El libro de Naomi Klein La doctrina del shock afirma que las políticas económicas de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago, fundamentadas en el libre mercado, aprovechan las crisis ya sean contingentes o provocadas para realizar reformas impopulares.
En las crisis, en medio del desastre, utilizan la tortura, la represión o la manipulación de la subjetividad, para debilitar la resistencia social e introducir reformas que profundizan esa hegemonía.
Hoy sabemos que la movilización de afectos como el terror, la angustia, el miedo, la culpa, conduce al disciplinamiento y la obediencia social.
La pandemia del coronavirus generó una profunda crisis sanitaria, económica, social y precipitó un semiocapitalismo que ya estaba en curso, basado en la desterritorialidad de la producción, el intercambio virtual y la explotación del alma como fuerza productiva. A partir de esa organización, las corporaciones globales, al poder mover fácilmente de un lugar a otro sus activos inmateriales, ganaron libertad. Los automatismos financieros reemplazaron la decisión política y los Estados perdieron efectividad, multiplicándose la miseria, la precariedad y el desempleo.
En nuestro país, en suelo pandémico, en medio de la angustia y el enojo social estimulado desde los medios concentrados y los tiktoks, crecieron los libertarios. Ruidosos, agitaban un relato basado en que el Estado y los políticos roban, el coronavirus no existe, las vacunas son un negocio, la cuarentena una cárcel y “Viva la libertad”.
La Libertad Avanza, un proyecto de ultraderecha que busca terminar con el Estado y la solidaridad, ganó este año las elecciones en Argentina. Se impuso la crueldad, la motosierra, el relato del mal necesario y del dolor: “hay que sufrir”, “no hay plata”, “no hay alternativa”, son frases vociferadas, algunas de las cuales devinieron en remeras.
Después del coronavirus y el decepcionante gobierno de Alberto Fernández, el mercado le declaró la guerra a la sociedad (“la sociedad no existe”, rememorando a Margaret Thatcher). La extrema derecha no solo ganó el gobierno sino también la cultura con una visión deshumanizada del mundo.
El plan de la derecha no cierra, afirma Naomi Klein, sin dos operaciones: represión a la protesta y tácticas de psicología social o, dicho en nuestros términos, no es posible ese plan sin una colonización de la subjetividad.
En relación a la represión, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, anunció en su protocolo de seguridad tolerancia cero con piquetes, eso implica que da vía libre para perseguir y reprimir la protesta social.
En cuanto a la segunda operación, la táctica empleada para colonizar subjetividades consiste en angustiar a la sociedad para lograr obediencia e imponer un plan económico y cultural.
Dos conceptos complementarios establecidos por Hannah Arendt, el “mal radical”, desarrollado en Los orígenes del totalitarismo (1951) y “la banalidad del mal”, tesis presentada en Eichmann en Jerusalén (1963), permiten arrojar luz sobre la actual colonización de la subjetividad y el triunfo dela extrema derecha.
Hannah Arendt denominó mal radical a las prácticas desubjetivantes instauradas por el régimen nazi, significando un quiebre respecto de las formas históricas de dominación. En los campos se buscaba la aniquilación de la singularidad, la supresión del ser humano: matar a la persona jurídica, la persona moral y cualquier rastro de dignidad humana a fin de procurar la dominación total. El mal radical remite al intento de los regímenes totalitarios de eliminar todo rasgo humano de los individuos, volverlos cosas prescindibles, intercambiables, desechables.
En relación a la banalidad del mal, la filósofa se pregunta cuáles son las motivaciones que llevan a producir horror hacia todo un cuerpo social. Arendt entrevistó a Eichmann, teniente coronel de las SS, responsable de “la solución final” y del traslado de los deportados a los campos de concentración. Afirmó la filósofa que Eichman no era un sujeto sádico o demoníaco, sino alguien totalmente común. Arendt observó que hombres normales en determinadas circunstancias se involucran en una empresa asesina y están dispuestos a todo con una completa exención de la responsabilidad por sus actos. Eichmann obedecía las reglas impuestas por el régimen nazi, repetía frases presentando una profunda incapacidad para pensar sobre sus actos y responsabilizarse.
La banalidad del mal describe cómo un sistema de poder puede naturalizar el exterminio --biológico o simbólico-- de seres humanos como un procedimiento necesario, ejecutado por funcionarios con la complicidad social de votantes incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de los actos producidos.
Por ejemplo, en la Argentina actual muchas personas aplauden el achicamiento del Estado, los despidos de trabajadores, la represión a manifestantes, la desaparición de las tarifas sociales, el congelamiento de las jubilaciones, etc.
El mal radical no se sostiene sin la banalidad del mal, esto es, sin un conjunto social que obedece sin pensar por sí mismo con criterios propios y que carece de toda ética de la responsabilidad de sus actos. La banalidad del mal, que consiste en la obediencia a ideales que se transforman en imperativos irracionales e insensatos, no es posible sin una entrega sacrificial del sujeto.
Freud, en su artículo El problema económico del masoquismo (1924), refiere a tres modalidades de esta categoría de origen pulsional. El masoquismo moral demuestra que el principio del placer no gobierna al sujeto sino la pulsión de muerte, el padecer se convierte en búsqueda inconsciente, satisfacción en la culpa y el castigo.
Dicho en otros términos, el voto promovido por La Libertad Avanza, sostenido por amplios sectores desfavorecidos por el neoliberalismo cuyo enunciado fue el castigo a la casta política, en sentido estricto fue para muchos una opción sacrificial y una satisfacción oscura en el autocastigo.
Nora Merlin es psicoanalista.