo – petróleo, gas - y energías limpias. Texas tiene un nivel superior de desempleo para la media nacional – supera el 4 por ciento – y la principal preocupación del gobernador continúa siendo la migración que llega desde el sur. Por eso firmó a comienzos de esta semana su paquete de leyes que otorga facultades extraordinarias a la policía local para arrestar y deportar a extranjeros sin pasar por un proceso judicial.
Para esa política expulsiva obtuvo el respaldo de Donald Trump, quien lo visitó en Texas a fines de noviembre. El expresidente va primero en las encuestas de la interna republicana para los comicios del 2024 y le dijo en público: “No tendrás que preocuparte más por la frontera, gobernador. No tendrás que preocuparte por la frontera en Texas o Arizona o en cualquier otro lugar”. Su promesa quedó para el primer día de gobierno si logra volver a la Casa Blanca: “Voy a poner fin a todas las políticas de fronteras abiertas de la Administración Biden, voy a parar la invasión por la frontera sur y comenzaré la más grande y masiva operación de deportación en el país”, dijo Trump, quien todavía debe sortear varias causas judiciales.
A 175 años de la guerra que terminó con el despojo de México por EE.UU, y que se había iniciado con la invasión de Tejas por colonos y aventureros, hoy la tolerancia es cero contra el fenómeno migratorio que se da al revés.
Trump y Abbott no se quedaron conformes con el muro a medio levantar, las boyas, las cercas, el despliegue de la guardia nacional y toda la maquinaria destinada contra la molesta presencia de vecinos del patio trasero. “Nuestro país está siendo invadido. Esto es una invasión”, declaró el magnate que cuando era presidente despidió de sus hoteles a personal destacado por una condición: era indocumentado. A unos 1.500 los dejó en la calle durante la pandemia de 2020.