No somos súbditos ni vasallos. Somos el pueblo movilizado como en otras gestas que brotan desde bien abajo, desde nuestra historia. La de un pueblo con memoria más allá de amnesias momentáneas. Un mal del que siempre se han aprovechado gobernantes pusilánimes del poder económico más concentrado.
Mauricio Macri le pidió perdón al rey de España el 9 de julio de 2016 porque la Argentina se había independizado 200 años antes. Esta vez, el expresidente, un cortesano de la casta, ayudó a entronizar otro monarca, como si nos hubiéramos saltado la Revolución de Mayo y el Congreso de Tucumán de un plumazo. También a las luchas emancipadoras de San Martín y Belgrano.
Con su real decreto de 82 páginas, Javier Milei dejó al país a merced de nuevas invasiones, igual que en el siglo XIX, pero en el XXI. Si serán inglesas, estadounidenses o de cualquier otro imperio en decadencia, todavía no se sabe. Está por verse.
El amante de la motosierra primero pretende dejar a la patria indefensa. Su breve mandato hasta ahora es una impostura. El domingo pasado usó ropa verde olivo cuando se presentó en Bahía Blanca, con pose y atuendo de Rambo. En esa incursión para producir sentido en una dirección (“acá estoy yo como comandante en jefe”), y después de votar por la fórmula Ibarra-Macri en las elecciones de Boca, no anunció ni una miserable ayuda a los damnificados de la tragedia que provocó trece muertos por vientos huracanados.
Hoy se avecina una tragedia distinta. Un tsunami económico, social y político, pero que afectará la vida de la inmensa mayoría de los argentinos. Incluso de quienes votaron al Rey Mi Ley, como tituló en tapa Página/12. Viene reservado en forma de DNU. Uno que arrasa con una institución republicana como el Congreso, donde deliberan los representantes del pueblo.
Nuestro futuro, como siempre, estará sujeto a la correlación de fuerzas que se define en buena medida en las calles. Las calles donde en 1806 y 1807 los soldados de su majestad británica recibieron litros de agua caliente arrojados desde las casas de Buenos Aires. Donde el pueblo ha ganado y ha perdido el espacio público –como en las dictaduras cívico-militares–, pero jamás bajó sus banderas de lucha.
Son tiempos complicadísimos los que se vienen. Con fogoneros de la hoguera que desde las redes sociales nos quieren arrojar al fuego.
¿Por qué la ultraderecha apela a las redes sociales como herramienta de comunicación indispensable para propagar sus ideas o desfila frente a los cuarteles como pasó en Brasil durante el intento de golpe de Estado contra el presidente Lula? Ese fenómeno que el historiador italiano Steven Forti llama La extrema derecha 2.0 (Siglo XXI, 2021). Lo hace porque básicamente es cobarde. Se ampara en el anonimato, en las fuerzas represivas, en los ataques contra los grupos más débiles.
Otro autor, el doctor en Sociología portugués Boaventura de Sousa sostiene que “la tragedia de nuestro tiempo es que la dominación está unida y la resistencia está fragmentada”. Se refiere a que fue obstruida toda idea de pensar al mundo por fuera del sistema capitalista. Como si el neoliberalismo global viniera ganando la guerra cultural que ha desatado contra la humanidad. No es así. Nos declararon la guerra, pero no está perdida.
El absolutismo del Antiguo régimen sí ha regresado. Incluso a un período anterior a las luchas por la descolonización. Nos retrotrae a los siglos XVI, XVII… Bastardea la palabra libertad y lo demuestra el protocolo antipiquete de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Una cortesana más de la casta que, como el rey, pretende amordazarnos y decirnos por dónde caminar o marchar en cada calle.