La etimología del título original, Dumb Money, se aclara a los cuatro minutos de comenzada la película: una manera de ridiculizar a los pequeños inversores por parte de los gigantes de Wall Street es llamarlos “dinero tonto”. Es que no hay forma de que un ciudadano común y corriente apueste contra los grandes capitales y salga ganando, aunque... El nuevo largometraje de Craig Gillespie es una comedia asordinada que recrea con las armas de la ficción el muy reciente caso conocido como GameStop, una típica situación de pigmeos contra gigantes en donde las reglas de juego del capitalismo terminan inclinándose –temporalmente, desde luego– hacia el lado de los pequeños jugadores. En otras palabras, una excepción que confirma toda las reglas. El director de Lars y la chica real, Cruella y Yo, Tonya se basa en hechos reales ocurridos a comienzos de 2021, aún en plena pandemia de covid-19, cuando se produjo “un estrangulamiento de posiciones cortas de las acciones del minorista estadounidense de videojuegos GameStop en varias bolsas de valores, lo que provocó importantes pérdidas financieras para los vendedores en corto, incluidos ciertos fondos de cobertura”, según explica la Wikipedia. En términos más llanos, un grupo de diminutos inversores que seguían al gurú de Reddit Keith Gill terminó dando vuelta la mesa, haciendo subir las acciones de GameStop –una cadena de locales de venta de productos informáticos, videojuegos y carcazas de celular– y poniendo al borde de la bancarrota a varias empresas dedicadas a las bolsas de comercio. De allí se deriva el título en español, El poder de los centavos, con el cual la película puede alquilarse en plataformas como Flow, Claro, Apple TV+ y Google Play, entre otras. Basado en el libro de no ficción The Antisocial Network, del escritor Ben Mezrich, el film es un retrato coral acerca de un grupo de “pequeños hombres y mujeres” embarcados en una batalla contra los titanes del mercado, siguiendo un poco las enseñanzas de films recientes como La gran apuesta, de Adam McKay, aunque con un componente satírico que, por momentos, toma la pantalla por asalto.
Todo comienza con Gabe Plotkin (Seth Rogen), jefe operativo del grupo de inversores Melvin Capital Management, desayunando mientras observa con algo de consternación el valor de las acciones de GameStop, que en cuestión de semanas pasaron de valer poco más de un dólar a trepar hasta los 500. En el sótano de otra casa, mucho menos lujosa, Keith Gill (Paul Dano) se sienta frente a sus pantallas y comienza la arenga diaria ante sus seguidores, cuyos pequeños ahorros (de cien, trescientos, mil dólares por cabeza) comienzan a disparar los valores que tanto preocupan a Plotkin. La unión hace la fuerza, afirma Gill con su pañuelo rojo atado en la frente, que le aporta el aspecto de un particular ninja, aunque sus apodos en las redes suenan mucho menos peligrosos: Gatito Rugiente y Puto Valor Profundo. Los detalles pueden dejarse de lado (intentar comprenderlos requiere de ingentes conocimientos de economía), pero simplificando los datos la trama concentra dos posiciones opuestas: mientras los grupos de inversión apuestan por la depreciación de las acciones de GameStop, suponiendo como meta la bancarrota y posterior compra de los activos restantes –generando como consecuencia nuevos desempleados en las tiendas–, los dumb money, a quienes nadie presta demasiada atención, sostienen como un dique de cemento el valor de esas mismas acciones, haciéndolas subir hasta la estratósfera. Entre ellos, el guion de El poder de los centavos destaca a una estudiante universitaria (Myha'la), una enfermera (America Ferrera) y un empleado de GameStop (Anthony Ramos), figuras de un reparto que también incluye a Vincent D'Onofrio, Nick Offerman, Shailene Woodley y al inefable Pete Davidson como el hermano díscolo de Gill. Entrevistado por la revista online Screen Rant, Craig Gillespie confesó que su relación con la historia es muy cercana: su hijo fue uno de los cientos y cientos de inversionistas miniatura que apostaron por GameStop. “Seguramente no hubiera podido apreciar la intensidad de la apuesta que estaba en juego de no haberlo visto todo a través de los ojos de mi hijo, que en ese momento vivía conmigo. Estuvo involucrado en ese viaje de tres meses hasta el día en que las acciones se dispararon. El nivel de stress generado por el momento en el cual salirse y vender o bien quedarse, qué hacer. Y luego la contramarea, la bronca y la frustración cuando WallStreetBets (N. de la R.: un subreddit en el cual los miembros discuten el valor de las acciones y opciones) fue cerrado, la confusión cuando se congelaron las opciones de venta como mecanismo para que los grandes capitales no perdieran más dinero”.
Los detalles hacen a la diversión y El poder de los centavos está narrada con un ritmo vertiginoso que se apropia de los movimientos veloces de la carrera monetaria, mientras los inversores tontos comienzan a demostrar su verdadero poder de fuego. Mientras tanto, los barbijos forman parte de la vida cotidiana, recordatorio de un período que el cuerpo y la psiquis desean enterrar como si fuera un mal sueño. Otra de las marcas osadas del relato es la inclusión de imágenes y sonidos reales de políticos y periodistas intercalados con los actores que interpretan los personajes, borrando así los límites entre la ficción que recrea hechos verídicos y la realidad más concreta del pasado reciente. Cuando el poderoso ejército de los grupos inversores saca a toda la caballería para enfrentar a los zaparrastrosos que están a punto de derrumbar el castillo, no hay forma de no celebrar esa pequeña victoria de excepción. Para Gillespie, El poder de los centavos “puede describirse como una película sobre el mercado de valores, pero no lo es en realidad. Para mí, trata sobre un momento en la historia, la pandemia de covid, que probablemente no experimentemos otra vez. El aislamiento, los niveles de stress, la frustración generada por las disparidades en la salud, la falta de apoyos gubernamentales, las causas sociales que ocurrieron con el movimiento Black Lives Matter. Mucho malestar, mucha gente reevaluando sus vidas y prioridades. Es entonces cuando aparece esta oportunidad para mucha gente de adquirir acciones, una manera de mostrar la frustración y el enojo por un sistema que sentían amañado. Una forma de metérsela al uno por ciento –o mejor, al .01 por ciento– que suele manejar el mundo de las finanzas. Esta historia no es sobre la bolsa de valores, sino sobre esa frustración”.