La prensa hegemónica, cuyos principales exponentes se hallan febrilmente en carrera para a ver quién es el más oficialista, celebra gozosa el “giro” de la política exterior argentina anunciado por la canciller Diana Mondino. Este cambio de rumbo resume la desafortunada combinación de fanatismo ideológico y diletantismo, o pura y simple ignorancia. Si Henry Kissinger o Zbigniew Brzezinski aún estuvieran entre nosotros el diagnóstico que tanto el presidente como su canciller hacen de la arena internacional motivaría el sarcasmo de ambos personajes, insospechados de estar contaminados por las teorías de la izquierda. Ambos les dirían, con una sonrisa burlona, que la política exterior es cosa seria y que no puede ser concebida y menos aún ejecutada apelando a criterios exclusivamente ideológicos, máxime cuando éstos corresponden a una época históricamente superada como la “Guerra Fría” y cuando las placas tectónicas del sistema internacional cambiaron irreversiblemente.
Producto de este amateurismo es que el presidente Javier Milei se dio el gusto de fulminar a China como una dictadura comunista y declarar que la relación con el gigante asiático será una cuestión librada a los intereses de los agentes económicos privados. Y también de descalificar groseramente al presidente Luiz Inacio “Lula” da Silva, inspirado en los dichos y pareceres de dos personajes del submundo de la política brasileña como Jair Bolsonaro y su hijo Eduardo. Gestos tan grandilocuentes como groseros destinados a una tribuna poblada de gente harta (y con razón) de padecer una sucesión de malos gobiernos y por ello con oídos disponibles para escuchar y tomar en serio cualquier disparate, por absurdo que éste sea, a la hora de formular una política exterior. La historia pronto, muy pronto, se encargará de demostrar que mientras “Lula” y Xi Jinping son dos estadistas que juegan en las grandes ligas de la política internacional, nuestro presidente es un aprendiz enojoso y malcriado que desconoce las reglas más elementales de la diplomacia y del trato entre las personas.
Una de las tantas pruebas de la insensatez del tan celebrado “giro” de la política exterior es el rechazo del ingreso al BRICS y, como moneda de cambio, el inicio de un largo proceso (que usualmente se extiende entre cinco y seis años) para incorporar nuestro país a la OCDE. Tan drástica reorientación, un vicio endémico de la zigzagueante política exterior argentina, revela los perniciosos resultados a los que conduce el fervor ideológico cuando se enseñorea de la política exterior. Que un país como la Argentina, muy vulnerable a causa de su brutal endeudamiento externo, agobiado por una inflación descontrolada y una permanente debilidad a la hora de financiar la inversión pública indispensable para el desarrollo y el bienestar de su población, se dé el lujo de rechazar el ingreso al BRICS y opte por ingresar a un “club de amigos” es un mayúsculo desatino.
¿Por qué? Porque la OCDE es un foro de gobiernos, en su abrumadora mayoría europeos, que se reúnen para intercambiar información y promover políticas de libre mercado. Integran también ese club Estados Unidos, Canadá, Japón y Corea del Sur y algunas economías de la periferia, como Chile, Colombia, Costa Rica y México, llevado de la mano de Salinas de Gortari. En suma: una tertulia amable, con sede en París, pero que a diferencia del BRICS no tiene un banco de desarrollo. Los contertulios tienen que comprometerse a implementar en sus países la agenda neoliberal y llevarla hasta sus últimas consecuencias. Es decir, mercantilizar la totalidad de la vida social. A cambio, no ofrece ningún tipo de ayuda, sólo la satisfacción de pertenecer a este exclusivo grupo y, justo es reconocerlo, contar con un equipo de técnicos que elabora buenas estadísticas macroeconómicas.
El BRICS, en cambio, es otra cosa. El gobierno argentino ignora que según informes del FMI desde el año pasado el PBI combinado de los países del BRICS (medido en paridad de poder adquisitivo) sobrepasó al del G7, y que para el 2028 éste seguirá descendiendo hasta llegar al 26 por ciento del PBI mundial mientras que el del BRICS estará en el orden del 33 por ciento. Si a lo anterior se le sumasen los PBI de los seis nuevos miembros a incorporarse a partir del 1 de enero del 2024 la diferencia se tornaría aún más significativa. Además, en el BRICS se reúnen grandes potencias petroleras: Rusia, Brasil y, desde el próximo año, nada menos que Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán. Y por último, en el núcleo fundacional del BRICS se encuentran tres de los cinco principales socios comerciales de la Argentina: Brasil, China y la India.
Por si lo anterior fuese insuficiente para demostrar la irracionalidad de esta decisión téngase en cuenta que el BRICS ha creado el Nuevo Banco de Desarrollo -con sede en Shanghai y presidido por Dilma Rousseff- y que cuenta con un capital inicial de 50.000 millones de dólares -que se estima llegará a los 100.000 millones de dólares en el corto plazo- y que está dotado de una significativa cartera de préstamos con bajas tasas de interés para proyectos de infraestructura en los países del Sur Global.
Es en el BRICS y no en la OCDE donde la Argentina podría recibir algún alivio para su aflictiva condición económica. Por consiguiente, desairar la invitación del BRICS es arrojar por la borda una magnífica oportunidad. Es despreciar la paciente gestión del presidente Lula da Silva para que invitaran a nuestro país. Y es también desaprovechar la posibilidad de contar con el apoyo de China, que acaba de anunciar que dejaría en suspenso el swap de 6.500 millones de dólares, luego de que la canciller evidenciando un grosero desconocimiento de la problemática internacional y de que ni siquiera Washington reconoce a Taiwán como país independiente, diera a entender ante una delegación del gigante asiático que Argentina estaría reconsiderando este asunto. Curiosa paradoja de un gobierno que proclama que “no hay plata” y ofende, con inaudita torpeza, a quien podría socorrerlo. Todo muy deprimente y de sombrío pronóstico. En lugar de atender al interés nacional permanente de la Argentina, más allá de las preferencias momentáneas de un gobierno, la canciller Mondino optó por salir corriendo a París para iniciar un largo trámite para ingresar a un “club de amigos” con los cuales comparte su fidelidad a los preceptos del neoliberalismo pero que no le aportará un centavo para la recuperación económica de la Argentina.