A veces, curiosamente, llegar primero no es sinónimo de salir victorioso. A veces, anticiparse obliga a desmalezar y trazar un camino para que, más tarde, otros puedan recorrerlo. A veces, ser pionero es posarse sobre el margen de la historia. Por eso siempre es un buen momento para reconocer que fue la RAN, revista iniciática para la divulgación de la cultura otaku en Argentina, la que se anticipó al boom del manga & anime. Así de simple, así de clarito, así de real. Todo el poder al Robot Argentino Nipón, que está cumpliendo 30 años.
Era invierno de 1993 y un grupo de amigos se amuchaba al calor de Rayo Rojo, una de las comiquerías más importantes de Buenos Aires. No tenían un mango pero los manijeaba Robotech, adaptación gringa y remix de los animes japoneses Macross, Super Dimensional Cavalry Southern Cross y Mospeada. Mientras tanto, el material ungido en los anaqueles de Rayo Rojo les proveía un ratito de fantasía onírica. Y, charla va, charla viene, fueron plantando la semilla, soñaron con su propio cruce de los unders: querían publicar su fanzine en papel.
Por esos días, el taiwanés Li Chien Chuang, parte de la banda, tenía en el cuarto de su casa un tendal de versiones truchas de ediciones japonesas de cositas imposibles de conseguir (para comienzos de los '90): mangas, libros de arte, de todo. "Veíamos que algo pasaba. Para ser otaku tenías que ser valiente. Pero se nos abrió un abanico: en vez de tener cinco amigos, de pronto teníamos treinta. Y veíamos que se venía una época muy anárquica, por eso le pusimos RAN", cuenta Li. En sí, el verdadero mito de origen de su nombre apunta a RAN, la película de Akira Kurosawa, cuyo significado es caos.
"Yo tenía la idea del fanzine, quería hacer mi propia revista y el tema era convencerlo a Li para que fotocopiáramos ese material", cuenta Patricio Land, una de las mentes maestras detrás de RAN e histórico director, desde Suiza. Bastaron una computadora Amiga 500, una impresora rústica y un arduo trabajo de plasticola y fotoduplicación. Con esa base armaron los primeros 50 ejemplares. Y, así, entre las ganas de Land, la compañía de Marcos Romero, la manija de Gabriel Platas y el conocimiento de Li, el número uno de RAN salió a la venta.
"Lo único que teníamos era pasión", describe Li. "Hablábamos de cultura japonesa, nos gustaba el cyberpunk, éramos bichos raros, pero hablábamos todos el mismo idioma." Por entonces no había mucho material nacional de divulgación de cultura japo. Apenas la Revista Cóctel, que fue la primera en publicar un manga en Argentina (Xenón). Obviamente que, por ahí, asomaba la Comiqueando, mítica publicación de los hermanos Accorsi, especializada fundamentalmente en cómic. Y no mucho más. "Éramos jóvenes, estábamos al pedo. No era una gran inversión. Como nos salió bien, hicimos más", continúa Pato.
En la primera portada, un dibujo de puño y letra de Dragon Ball, Patlabor y Video Girl Ai perpetuado por Li. Y que sea lo que Leiji Matsumoto -su Dios nipón- quiera. "La primera guita de la RAN la reventamos en un restaurante del Barrio Chino", reconoce Li. Aquel fanzine fue la Eva Mitocondrial de la movida.
Así, de tanto patear la calle, llegaron a concretar una especie de alianza con Gerardo Busto, el mítico dueño de Camelot Comics Store, quien por entonces atendía 24 horas en B.L., el puesto de diarios, cultura pop y misceláneos internacionales de Av. Corrientes y Uruguay. "Gerardo nos dio el puntapié inicial que necesitamos. Le dejábamos la revista a él y ahí se generó el boca en boca", detalla Land.
Rápidamente se sumaron César Pereyra y Pablo "Mambo" Rivas, otros jóvenes entusiastas que fueron quienes le imprimieron al proyecto un aire verdaderamente fresco. Los juntaron el Parque Rivadavia, las llamadas por teléfono, los jueguitos de Konami, el amor por los robots, Megazone 23, Philip K. Dick y Matsumoto. Aquí, entonces, se gestó el momento más creativo de la publicación.
"Éramos como un grupo de amigos. Tenía mis amigos darks y estos eran mis amigos grandes con los que hacíamos nerdeadas. Yo era muy chiquito y todo era genial", desliza Mambo, líder de la banda Hiroshima Dandys, quien supo ser el más pendejo de aquel convoy con apenas 15 años. "Era una cosa muy under. No creo que hayamos tenido ni la difusión ni la importancia. Era más que nada una actividad para un círculo muy cerrado de fans", confiesa César Pereyra, pluma de RAN y talentoso dibujante del manga Okama Warriors.
Pero la obra es la obra. Y la historia, bueno, es la historia. "Ellos fueron un quiebre. Nosotros veníamos muy formales, muy a la antigua, muy almidonado todo", dice Land sobre las incorporaciones que movieron los flejes internos de la publicación. De esta manera, RAN sumó un estilo que reverberó más tarde en otras publicaciones del palo: hablaban como hablaban los grupos de amigos, le sacaron la onda solemne a la divulgación. Sin dudas, Lazer bebió de ese cuenco.
A propósito, César Pereyra dice que en Lazer hubo "cierta imitación o cierta búsqueda del espíritu" que tenía la RAN. ¿En qué? "La hacíamos media en joda, le poníamos mucho chiste, no nos tomábamos muy en serio." Hubo un periodo en el que ambas publicaciones coincidieron en el espacio-tiempo. "Ellos hicieron esa aproximación completamente desacartonada, desinhibida y humorística que, creo, fue como una influencia que nosotros dejamos a otras publicaciones", se explaya Pereyra, quien también pasó por las redacciones de Nuke y Loaded y hoy comanda un puesto de libros en el Parque Rivadavia.
Al margen de marcos teóricos y de autoconciencia histórica, los creadores de RAN fueron configurando un camino posible al calor de la autogestión y a caballo de cierta obsesión por la retromanía. Y fue antes del Club del Anime, el mítico programa de Magic Kids conducido por Mariela Carril (quien supo colaborar en RAN). Fue previo a la Otaku, Nuke, Mutant Generation y Lazer. Fue, digamos, antes de antes.
"En sus páginas nació el primer manga argentino: Adagio Atlántico, de Sergio Castro. También, ahí se gestó la traducción en nuestro lunfardo de los diálogos de los mangas (tradición que continúa hasta nuestros días) y, a lo largo de todos sus números, predominó una forma descontracturada y libre para hablar de todos los temas sin ninguna formalidad ni problema", analiza David el Saxofonista, arqueólogo del manga nacional y máximo coleccionista de la RAN.
Para 1995, momento histórico en el que llegaban al país revistas españolas a rolete, la RAN se sumó a una demanda de época: había que tener páginas a color. De paso, se la jugaron publicando el final de Akira, manga de Katsuhiro Otomo y obra maestra absoluta. Eso sí, sanatearon a más no poder: habían conseguido el manga original e hicieron -como pudieron, sin saber absolutamente nada de japonés- una especie de "resumen". Ya fue todo. Asimismo, se mandaron a editar esquirlas de The Cockpit, el manga de su ídolo Matsumoto. "Le borrábamos los globitos, quedaba el dibujo original", reconoce Land.
Era otra Argentina, claro: no había Internet, no había -tampoco- mucha plata. Y una cosa fue llevando a la otra, ya sabemos cómo es esto. Empezaron a juntarse en Planeta Cómic, una extinta comiquería de la calle Talcahuano. En ese sótano, por caso, hicieron sus primeras proyecciones: TV, videocaseteras y sudor. "Se llenó hasta las pelotas. Era el under más under que se puedan imaginar. Nos llenamos de frikis. Ahí nacieron las fiestas RAN Party", recuerda Land. El conocimiento giraba informalmente, entre amigos, sin mucho biri biri.
Para 1996 y 1997, el proyecto autogestivo RAN encontró un mecenas: Javier Doeyo, dueño de Meridiana, otra de las comiquerías más picantes de la República Argentina. Con él tuvieron distribución en puestos de diarios y revistas. La editaron full color y con una tirada hasta entonces impensada: 10 mil ejemplares. Buscaron competirle a Lazer, que en ese momento era el pináculo de la onda, la revista que terminó marcando su época. "Estábamos más cerca de la revista Humor que de alguna otra cosa informativa", hace close up Mambo.
Así las cosas, hubo idas y vueltas, nuevas RAN Party donde exhibieron Evangelion y Cowboy Bebop (antes que en Locomotion, antes que se editen en video o DVD) y, gracias a que Mambito era bartender del lugar, juntaron a una banda de pibes en el boliche Requiem. "Venían a nuestra fiesta con una Lazer bajo el brazo y nos daba por las bolas. Pero nos hizo ver la realidad, que en un momento fue irreversible", tira Land. Una definición -cruda, real- de Mambo al respecto: "Sin los New York Dolls no hubiesen existido muchas cosas que nos gustan. No sé si tienen mejores temas que las otras bandas, pero son las otras bandas las importantes, no New York Dolls, por más que me encanten".
Con ese envión, forjaron una nueva sociedad con Axel Kuschevatzky, mandamás de La Cosa, "la" revista de cine. "Estuvo bueno lo que hicimos, pero no funcionó. Tiramos como 20 mil ejemplares, que para mí era mucha tirada. Hicimos lo que quisimos pero no funcionó", se lamenta Land. Habían salido a pescar en la pecera que ahora era de Leandro Oberto, Lazer y compañía. No pudieron cambiar el código, no llegaron al público nuevo. "Seguíamos con esas tapas de los años '70 y '80, y Lazer salía con Ranma ½", sigue Land. Y suma Pereyra: "Nosotros teníamos una perspectiva un poco más old school".
Y llegó la despedida, el final, otra vez como en el principio: autofinanciados. El número 18 fue el último de la RAN: "Fue una cosa por el honor, para nosotros". Sobre sus espaldas, un quilombo relacionado a cheques de imprenta y, por encima, la inminente crisis del post-menemismo. "La gente quería otra cosa y no sabíamos cómo hacer esa otra cosa", cierra Land. El último número de RAN, el Robot Argentino Nipón, data de noviembre de 1999.
"La RAN me dio amigos y problemas. Fue la primera cosa que hice y la que me marcó que todas las demás iban a ser más o menos así", sentencia Rivas. Una vez más, la historia es la historia. Fue un fanzine el que comenzó tooodo: el margen se volvió centro, la cantinela se repite acá también. Nadie hablaba del tema y, ahora, ese tema se yergue firme como una verdadera pasión de multitudes.
RAN no tuvo una intención didáctica ni pedagógica, apenas fue un imán de gente, la amalgama de una movida que, en ese entonces, era poco más que un gesto. Pereyra dixit: "Todo esto fue como encontrar almas gemelas". La llama se encendió y no se apagó más. Por eso, a partir de este preciso instante, a tres décadas de su lanzamiento, la cultura del manga & anime en español tiene la obligación de, cada tanto, ponerle un poquito de combustible y darle marcha al Robot.