En algunos ámbitos académicos donde se empezó a problematizar la cultura metalera argentina como un hecho digno de las ciencias sociales, la figura de Ricardo Iorio siempre se presentó a través de su omnipresencia: nada de esa escena podía ser entendido por fuera de esa figura. Esa línea histórico-teórica encontraba, entonces, un obstáculo material. Y fue ahí donde apareció la figura del "parricidio": había que matar al padre para poder evolucionar.

La idea era muy poderosa, aunque imposible de concretar. Se trataba de una metáfora, claro; no de acabar con la vida de Iorio. Muestra de esto es que, tras su muerte, el concepto teórico permanece inveterado: todo sigue sin poder entenderse por fuera de su influjo, tal como sucedió el sábado pasado en Obras, donde La H No Murió llenó el estadio con un repertorio exclusivo de Ricardo. Lo que se analizaba era la imposibilidad que esa escena tenía de generar por fuera de él algo tan caro a su esencia: la épica.

Más acá en el tiempo, y sacando todo tipo de ascendencia a los proyectos o derivaciones de Iorio, solo una propuesta logró romper esa barrera para instalar su propio standard. Fue Asspera, apenas dos años atrás, en el Luna Park, lugar al que el metal criollo llegó solo algunas veces (y fundamentalmente por Rata Blanca). Y Asspera, de hecho, lo hizo dos, porque repitió en 2022 junto a el El Bananero. Discos como Hijo de puta, Viaje al centro de la verga, Cada vez más pelotudos o Incogibles plantearon, acaso, que las solemnidades del jevi argento también pueden ser interpeladas por una forma bizarra de entender esa cultura.

Es una discusión a cielo abierto sobre las ideas imperantes con un buen basamento musical. Y un proceso similar sucede entre los consumidores de esta música. Muestra de eso es La Venganza de los Termos, un grupo de Facebook que mezcla el fanatismo con el shitposting (tal como también había pasado con la liturgia ricotera).

Queda, sin embargo, una reminiscencia de aquel metal orillero y suburbano. Un testimonio de época, como cualquier otra. Solo que ésa vuelve a repetirse en un loop estacional. Por eso, las canciones que dan cuenta de eso se eternizan. Lo sabe La Renga, que se apresta a colmar cuatro canchas de Racing en su primer paso dentro de la nueva era del deshielo social. Y lo verificó Babasónicos este sábado ante 55 mil personas en el Campo de Polo, donde demostró también que toda puesta es política.

Con La H No Murió ocurre algo que comparte el regusto de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado: la puesta de un repertorio que no es completamente propio, pero del que se tuvo parte en mayor o menor medida. Un repertorio, además, intergeneracional: las canciones pueden tener dos décadas, tres o cuatro; lo mismo que su público. Gil trabajador representa al pibe de los años '90 igual que al de ahora: todos donamos sangre al antojo de un patrón por un mísero sueldo.

La H y Los Fundamentalistas celebran del mismo modo una especie de contrato colectivo para evocar lo ajeno. Ajeno al tiempo. La diferencia entre la portación o militancia de ambos legados es que el Indio consagró su representación en Los Fundamentalistas, quienes en todo caso tuvieron un rol secundario en canciones recientes y ninguno en las de Redondos. Mientras que La H detenta cierto núcleo creativo de Hermética (particularmente las composiciones del Tano Romano), aunque con la histórica reprobación de Ricardo Iorio.

La misma noche que los Baba ocupaban el Campo de Polo, La H llenaba Obras por cuarta vez desde que replica este formato iniciado en 2017. Durante todo ese tiempo, el grupo logró ni más ni menos que lo que ofrecía: recobrar el repertorio histórico de los discos Hermética, Ácido argentino y Víctimas del vaciamiento con estándares de sonido en vivo que entonces eran impensados. Canciones que tienen entre 30 y 35 años. ¿Cómo es que siguen calando hoy? Quizás porque tocan fibras inherentes a la juventud criolla de todos los tiempos: la masa anestesiada, los vientos de poder, las víctimas del vaciamiento.

En la época posterior a la separación de Hermética, sus bandas derivadas construyeron un Boca-River en la época donde los maniqueísmos se instalaban como la forma de entender la cultura rock doméstica: Redondos vs Soda Stereo y punks contra rolingas labraron una grieta a la que también abonaron los hinchas de Almafuerte contra los de Malón. Iorio contra todos (una vez más). Era impensado que el seguidor de un grupo luciera una remera de tal en el recital del otro.

Por suerte el tiempo recordó algunas prioridades y despejó la equis del sinsentido: en el show de La H (que no es otra cosa que la formación actual de Malón haciendo canciones de Hermética) hubo un discreto recuerdo a Iorio en el inicio, con la exhibición de fotos. Aunque el principal homenaje lo terminó dando una bandera de Ricardo colgada por algunos fanáticos sobre la popular que da a Avenida del Libertador, a espaldas del acceso principal.

Una vez terminado el show, todo el que se retiraba de la sala venía el trapo en altura, como si colgara del cielo. Y lo saludaba en una especie de despedida final antes de recuperar la calle de la cruenta realidad de hoy que se sigue explicando con canciones de ayer y para siempre.


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