Desde el principio de los tiempos los ríos fueron transporte de comercios y culturas. Y de invasiones también, porque antes las distintas tribus los convirtieron en líneas divisorias ya que resultaba más claro y fácil: de aquí hacia allá, ustedes. Y de esta orilla hacia este lado, nosotros. Luego llegaron los poetas y los juglares y después los escritores y cantantes varios.

Muchas veces se usó la figura del río: aparecieron justificaciones políticas cómo “cruzando ríos de sangre”, y luego las canciones de lástima sobre “los espaldas mojadas del Río Bravo”, o para enumerar las dificultades quedó “atravesar el Cacheuta” (río que tiene dos metros de ancho, pero donde O´Higgins quedó del lado equivocado), y más acá en el tiempo, vinieron los amores contrariados de García Márquez sobre el Río Magdalena. Incluso nombramos muchas veces los ríos Éufrates y Tigris, que en aquella época de estudiantes nadie sabía dónde corno quedaban pero que conectábamos automáticamente con asirios y caldeos que a su vez venían en directa relación auditiva con medos y persas.

El devenir de la historia y sus asuntos posteriores dependieron -siempre- de qué lado del río estaban. Y cuáles eran las diferencias que resultaban de esas decisiones, que en el principio de los tiempos eran impredecibles.

Casi igual que ahora, aunque lo nuestro es un poco más fácil porque si tomáramos el Rio Matanza como línea, al norte está la Capital Federal, y al sur la provincia de Buenos Aires. Y las diferencias están a la vista.

Por ejemplo, si una mañana alguien enciende la tele, aparece un funcionario que vive y ejerce al norte del Matanza hablando de lo que (se supone) será el plan económico del gobierno nacional y concluye fácilmente en la solución, diciendo que: ”hay que ser austero y tratar de tener más ingresos. Prefiero eso y no que me regalen. Yo no quiero regalos de nadie. Basta de regalar, andá a trabajar. Hay que recortarse, cada uno en distintas medidas. Uno recortará la plataforma para ver películas, otro dirá que no usa más el auto, y otro tendrá que elegir, no hay desayuno o no hay almuerzo, y tendrá una comida por día. En distinto nivel, todos estamos recortando. Es una realidad, es lo normal, y no nos tiene que dar vergüenza decir, mirá, tuve que achicarme”. Lo dice mientras agita su mano en cuya muñeca reposa un Tag Heuer con cronometro y altímetro. Habría que buscar con lupa para encontrar una forma más miserable de explicar “la normalidad”.

Pero si aquello pudiera resultar estresante, puede uno entrar en Twitter y ver a una diputada oficialista cantando No llores por mí Argentina en inglés, en el baño, envuelta en una toalla, atrás de sus desodorantes y cremas. Y si eso es muy pueril, podés poner un canal de Capital Federal viendo como otro diputado pro oficialismo concluye en público que a los opositores de izquierda hay que darles cárcel o bala. Y si así y todo quisiera uno permanecer al norte del Río Matanza, y todo esto le resultara muy bizarro o urticante, siempre queda la posibilidad de relajarse un poco viendo cómo Biondini (¡Biondini!) corre a los Milei's groups por izquierda.

Al norte del rio Matanza, donde hoy se inventa la política nacional, y cientos duermen en la calle, está bien todo lo que se pueda pagar, o castigar, o comer una vez al día si no te alcanza la plata. Y las amenazas de muerte a los opositores mejoran bastante si se las sazona con una rubia cantando en el baño, en inglés. Y todo en nombre de la libertad.

Pero siempre se puede cruzar el río. A pie, en auto, en bote o en colectivo. Hasta en tren se puede cruzar y encontrarse con otras cosas. Por ejemplo con la falta de silencio, tan distinto a lo que sucede, sin ir más lejos, en el congreso, donde parece que nadie tiene nada para decir, lo que nos permite pensar que todos los diputados y senadores están de acuerdo con un gobierno nacional que todavía no conforma gabinete de ministros, o si los hay no los vimos jurar ni aparecer en el gobierno mas ideologizado del que se tenga memoria, y que llegó ahí despotricando contra “las antiguas y desgastadas ideologías” de la mano de los desconocidos de siempre.

En la provincia no. En la Provincia de Buenos Aires se levanta la voz. Y fuerte. Y se defiende a los ciudadanos.

No se sabe qué extraña alquimia hizo que a doscientos metros al sur, atravesando el río, la diferencia sea tanta. Quizá las inclemencias a las que este sur fue sometido por una Capital Federal, de un país pretendidamente federal que ha vivido mirando al norte. Pero lo cierto es que el derecho a la comida, a la casa, al ingreso digno, a los derechos, se defienden desde el gobierno de la provincia. Un gobierno cuya gestión es indiscutible donde, como dijo el propio gobernador “todo se hace desde un gabinete militante. Eso fue y eso va a seguir siendo”. Y lo dice asintiéndose a si mismo con la cabeza mientras habla, y tras cartón saluda especialmente a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, dando razón de la utilidad de la ideología, de la recuperación (y finalmente del salvataje) del proyecto político que lo llevó hasta allí, y desde donde pudo, junto con su gabinete de gestión militante, no solo mantenerse a flote en medio del naufragio de desastre político nacional con un final dramático, sino ir más allá, y proyectar un futuro para las y los bonaerenses, dejando claro que más allá del respeto a la votación nacional, en la provincia la gente eligió viviendas, distribución, educación, inclusión, ascendencia social y crecimiento, caminos y cloacas. En síntesis, más derechos. Y sin quererlo y para nuestra suerte, profundizó la grieta, que tiene agua. Y es un río con dos orillas claras.

Ahora que todos sabemos que pasa en ambas márgenes, es cuestión de decidir de qué lado uno se pone, (desde que las consecuencias ya no son impredecibles) porque aunque suene raro, hay que empujar el río.