SALTBURN - 5 puntos

Estados Unidos/Reino Unido, 2023

Dirección y guion: Emerald Fennell.

Duración: 131 minutos.

Intérpretes: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Archie Madekwe.

Estreno en Prime Video el viernes 22.

No se trata de una idea muy original, ya que varias reseñas lo han señalado: cuando Saltburn comienza a desenrollar el ovillo del tercer acto la cabeza del espectador no puede sino unir las seducciones al hilo del Teorema de Pasolini con las trapisondas ingeniosamente fatales del talentoso Ripley, el famoso personaje creado por Patricia Highsmith. En su segundo largometraje, la británica Emerald Fennell –quien ya había demostrado su talante para la provocación con Hermosa venganza, particular aproximación al universo del film de “violación y venganza” que terminó ganando el Oscar al Mejor Guion Original en 2021– eleva la apuesta con una mirada ácida a la lucha de clases. 

El problema con Saltburn, comedia negra de costumbres y nuevo ejemplar de menosprecio a la especie humana disfrazado de coqueta misantropía, es que su escalpelo, por afilado que se vea, apenas si horada la superficie de aquello que pretende inspeccionar en la camilla de vivisección.

Para encarnar al (¿anti?) héroe, la realizadora convocó al joven en vertiginoso ascenso Barry Keoghan, rostro familiar gracias a sus participaciones en Los espíritus de la isla, Dunkerque o la serie Chernobyl, por citar apenas tres ejemplos. La primera imagen de Oliver Quick, cuando ingresa becado a la universidad de Oxford en algún momento del año 2006, lo describe como un joven retraído y estudioso, del tipo nerd, al tiempo que su inmediato objeto de atracción y obsesión es un chico fachero, rico, popular y algo engreído llamado Felix (Jacob Elordi, el Elvis de Priscilla). La amistad –extraña, despareja, como suele ocurrir tantas veces en la adolescencia e incluso un poco después– no tarda demasiado tiempo en eclosionar, y Oliver se convierte en uno de los laderos más cercanos del macho alfa, siempre rodeado de las estudiantes más bellas. La introducción culmina con una invitación a pasar una temporada de descanso en la mansión familiar de Felix, que se erige en plena campiña y lleva un nombre propio, como corresponde a la alcurnia británica y también a la tradición del melodrama gótico: Saltburn.

Y en Saltburn, más allá de una recepción que conjura varias incomodidades, Oliver (que no por nada lleva el apellido Quick) rápidamente comienza a moverse como pez en el agua. O, más convenientemente, como un ángel en el paraíso terrenal, alguien capaz de seducir y enriquecer la vida de los habitantes de ese microcosmos endogámico: el propio Felix, su hermana Venetia (Alison Oliver), su madre (Rosamund Pike) y su padre (Richard E. Grant). Cada uno de ellos, más allá de la evidente excentricidad de costumbres y modales, es dueño de una o varias zonas erróneas usualmente atribuidas a las clases más acomodadas –la falsa cortesía como señal hipócrita, el uso y descarte de amistades y relaciones, la tristeza de los ricos– y otras que forman parte de la humanidad toda, más allá de los escalones sociales. Y así, Oliver se amolda y adapta hasta que su presencia resulta imprescindible, aunque más temprano que tarde la posibilidad del dolor y la tragedia se transforma en la más concreta realidad.

El estilo de Fennell es colorido y barroco, ostentoso en varios pasajes y definitivamente autoconsciente. No era indispensable utilizar un espejo que refleje varias veces el rostro del protagonista para comprender las resonancias de su mutante personalidad, pero Saltburn la produce y exhibe para que no quede duda alguna. Tampoco era necesario que durante una noche de karaoke familiar la letra de “Rent”, de los Pet Shop Boys, pusiera en evidencia que alguien ama y el otro, como contraprestación, paga el alquiler. Pero así se va perfilando el trazo grueso que, en determinado momento, abandona la ironía y se entrega por completo a los excesos formales de un relato de suspenso sobrecosido. Un plato vistoso que se devora con los ojos pero que, al entrar en contacto con las papilas, demuestra su falta de sustancia y sabor.