No es hombre de ir a rezar a la iglesia. A la de su barrio ha ido, si acaso, tres o cuatro veces en los últimos 40 años. Porque él siempre fue de los que pasan de largo y no se persignan al pasar por la vereda de la catedral del pueblo, ahí frente a la plaza principal, donde las procesiones eran multitudinarias hace años pero se fueron desflecando porque disminuía la asistencia, las jóvenes generaciones ya se sabe que no son muy rezadoras y por eso ahora sólo van a la iglesia y rezan, si acaso, vejetes disminuidos y con bastones y miradas tristes, lánguidas, imprecisables.
Claro que en otros tiempos, y no hace mucho, sí se cantaba en las iglesias y en las calles, por ejemplo que "adonde vayan los iremos a buscar". O son 30.000 porque fueron eso, un montonal las víctimas de las dictaduras. Hasta hace poco se cantaba eso, cuando ningún malvado quedaba en libertad por decisión de poderosos, por caso Presidentes.
Era regla que estos tipejos cumplieran sus condenas en prisión y sobraban abogados para acusarlos o defenderlos, para convencer a los jueces y para controlar a los canas que debían controlar a los presos que hoy parece que ya no controla nadie. Fíjense que hace dos días vi salir a uno del Penal, un Juan de apellido italiano que salió a comprar algo al kiosco de aquí a la vuelta, el que está sobre la calle Donovan que nombra a un milico de Roca, el Julio Argentino que prefiguró e inventó este país que ellos dicen de mierda y que a veces ciertamente parece tan de mierda que ni el Pocho y Evita lograron enderezarlo para siempre.
Cuestión que este Juan salió y dio una vuelta a la manzana caminando como Pancho por su casa, se diría que soberbio y sobrador en su paso tranquilo y seguro, de recién liberado que esperaba que lo vinieran a buscar; y en el kiosco de acá a la vuelta saludó al kiosquero como a un amigo de toda la vida, como quien dice, y compró los puchos que buscaba y en este caso también un paquete de Titas y unas velas y un cortaplumas, fíjese, un cortaplumas y vaya a saberse con qué guita y qué intención, toda una rareza que yo me dije que era inexplicable como lo era todo el cuadro general, con este Juan Nosécuanto que venía cumpliendo años de encierro y de pronto, zás, libre y canchero saliendo a comprar puchos y Titas.
El tipo pagó, vaya a saberse con qué guita, y saludó al kiosquero e ipso pucho abrió el paquetito y se mandó una Tita a la boca, serenamente y como quien dice misión cumplida. Y se guardó el resto en un bolsillo y siguió caminando en la misma dirección, o sea no para volver sino como quien da una vuelta a la manzana, que fue lo que hizo.
–Chau, Rosito –lo saludó un interno que fumaba lo más tranqui, asomado al ventanuco enrejado que da a la calle Cervantes–, se dice que hoy te largan. ¡Viva la libertá, carajo!
Rosito sonrió y cabeceó apenas, en el aire y como sin mirar al coso ése que fumaba viendo pasar la vida que no podía vivir tras el ventanuco enrejado.
Y siguió andando, Rosito, impertérrito, soberbio se diría y obvio que contento porque esa mañana le habían leído la orden del Ministerio que decía que quedaba en libertad y sin deuda con la sociedad. Y al toque todos supimos que la orden provenía de una dama poderosa que todos sabíamos quién era pero nadie nombraba y que o había pagado fianza o ejercido influencias, lo que fuese con tal de disolver la condena como quien sopla una vela con los pulmones llenos.
Enseguida circuló el rumor de que ahora la Libertá era más libre, digamos, porque la decidían canas y milicos camaradas de Rosito, gracias a que la gilada nacional había votado que la libertá era cosa de conseguir las firmas necesarias para blanquear culpas y expedientes, y no sé si también fianzas o rescates o qué, pero suficientes monedas como para que ahora Rosito volviera a la vida, diríase, como si la vida fuera nada más ni nada menos que caminar sin que te persigan, como Pancho por su casa, como se dice, siendo que su casa, la casa de Rosito en este caso, ya no sería más la alcaidía dirigida por el Cerdo Toralez sino la casa suya propia, cercana al regimiento en las afueras de la ciudad como les gusta a ellos.
Está todo subvertido, pervertido, transido de dolor y de esperanzas muertas, lapidó el boga González ese mediodía, cuando el asunto se conoció en el Bar La Estrella y desató ardorosos debates. Congelada la vida en democracia por el voto democrático de una mayoría harta de tanto hartazgo y furiosa al pedo, y perdido todo sentido de Justicia, al menos por un buen rato se van a pavonear nuevamente asesinos y torturadores en nuestras mismísimas jetas y vamos a tener que soportarlos. Pero como eso también lo votó el pueblo, entonces yo me cago en el pueblo, dijo Porota, que es escribana y no tiene pelos en la lengua, y comentario que desvió todo análisis serio.
Está todo enmendado, lapidó el boga Alarcón hacia el mediodía, orgulloso –dijo– de ser el portavoz de la ministra que apretara clavijas para que el Gran Psicofante firmara la liberación de Rosito gritando al toque "Viva la Libertá, carajo". Fórmula que repitieron al unísono todos los succionadores de calcetines aledaños, que corearon "Viva la libertá, carajo" como para tapar el clamor de las marchas en la Gran Plaza y los carteles con los rostros de los mártires torturados y asesinados que todavía y para siempre van a resonar en La Plaza y en todas las plazas del país, les guste o no.
Cuando Rosito llamó en el portón grande y Caraballo lo abrió automáticamente, porque lo esperaba y le dijo "pasá Rosito", y cuando éste pasó y cerró, le dijo ché, ahí te espera un coronel, cuál coronel, qué sé yo uno que vino y trajo la orden, qué orden, la de liberarte, boludo, y los dos se rieron y dijeron como a dúo "Viva la libertá, carajo", y se rieron mientras Rosito se cuadraba ante el presunto coronel y decía hacia atrás el próximo capaz sos vos, Caraballito, portate bien, hacé la venia y deciles qué bueno que la gilada les creyó y todavía les cree esos cuentos de la democracia y la igualdad.
Después, y cuando ni una semana pasó de la asunción del facho democrático como capo nacional, ya “la escuela del terror” a cargo de la mina ésa, amiga de los milicos, auguró iguales frutos. El Tribunal Federal Absolutamente Supremo ratificó la libertad de Rosito, que venía pagando cuatro condenas firmes a perpetua por crímenes de lesa humanidad y mejor chito todo el mundo porque la Justicia así funciona cuando funciona.
Y así, tras desmentirlo todo y dolarizaciones y delaciones mediante, se desestimaron recursos y Rosito al cabo fue liberado y el fusilamiento pasó a ser mero “enfrentamiento” en guerra o algo así y ya se sabe que en las guerras mueren inocentes y por todo eso ahora Rosito anda festejando por todo el penal, adentro y afuera, y por toda la cuadra al grito de “Viva la libertá, carajo"; “Viva la libertá, carajo”.
Lo que importa en
esta Navidad, dijo entonces la Porota, es que "Viva la Libertá,
carajo" es sólo una pantomima farsesca, un maligno recurso retórico de los
miserables que ignoran que la Libertad que honra y canta el Himno Nacional Argentino
y que seguirán cantando millones de ciudadanos y ciudadanas de la Democracia
recuperada, es el verdadero y mejor espíritu y destino de este país que amamos
y que nunca entregaremos.