Treinta y cinco años después, el mítico festival BARock volvió a sonar, pero con menos misticismo, originalidad y rebeldía que antaño. Signado por polémicas, cancelaciones y dudas –estuvo a punto de no hacerse–, el primer festival masivo de la Argentina intentó regresar con bombos y platillos pero no logró generar el entusiasmo y el interés que los organizadores esperaban. Sin embargo, y más allá de no haber colmado las expectativas de convocatoria y frente a todas las adversidades, el festival salió adelante y transitó sus tres jornadas, con algunos momentos artísticos que quedarán en el recuerdo de unos cuantos (como la juntada de Pez y Litto Nebbia, el encendido concierto de Fito Páez o la actuación de Babasónicos). Si bien es cierto que el festival se vio erosionado desde temprano con las bajas, por razones distintas, de varios artistas (León Gieco, Raúl Porchetto, Salta La Banca, Horcas, Héctor Starc y Ricardo Iorio, por caso), lo cierto es que no logró abrazar un concepto artístico o, de algún modo, refrescar el espíritu del primer BARock. La sensación que quedaba al recorrer los diferentes escenarios (Artaud, Signos y La Balsa) ubicados en el estadio Malvinas Argentinas era algo difusa. No había un hilo conductor entre las propuestas artísticas y parecía una suma de conciertos aislados.
Al festival lo salvaron, como se dijo en la cobertura de la segunda jornada, algunas presentaciones destacadas que estuvieron a la altura de la esencia originaria del festival. Durante la tercera y última fecha, por ejemplo, Fito Páez entendió la magnitud del evento y desplegó un set demoledor, con una banda que la rockeó hasta en las canciones más lentas. El rosarino no se guardó absolutamente nada y armó una lista plagada de clásicos. “Si quisiera, podría hacer un shows de cinco horas solo con hits”, comentaban unos chicos. Y tal vez sí. Pero el concierto duró apenas una hora y los presentes, algunos muy pibes, pudieron disfrutar de himnos como “Tumbas de la gloria”, “Circo beat”, “11 y 6”, “La rueda mágica”, “Dar es dar” y “Te vi” o algunas no tan viejas como “Naturaleza sangre”, “El diablo de tu corazón” o “Aleluya al sol”, adelanto de su próximo disco. En “Brillante sobre el mic”, el músico rosarino dejó deslizar unas palabras que conectaron directo con Santiago Maldonado: “Una canción para la gente maltratada y desaparecida”, dijo y después solo le dio lugar a las canciones. Se lo vio conectado con el público, con sus banda (en la que participó Fabiana Cantilo) y expresó solo las palabras justas. Celebró, al final del set, la realización de esta nueva edición del BARock.
Un rato antes, también en el escenario La Balsa, David Lebón también dio una muestra de grandeza musical. El pionero del rock argentino cautivó a grandes y chicos –porque la franja etaria era muy heterogénea: desde pibes con la remera de Las Pastillas del Abuelo hasta parejas de cincuentones– con un repertorio cálido, esperanzador y, claro, histórico. “La música es el perfume de Dios”, dijo Lebón y conmovió a todo el estadio con una versión de “Seminare”, de Seru Giran, y rockeó con “Suéltate Rock and Roll”, de Polifemo. “Como yo tengo 65 años van a tener que darme más amor para que pueda vivir más tiempo”, dijo después y efectivamente recibió amor. La escena en ese momento, con sus matices, tenía condimentos hippie: casi todos sentados en el piso, algunos abrazados y sintonizados con la música. Un clima agradable y un sol radiante que hizo las cosas más fáciles.
En el escenario cubierto, el Artaud, en tanto, Eruca Sativa demostró que se encuentra en un buen momento artístico y de convocatoria, sobre todo después de haber llenado el Luna Park. El power trío cordobés desplegó toda su fuerza escénica y musical con canciones como “Magoo” y “Para que sigamos siendo”, con el adictivo estribillo que dice “Sos el fuego que no pueden apagar” en la voz de Lula Bertoldi. Y le dejó el escenario caliente a Carajo, que también le puso electricidad y pogo a la jornada. En otra sintonía, Militantes del Climax, en el escenario Signos, hacía bailar con una modesta dosis de funk, rap y psicodelia. Más tarde, subirían al escenario los reggueros de Zona Ganjah para terminar de aromatizar la velada, y luego Bersuit, con las mismas versiones de siempre. Gran Martell, Claudio Kleiman, Turf y Dancing Mood también le pusieron color y variedad a la jornada, aunque la grilla no reflejó la ebullición artística, la creatividad y la actualidad que, por ejemplo, reflejan bandas como Los Espíritus, El Mató a Un Policía Motorizado o Acorazado Potemkin, que no formaron parte del festival.
Después de la presentación de Páez, el cierre estuvo a cargo de Las Pasillas del Abuelo, que sin duda atrajó a los más jóvenes y también cortó la mayor cantidad de tickets. La banda liderada por Piti Fernández encendió el anacrónico ritual de banderas, cánticos y remeras con logos y esas cosas. El desafío del BARock, tal vez, es no dejar recaer todo el peso en el nombre y la historia, y brindar una propuesta artística acorde con la actualidad del rock argentino –sin desatender a los pioneros, claro–, que tuvo que adaptar sus códigos y sus ideas para mantenerse vivo y seguir dando respuestas. Algo que se comprueba rápidamente si uno apaga la radio y se dispone a salir a buscar música en vivo por los rincones de la ciudad.