De todos los balances que me propuse escribir en todos estos años, creo que este fue el que más me costó. No puedo sacarme de encima la sensación de que volvimos al casillero de inicio, como si nada de todo lo que hicimos hubiera servido para algo.
Me invade un sentimiento de derrota, de estar esperando que destruyan en unos días todo lo que construimos en todos estos años. Me golpea la tristeza en la cara y en el alma cuando pienso que personas queridas y conocidas fueron a votar la vulneración a nuestros derechos, el negacionismo de la dictadura y el cambio climático, el desprecio por los derechos humanos, la compraventa de órganos entre otras promesas de campaña.
Después, me tranquiliza saber -hasta algún punto- que en realidad no votaron eso. Lo votaron a pesar de eso, apostando a que no iba a poder avanzar sobre esas locuras, o incluso disponiéndose a soportarlas como el costo del cambio que muchas personas sienten que es necesario en Argentina.
Y ahí, encuentro un lugar en el que -aunque me cuesta llegar- puedo empatizar.
La izquierda, el campo nacional y popular, el progresismo, el socialismo… o cómo a cada une le guste más llamarlo, no tiene por qué ser improvisada, torpe, desatenta, ineficiente, vaga, elitista, iluminada, no requiere de territorio sin formación ni de formación sin territorio. Y lamentablemente este último gobierno de seudo progresistas ha sido la máxima expresión de esto.
El Estado es necesario, es fundamental… pero si es conducido por funcionarios que no funcionan no resuelve los problemas de la sociedad para lo que -en definitiva- fue creado.
Milité con entusiasmo la campaña que decía “En la vida hay que elegir”. Creo que las elecciones e incluso los conflictos, son imprescindibles para construir el camino hacia una sociedad justa e igualitaria. Entiendo que en ese camino, hay intereses contrapuestos y batallas que hay que dar. En la vida, hay que elegir, es verdad. Lo que no concibo es que muchas veces las opciones sean tan malas. Y aún las que parecen demasiado buenas, expresan la falta de cuota de realidad y pragmatismo que requiere tener la capacidad de -por lo menos- votar en defensa propia. Porque aunque las opciones eran malas, a la hora del ballotage, no “son lo mismo”.
La alternativa a la derecha que pretende que unos pocos se queden con todo, no puede ser solamente una mezcla de seudo progresistas sin territorio con nacidos y criados funcionarios que no pueden resolver los problemas de la sociedad porque, generalmente, no los conocen, y están muy ocupados en auto elogiarse o preocupados por no hacer nada -absolutamente nada- sin la expresa bendición de “la jefa”, que tarda en llegar porque no tienen terminal (quizás ese era el rol de Néstor) y no saben escuchar bien el casete.
Ante esta realidad, Milei se presentó como una nueva opción, otra, distinta a las que ya fracasaron tantas veces. Porque sí… aún en los años de mayores avances, aún en la década ganada, no se resolvieron los problemas estructurales. Se avanzó en muchísimos aspectos, se reconocieron innumerables derechos, nos acercábamos a los problemas, los conocíamos y nos proponíamos lentamente a resolverlos. Quizás muy lentamente, quizás demasiado a medias… La realidad es que no se resolvieron.
Esto agudizado por una deuda asfixiante sin precedentes en el mundo, la pandemia, la sequía, y un gobierno lleno de funcionarios que no funcionaron, probablemente generó que muches “elijan creer”. Creer que era algo distinto, creer que venía algo nuevo, creer que no iba a poder hacer las locuras que decía él mismo y su entorno. Se hartaron de lo malo conocido y prefirieron lo bueno por conocer… en un salto tan desesperado y al vacío que nos va a generar el golpe más duro de la historia. Primero porque Milei no es una opción nueva ni distinta. Es la peor de las mismas de siempre, la más dura, radical y extrema de las derechas. Unos pocos que quieren quedarse con todo a partir del sacrificio de la mayoría. Lo peor de la casta política y económica del país. Ya lo vamos a ver, no hace falta generar conciencia sobre esto, la va a generar a golpes.
Y es ahí donde siento que volvimos al casillero inicial, lo peor de los 90, cuando empezó mi militancia, buscando en los movimientos sociales de la diversidad, el feminismo y después las asambleas populares, las respuestas que no había encontrado en la militancia de la política partidaria. Siento que saqué la carta de “Vuelva al inicio del juego”. Solo que no es un juego. Es mi vida, la de mi familia, la de mis amigues, mis vecinos y vecinas, la de mis compañeres… y tengo casi 30 años más.
No puedo negar la tristeza que me genera saber que la mayoría eligió para gobernar a quienes vienen a destruir todo lo que logramos en todos estos años. Vienen por nuestros derechos, los de nuestras familias. Todos los derechos, no los de las “minorías” únicamente sino también los de las “mayorías”. Y tampoco puedo negar, por “responsabilidad histórica y por convicción personal”, que al menos una parte de la responsabilidad de la situación actual es del gobierno saliente. De “los funcionarios que no funcionan” y de les que se suponía que funcionaban y tampoco lo hicieron.
Afortunadamente, ahí donde la tristeza nao tem fim, como dice una canción, aparece otra que dice “la tristeza si es compartida, se vuelve rabia que cambia vidas”. Y de eso se trata esta columna. Compartir la tristeza para, una vez más, entre todes, convertirla en la rabia de la resistencia, de la lucha y después de la reconstrucción de lo que logren destruir.
La militancia nos obliga a ser optimistas, a ver el vaso medio lleno. Y ahí me doy cuenta de que en realidad no estamos en el casillero de inicio. Contamos con un camino recorrido, con una historia, experiencia, herramientas, que antes no teníamos.
Tenemos derechos que defender, que antes no teníamos. Organismos y espacios que defender, que antes no teníamos. Leyes y políticas públicas, que antes no teníamos. Y aunque logren destruirlas, derogarlas, cerrarlas… no van a poder borrar de nuestra memoria el camino que recorrimos para conseguirlas. Y desde esa memoria es que podemos luchar, resistir y después, reconstruir todo lo que tengamos que reconstruir. Porque el amor siempre, pero siempre, vence al odio. Y aunque haya que volver a empezar, no vamos a partir desde el mismo lugar.