Las novelas de dos escritores argentinos, Nuestra parte de noche (Our Share of Night), de Mariana Enriquez y El criadero (The Sanctuary), de Gustavo Eduardo Abrevaya, están entre los diez mejores libros de terror publicados en inglés para el diario The New York Times. “Estar en esa lista en Estados Unidos, donde la industria editorial es enorme, me parece que da una dimensión de la estatura de mi novela, sobre todo si uno piensa que esto ocurre en el país de Stephen King, Edgar Allan Poe y Howard Phillips Lovecraft”, dice Abrevaya, y revela que el periodista estadounidense Gabino Iglesias lo comparó con Lovecraft y por extensión con Thomas Lingotti. “Me resulta sobrecogedor que me elogien de ese modo”, confiesa el escritor y psiquiatra.
Abrevaya (Buenos Aires, 1952) se siente “muy bien tratado” por su editor estadounidense, Tim Schaffner, y por su traductora, Andrea Labinger, que hizo “un trabajo maravilloso” y ahora está traduciendo otra novela del escritor, La bala que llevo adentro, ambientada durante el Mundial de Fútbol de 1978, en la que el inspector Bazán se encargará de investigar el caso de una niña que desaparece. El autor de Los infernautas admite que estar en esa lista es “un reconocimiento fundamental”, especialmente por el prestigio que tiene The New York Times. “Ahí no hay lugar para el amiguismo. El diario publica lo que el periodista piensa sin conocerme; es la novela la que habla. En la Argentina debería ser motivo de orgullo que seamos dos los argentinos que estamos en esa lista tan selecta. Pero este es un país tan difícil que uno nunca sabe cómo van a suceder las cosas. Como sea, confío en que esto sea un punto de inflexión en mi carrera como autor”, desea.
“Yo pertenezco a la generación diezmada”, subraya Abrevaya. “Siempre tuve la impresión de que la novela negra en la Argentina adquirió una dimensión verosímil muy potente durante aquellos años. Un perfil muy local donde uno no podía escribir sin tener en cuenta lo que estaba ocurriendo. Más que un detective privado y un caso a resolver siguiendo el modelo canónico de novela negra, acá se cocinaban otras cuestiones. La novela negra es un espacio ideal para contar esto. Y lo mismo en relación al género de terror, nada menos, esa palabra que expresa tan bien el estado de ánimo en que vivíamos”, plantea el escritor y precisa que durante la dictadura cívico militar leer a Stephen King se volvió “un hábito imprescindible”. Entonces estudió a Lovecraft y vió la película Apocalipsis Now, a la que define como “un descenso al infierno de la consciencia, la locura y el horror”.
Para enfatizar la importancia del film de Francis Ford Coppola elige una imagen. “Cuando el barquito del capitán Willard llega a la isla donde está el Coronel Kurtz, cuelgan cuerpos de muertos verdaderos de los árboles. Mi admiración por Coppola es infinita. Él pudo haber colgado muñecos, pero colgó cadáveres. ¿Cómo no iba a sensibilizarse un argentino ante esa historia?”, se pregunta el escritor y aclara que fue en ese tiempo en que se casó y nació su primer hijo. “Mi esposa era viuda, el primer marido había sido asesinado por los militares. El hijo que quedó, Mariano, era tan chiquito que yo lo crié y hoy es mi hijo. Lo adopté y lleva mi apellido y el del padre”, recuerda Abrevaya.
“Vicki Hendricks, la autora norteamericana, me preguntó si mi experiencia como psiquiatra me facilita la creación de personajes. En principio la respuesta es negativa -confirma-. Tengo una especie de inhibición para escribir sobre los pacientes que atiendo o que atendí”. Sin embargo, ha visto cosas “muy extrañas” como psiquiatra. “Como médico estuve en salas con cien cadáveres, asistí a situaciones espeluznantes o bizarras, he escuchado argumentos delirantes extraordinarios, algo que además me produjo siempre un gran placer estético. Curar, como es debido, a alguien que está produciendo un delirio enorme y expansivo, cortar ese delirio con medicamentos, siempre me produjo una sensación de tristeza. Es una experiencia muy bella escuchar a alguien inventando un mundo distinto al que habitamos”, destaca el escritor.
En El criadero, novela que ganó el premio Boris Spivacow en 2003 y tuvo varias reediciones en la Argentina y España, Álvaro, un cineasta independiente, y Alicia, su pareja, deben hacer una escala obligada en Los Huemules, un pueblo perdido en mitad del desierto, por un desperfecto mecánico en el coche en el viajan. Con ellos obligados a pasar la noche en un hotel de mala muerte, lo siniestro irrumpe cuando Álvaro se despierta a la mañana siguiente y Alicia no está con él. En esta novela Abrevaya intentó narrar una historia donde “la persecución de los ingenuos, el horror que campea a diario y la locura se van anudando”.
"Un pueblo perdido en el desierto de algún lugar de la Argentina donde cazan a deficientes mentales, donde aparece todo tipos de personas monstruosas que gobiernan el pueblo, donde las ideas son medievales, y donde además nadie se entera de eso, y donde hay fantasmales jaurías de perros cimarrones que viven en el desierto y se comen los restos de los muertos, me pareció una buena metáfora de los miedos que veníamos de vivir en tiempos de dictadura”, explica Abrevaya. “Hoy algunos de los torturadores y asesinos condenados a cadena perpetua salen de la cárcel y gritan 'viva la libertad carajo'. Este es un país que tiene esta característica siniestra de lo que siempre retorna. Hoy los métodos de opresión vienen de la mano de los votos y esto es realmente descorazonador”.
En dos novelas de Abrevaya hay mujeres-niñas que desaparecen. “Me pregunto si alguna vez podré escribir de otros temas. No lo sé... Tengo la impresión de que todo me conduce a lo mismo”, advierte el escritor. “En El criadero, una de las cuestiones dolorosas que me quedaron de la dictadura fue la desaparición de dos muchachas que amé. Una Inés Ollero, la persona más dulce, sobre la que parece que su fin fue un vuelo de la muerte. Evocarla es un desgarro insoportable. Ella fue alguien que amé de un modo no correspondido, lo que no me quita el inmenso dolor que queda para siempre. La otra fue una novia que tuve en la facultad, un vínculo breve, Ana María Gueuverian, a quien llevaron cuando ya estaba vinculada a otro chico; la secuestraron primero a ella y al día siguiente lo fueron a buscar a él”.
En La bala que llevo adentro, novela que se publicó en España y nunca tuvo una edición en la Argentina, una niña de 5 años es secuestrada y también abusada. “Creo que esta novela recoge las luchas feministas, la puesta en primer plano de esos temas de abuso -reflexiona Abrevaya-. Es una novela escrita en estado de desolación. Este tópico en este país doloroso aparece ahora puesto en discusión, pero tenemos el deber moral histórico de impedir que eso ocurra”.