En 1897 José S. Álvarez, conocido como Fray Mocho, publicaba su libro titulado Memorias de un vigilante bajo el seudónimo de Fabio Carrizo. Había nacido en Gualeguaychú a mediados de siglo y llegaba a Buenos Aires donde ocupó el lugar de comisario de pesquisas de la reciente creada policía de Buenos Aires. Una década antes había publicado Galería de ladrones de la capital, un libro fotográfico que ofrecía un registro de los rostros de la mala vida porteña, esa mala vida que en clave científica y positivista supo retratar Eusebio Gómez en su libro de 1908.

Pero mientras la marea positivista reconstruía “científicamente” el perfil de L´Uomo delinquente criollo de la mano de un José Ingenieros, un Francisco de Veyga, la Sala de Observación de Alienados, los Archivos de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, los Hombres de presa de Luis María Drago y el propio Eusebio Gómez, Fray Mocho emprendía el camino de la ironía y la picaresca para recrear la imagen de esa villa que se estaba convirtiendo rápidamente en metrópolis. Fundador de Caras y Caretas, en sus cuentos y escritos destilaba la picardía de una descripción costumbrista de personajes de los bajos fondos con tonos de humor. Memorias de un vigilante es eso mismo, una galería de los rufianes o, como dice Horacio González en su Humanismo, impugnación y resistencia, una interesante y graciosa anécdota de estafadores urbanos vistos con reprobadora simpatía.

Es en estas Memorias donde uno de los personajes que se muestran en esa galería es el estafador, aquellos “que hacen el scrucho o cuentan el cuento, son simplemente, en buen romance, los estafadores”. Se puede tratar del Laucha, aquel personaje que Roberto Payró recrea en su novela de 1906, quien engaña, quien hace olvido de su pasado para construirse en un personaje simpático y amigable, el que vende gato por liebre, el que te ofrece una cosa y termina entregando otra, quien te dice que con los mismos de siempre no hay posibilidad de cambio pero que termina recostándose en esos mismos y, al mismo tiempo, los cambios que vendía no eran otra cosa que los ecos del pasado.

Para Fray Mocho, entre estos estafadores, merodeando su figura, satelizando su figura, se puede encontrar también “el escruchante … aquel cuya especialidad es abrir puertas con o sin violencia”. Abrir la puerta de casa ajena, facilitar la entrada de aquellos que esperan agazapados, quienes se encuentran en bambalinas y que sería inconveniente ser vistos antes de tiempo. El escruchante resulta ser central para garantizar la estafa ya que garantiza el ingreso de aquello que estaba vedado, abre la puerta de lo que se quería evitar, de lo prohibido, es quien habilita el ingreso de la casta a ese espacio aparentemente prístino. Para que todo esto funcione, dice Fray Mocho, hace falta “…el recurso de meter un gato, es decir, hacer esconder en la casa un cómplice que a una hora dada franqueará la entrada”, y se cuela en los relatos y vidas ajenas para sacar ventajas. Colarse en vidas extrañas para subirse al tren ajeno y conducirlo. Por eso, “este papel de gato no lo desempeña cualquiera: es necesario dedicarse a él y hacerse una especialidad; acostumbrarse a estar inmóvil por horas enteras; a respirar sin hacer ruido; a no estornudar ni toser; en fin, a hacerse un cadáver”, ser un muerto pero recobrar vida una vez que cumple el cometido de abrir la puerta y hacer ingresar a todos aquellos que se encontraban en bambalinas.

Fray Mocho y los personajes de los bajos fondos cargan consigo algo de la gramática de lo sucedido en las últimas semanas, porque en las horas siguientes a las elecciones generales se consumó algo así como un scrucho que, como toda estafa, parecen haber participado esa diversidad de personajes que, si a fines del XIX y de la mano de un Fray Mocho, advertían cierto pintoresquismo, hoy resultan aterradores. La estafa, como bien menciona el dicho popular, ha sido la de vender gato por liebre, pero para seguir con las analogías, esta vez de muy bajo precio y muy obvia, se vendió gato por león. En el primer debate, una rusa lo desenmascaró, no se trataba de un león sino de un gatito mimoso blindado por las corporaciones y que no hablaba por sí mismo, sino que hablaba la voz de los grandes poderes económicos desde el regazo de sus amos. Así es que el reciente DNU es más bien una medida tomada por quienes capturaron el Estado para beneficio de ellos mismo.

Así fue también el armado del gobierno. La foto que ofrece la televisión de la lectura del DNU es la de una vieja casta. La casta que tanto rédito le trajo a Milei oponiéndose a ella, es la que va tomando cada vez mayor forma en el cuerpo de su gobierno.

Ni era anticasta ya que desde los comienzos tenía metido dentro funcionarios menemistas, entre otros; ni tampoco era el cambio ya que sus propuestas se filian a Celestino Rodrigo, Martínez de Hoz y Cavallo, por mencionar a algunos. Milei se encuentra rodeado de casta, supura casta y se comporta como casta. Toda su verborragia antipolítica se cayó a pedazos, esa misma noche de las generales se vendió públicamente a esa casta al decir: "Estoy dispuesto a barajar y dar de nuevo para derrotar al Kirchnerismo", "hacer Tabula rasa".

Esa casta que meses antes denigró cuando les profirió "Con Juntos por el Cambio no puedo tener nada, porque son un rejunte de miserables arrastrados por un cargo" y "no estoy dispuesto a ser parte de una estructura condenada al fracaso. Son similares a la Alianza y terminaron igual". El león se arrastró para conseguir los votos del PRO. En ese marco, la UCR tuvo todas las chances para recomponerse como aquel viejo partido centenario, nacional, popular, de tradición yrigoyenista y alfonsinista, y ocupar su rol histórico en la defensa de la democracia, los DDHH, las libertades políticas y la igualdad social, volviendo a hacer de la política y el Estado las herramientas para transformar la realidad y construir sentidos comunes, colectivos que seduzcan, enamoren, interpelen. Al parecer, esa chance la dejó pasar. Los sectores populares del radicalismo no tuvieron la suficiente fuerza para contrarrestar a los sectores de derecha que desde hace tiempo vienen ganando terreno en el interior del partido centenario.

El punto de llegada ocurre a las pocas horas de haber transcurrido las generales, Milei cerró su propia casta a través de una grosera jugada de la política más repudiable, el acuerdo por debajo de la mesa, el engaño a sus votantes, metió a toda la casta política que entre 2015 y 2019 rifaron el país a la especulación financiera y lo ataron de pies y manos a través del acuerdo con el FMI de los más pornográficos firmados en nuestra historia reciente.

El pacto de Acassuso del 23 de octubre será recordado como el momento político que puso al frente del gobierno a la fuerza política que había resultado perdedora en la jornada electoral del día antes. Todos repararon en las consecuencias electorales que ello tendría, precisamente en aquello que los propios protagonistas pretendían que se detenga. Pero no se observó el carácter antidemocrático que se anidaba en ese acuerdo, orquestado por debajo de la mesa, entre fuerzas políticas que no consultaron a sus miembros y que, sobre todo, no se trató sólo de brindar un apoyo y blindar una candidatura en los medios, sino del acta de fundación de una nueva propuesta política que no se presentó a elecciones y que, en el caso de haberlo hecho, resultó ser la perdedora. Se trató de un acuerdo secreto que, sin embargo, para que resultara efectivo necesitó de hacerse público de forma inmediata. Por ello, la propuesta que pasa las generales no es la misma que la que llega al balotaje y quien salió derrotado en las generales es quien finalmente tomó las riendas del país. La candidata a presidente y a vice, forman parte activa y entusiasta del nuevo gobierno. Esto no parece ser señal de unidad, sino acuerdo y negocios. El carácter antidemocrático supura por todos los poros de este gobierno y el DNU es muestra de ello, traspasando toda legalidad, cerrando las puertas del Congreso y tomando atributos que la Constitución Nacional no le concede bajo ninguna circunstancia al PEN, por el contrario, le son expresamente prohibidos.

Todo ello parece ser el corolario de una fuerza política que, si bien ganó las elecciones en el balotaje del último 19 de noviembre con el 55% de los votos, no fue la que decidió su gabinete, sino que se lo impuso una fuerza fracturada y perdedora de las elecciones generales. Quien gobierna no es quien ha sido elegido por el pueblo, menuda manera de conmemorar los 40 años de democracia, torciendo la expresión de la voluntad de la mayoría, sino la que surge de aquel pacto secreto del lunes 23 de octubre por la noche. En sus propios términos, el producto que los votantes de Milei eligieron en las generales no resultó ser el mismo que compraron en el balotaje. A las pocas horas venció y el estafador, como buen estafador, vendió el producto con prestaciones que no tenía y ocultando defectos que sí tenía. Fray Mocho se vería obligado a actualizar su galería de rufianes.

El miércoles 20 de diciembre consagró la pantomima. La fecha en la que organizaciones populares vienen conmemorando la tragedia de 2001 fue elegida para mostrar, por un lado, la irracionalidad y prepotencia de un gobierno que se sabe ajustador y antipopular, por ello requiere aceitar los mecanismos represivos; por el otro, un DNU donde se entrega la soberanía nacional, se avasalla con los derechos conquistados y se pulveriza el poder adquisitivo de la gran mayoría de la población. La estafa se consagra cuando el DNU supura negocios privados con bienes públicos. No se trata de una desregulación de la economía sino de un pillaje económico.

Puede ser metáfora, pero hay una estremecedora realidad que la recorre, el león dejó de serlo y se transformó en gato, las grandes empresas y el poder económico que tienen nombres y apellido son quienes usurparon el Estado y quien resultó herida de gravedad es la democracia misma.