Fingir demencia es un privilegio, me dice la primera paciente de la mañana. Aún no llegaban los anuncios pero los intuíamos, se avecinaban, demasiado visibles como para ignorarlos. Sin embargo, otra paciente, una que se reconoce “ilusionada”, me dice que no sabe de qué se ilusiona, pero que al menos va a ser distinto a lo que teníamos. Yo la escucho mientras pienso en esa esperanza cualitativamente extraña, que goza del lujo o el privilegio de la ignorancia. Esa paciente tiene años de sobra y ha vivido lo suficiente como para no desconocer nuestra historia, pero aún así… puede ilusionarse de no saber. La que no finge demencia aunque quisiera no ha vivido el 2001 en carne propia, es muy joven. Me cuenta con enorme impotencia que tiene edad para ya haberse independizado del todo pero sigue necesitando ayuda de su familia. El futuro es incierto. La señora mayor no finge, su ilusión es auténtica, ella que suele enorgullecerse de sus conocimientos, hoy se enorgullece de la ilusión de desconocer.

Otra paciente me pregunta si sé que son las noctilucas. Le digo que no. Me cuenta que son pequeños microorganismos marinos, componen escenas luminosas, ese brillo fosforescente que a veces el mar nos regala. Pienso que son luciérnagas del océano. Si tenemos mucha suerte nos regalan su magia. Un poco de suerte y un poco de oscuridad, es en la noche que se hacen presentes. Como algunos saberes: refulgentes, tan inesperados como necesarios, los construimos con otrxs. Nunca solxs.

Las noctilucas anoche salimos a las calles, llegamos a la plaza. Silvia Bleichmar, psicoanalista y maestra de tantxs de nosotrxs, escribió que la ingenuidad es el ejercicio de una creencia no puesta a prueba por el juicio o el pensamiento crítico. La renuncia al trabajo de pensar más que la incapacidad de hacerlo. Ella lo trabajaba en torno a la “encrucijada de Caperucita Roja”, una caperucita que necesita preguntar y preguntar al lobo lo que ya sabe, porque está a la vista. El cuento “El traje del emperador”, parte de nuestro acervo cultural infantil, nos regala la posibilidad de seguir preguntándonos en qué consisten algunas creencias que –para sostenerlas- requieren de la aceptación de una idea que desmiente nuestra propia percepción de la realidad. Frente a los diversos arrasamientos, negacionismos, desmentidas y ataques a la posibilidad de pensar, resistiremos. Quiero decir, seguiremos la huella de esa nena que se sobrepone al silencio ensordecedor de una multitud cómplice de las fábulas engañosas, para gritar, para decir, para hacer visible lo que sabemos: el rey está desnudo. Defender nuestros saberes, porque “ver” también es un trabajo. Tanto como lo es el dilema ético de decidir, cada vez, y cada vez, qué es lo que hacemos y lo que haremos con lo que hemos visto, con lo que vemos, con lo que a la vista de todxs se expone y se despliega: la crueldad, la violencia, la amenaza.

Un amigo escribe que lo que necesitamos no es fingir demencia sino fingir cordura. Yo pienso que –una vez más- la salud mental se conquista con memorias y olvidos, se entrama de causas y azares. Nadie la tiene garantizada.

Construir una vida digna para unx y para todxs, conservar la capacidad de pensar y de soñar mundos mejores, hacerse de un mundo propio y de otrxs que no nos suelten la mano. Un poco de cordura, un poco de locura, lo más genuino y menos fingido que tengamos, y lo suficiente para resistir y dar batalla en este mundo insano.

* Psicoanalista y escritora.