La primera privatización del gobierno de Javier Milei no figura en el decretazo. Es ni más ni menos que la de la propia lapicera presidencial. La que firmó el extenso DNU de 83 carillas redactadas casi en su totalidad por los grandes estudios legales y comerciales que representan a las principales compañías con intereses en el país.
Por eso hicieron fila las organizaciones empresarias para respaldar el decretazo y muchos multimillonarios salieron en persona a explicar por qué lo mejor para sus negocios es lo mejor para la Argentina.
Cada sector incorporó sus pretensiones, lo que inevitablemente provocó que varios puntos del mismo decretazo colisionen entre sí, pero todos juntos colaboraron para avanzar con el desmantelamiento de los sindicatos, el sueño recurrente de la clase alta argentina que no se resigna a tener enfrente una estructura que le disputa desde hace décadas la distribución del ingreso.
Sombra terrible de Joe, vengo a evocarte
Tan antiguo es ese oscuro objeto del deseo que el discurso presidencial produjo un deja vu entre los que asistieron en 1976, pocos días después del golpe de Videla, al que pronunció también por cadena nacional José Alfredo Martínez de Hoz para anunciar su “Programa de recuperación de la economía argentina”.
Para los que entonces no habían nacido, hay que recordar que Martínez de Hoz, conocido por sus íntimos como Joe, fue un connotado miembro del establishment que reunía en su persona los intereses de los sectores financieros y agropecuarios, con el respaldo del conjunto del empresariado en su cruzada contra los sindicatos y los ingresos populares.
Milei llamó a su programa “Bases para la reconstrucción de la Economía argentina”, casi un calco del elegido por Joe. La diferencia principal estuvo en la primera palabra, “programa” en lugar de “bases”, pero si se estudia la trayectoria de Martínez de Hoz en profundidad hasta esa nimiedad desaparece: el libro que publicó sobre su paso como ministro de la dictadura se llamó justamente “Bases para una Argentina moderna”.
No terminan allí las similitudes, Joe dedicó buena parte de ese discurso a detallar cómo modificaría por decreto la demonizada Ley de Contrato de Trabajo, igual que Milei, y a explicar su credo “libertario”: libertad de precios, libertad cambiaria, libertad para exportar y para importar, libertad para fijar los alquileres y para la entrada de capitales extranjeros volteando cualquier “privilegio” de las empresas nacionales. Como Milei, también anunció la eliminación de los subsidios a las tarifas y a la producción industrial.
La gran diferencia es que los decretos de Martínez de Hoz no eran de “necesidad y urgencia” porque la dictadura había cerrado el Parlamento y no necesitaban ser refrendados más que por la Junta militar que se había adueñado del poder y la Corte Suprema que había jurado sobre los estatutos golpistas. Por más que en el Gobierno muchos se empeñen en ignorarlo, enfrente de la Plaza del Congreso hay hoy un enorme edificio lleno de legisladores a los que la Constitución les delegó la redacción de las leyes.
La megadevaluación no tiene precio
Es imposible analizar el decretazo sin ponerlo en el contexto del primer paso del gobierno de Milei: la megadevaluación de Caputo acompañada con la eliminación de todos los controles de precios, sin ninguna compensación para asalariados y jubilados.
“Con estos precios la gente no va a poder comer, ¿ustedes no tienen miedo de que la gente les diga que antes estaban mejor?”, le preguntó Mirtha Legrand al vocero presidencial Manuel Adorni.
--Por qué van a decir que estaban mejor, si no les alcanzaba para vivir.
--No les alcanzaba para vivir pero los sueldos eran mejores -insistió la diva.
Adorni se refugió entonces en el argumento que encabeza todos los discursos del presidente. “Hay 40% de pobres y un 60 % de niños con problemas para comer” pero, igual que Milei, no consiguió explicar cómo puede ayudar a mejorar en algo esa situación llevar la inflación de un 10 a un 30 por ciento mensual, lo que aumentará entre 10 y 20 puntos la pobreza y concentrará como nunca la riqueza.
Por el contrario, el plan económico libertario está por conseguir un verdadero record. Lograr en un solo mes lo que a Mauricio Macri le llevó 2 años: bajar un 20% el ingreso real de los sectores populares. Para colmo, esto recién empieza. En los próximos dos meses, a las tasas de inflación previstas, las cifras de pobreza e indigencia que dicen que tanto les preocupan, alcanzarán cotas aún más elevadas que las insólitas de 2001, tras el estallido de la convertibilidad, el esquema económico más admirado por Milei.
Adorni se cuidó muy bien de no prometer mejoras a corto plazo. Como su líder, sabe que si los asalariados consiguen aumentos que les permitan compensar la estampida de precios la inflación se espiralizaría y en marzo ya estaría instalado el fantasma de otra devaluación. Por eso apuestan todas sus fichas a una caída abrupta del consumo, que frene los precios y la actividad económica, en medio de una recesión que probablemente supere todo lo conocido. En ese escenario, que el flamante gobernador de Córdoba describió como “la paz de los cementerios”, podrían aspirar a que la inflación desacelere, aunque sea a los valores en que la dejó Massa, y presentarlo como un verdadero éxito de la libertad de mercado.
El economista Emmanuel Alvarez Agis lo puso en cifras: “Los gobiernos de Macri y de Alberto dejaron un salario promedio de 1.000 dólares”, bastante bajo pero los dos decían que lo mejorarían. Con las medidas elegidas, Milei “empieza en 500 y su programa necesita que siga en 500”. Sin nada para prometer en medio de la desolación, Adorni prefiere señalar que los que se dicen clase media en Argentina en realidad no lo son y solo “se autoperciben” como tales y que el populismo logró con los subsidios hacer creer a la gente que puede tener hoy cosas tan extravagantes como la luz, cuando en realidad “es algo que tendrías que tener dentro de mucho tiempo y con mucho sacrificio”.
El Congreso y la calle
Es en este escalofriante escenario donde Milei juega a todo o nada con el Congreso, amenaza con la policía a los que se atreven a desafiarlo en la calle y promete multiplicar la apuesta ante cada inconveniente.
¿Lo hace para fortalecer su posición en una futura mesa negociadora o simplemente arremete como en el "juego del gallina”, seguro de que nadie estará tan loco como él para soportar el posible choque sin dar un volantazo?
Si Milei se confía demasiado en su propia “locura” puede sufrir una sorpresa. En situaciones normales es difícil imaginar a la dirigencia política y sindical desafiando a un gobierno con apenas dos semanas en el poder, todavía fresco el recuento de los votos, pero la megadevaluación combinada con el vale todo en precios y tarifas puede llegar a generar un escenario inédito.
Los economistas lo denominan “problema distributivo” pero en los bares se usa el más claro “cagarse de hambre”, una condición que a veces, no siempre, genera una reacción insospechada en la gente, aún en la más dispuesta a hacer sacrificios en función de un “cambio” que acaba de votar y que suponía a favor de sus propios intereses.
En ese marco, y algo insinúan los precoces cacerolazos, la dirigencia puede cambiar su habitual prudencia y acompañar los inesperados ruidos callejeros. Si eso pasa, nadie puede garantizar la viabilidad del decretazo, ni la del paquete de leyes impositivas que el Gobierno mandará esta semana al Congreso.
Quedarán en pie, y eso es lo único seguro, la caída vertical de los ingresos de la gente, la ingobernabilidad generada por el shock a todas luces improvisado y la reconfirmada sensación de que no es una muy buena idea privatizar la lapicera presidencial y así dejar el país, como con los fracasados Martínez de Hoz, Menem y Macri, en manos de sus propios dueños.