En la poesía de Gilda Di Crosta (Capitán Bermúdez, provincia de Santa Fe, 1967) venían pugnando por imponerse dos estilos, dos modos de hacer, dos tonos: uno escueto, oracular, sigiloso, más escritura que canto, apto para leer en silencio en la página; otro coloquial, dialéctico, dramático, más afín a la voz y a la lectura en voz alta. El primero es afín a cierto modernismo tardío de fines del siglo XX; el segundo expresa mejor las incertidumbres subjetivas de esta época.
Este giro desde el signo mudo hacia el habla podría ser una deriva característica de la generación que creció durante la última dictadura, experiencia sobre la cual testimonia Di Crosta en un poema que expuso este año en el Museo de la Memoria en el marco del ciclo "Presente continuo". A partir de aquel poema (que narraba una quema de libros) y luego de haber comenzado a dibujar en un taller, Di Crosta vuelve sobre sus viejos textos y los "vandaliza" (como ella misma dijo en una ocasión), produciendo reversiones que son reversos, lados B.
Sus poemas nuevos se cargan de una extrañeza ante la palabra. En sus primeros libros, Hueco reverso (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2009) y Umbra y otros poemas de marzo (Alción, Córdoba, 2012), la palabra era una herramienta firme con que hacerle borde al silencio, y a la vez era la materia maleable de un trabajo de orfebre. En su nuevo libro, Amarino, publicado este año en Rosario por la editorial Iván Rosado, la palabra asombra, se disloca, irrumpe como cosa escurridiza y contingente y siempre al borde, no ya de lo imposible de decir sino del sinsentido, el olvido o lo trivial. De hecho el título constituye un neologismo: una palabra inventada. El humor disparatado de algunos nuevos poemas los aleja del alto modernismo y los acerca al Francisco Gandolfo de los años '60, el de Versos para despejar la mente.
"Es un zaparrastroso, decía,/ un astroso con zaparrastros,/ no se sabe muy bien/ o está supeditado a los zaparrastros/ o tiene astros en sus zaparras", escribe Di Crosta haciendo surgir una nueva palabra ("zaparras") por la deriva lingüística de formación inversa. Si bien se trata de lo mismo, nada queda de la aforística severidad de aquel "De la palabra/ estoy hablando" de su primer libro. El guión de diálogo continúa complejizando la enunciación, produciendo tiernas conversaciones entre madre e hija, que van de la metáfora al intento fallido de nombrar: "...esos frutos secos parecen/ el cuerpo de un cisne, marrón./ No sé cómo se llama el árbol que los produce/ ¿braquiquito? ¿árbol botella?". Otro punto de inflexión de este cambio de registro (si bien el "nuevo" registro se encontraba en germen desde el inicio) puede haber sido una experiencia límite que menciona al pasar, sin dramatismo: "A partir de los días que creí/ que no iba a tener muchos días/ vi la pasión de las palomas por atravesar ventanas/ con cabezazos contra el vidrio (...) ¡Son obstinadas las palomas!".
La primacía de la imagen sobre lo abstracto halla un contexto favorable en sus trabajos en colaboración con el artista plástico Daniel García, como la mencionada exposición o el libro Casi boyitas (Yo soy Gilda, Rosario, 2012). La fuerza de inscripción de sus poemas epigramáticos podría haber pasado a sus nuevos dibujos, liberando a la poesía como vehículo de una voz. Gilda Di Crosta es profesora de Letras por la UNR y correctora editorial. Vive en Rosario.