FINESTKIND 4 puntos

Estados Unidos, 2023

Dirección y guion: Brian Helgeland.

Duración: 126 minutos.

Intérpretes: Ben Foster, Toby Wallace, Jenna Ortega, Tommy Lee Jones, Ismael Cruz Cordova.

Disponible en Paramount+.

Un tropezón no es caída, pero el nuevo largometraje de Brian Helgeland se parece bastante a un sonoro y doloroso choque frontal contra el suelo. Ganador de un Oscar por el guion de Los Ángeles al desnudo (también estuvo nominado por Río místico) y realizador de esas dos bellas rarezas estrenadas al filo del cambio de siglo, Revancha y Corazón de caballero, el guionista y realizador se despacha con un drama protagonizado por un grupo de pescadores que no logra hacer pie en casi ningún momento. Casi porque durante el primer tercio (el film está dividido en tres actos tan explícitos que parecen salidos de un curso de escritura) Finestkind se acomoda en el molde de un relato old school acerca de dos medio hermanos (Ben Foster y Toby Wallace) que reestablecen contacto luego de años sin verse. El más joven es un incipiente estudiante de derecho que, sin previo aviso, se presenta en el puerto de New Bedford, Massachusetts, ante el barco capitaneado por su hermanastro, con el expreso deseo de embarcarse por primera vez en la vida.

Ese segmento que hace las veces de prólogo está marcado por un accidente marítimo que le permite a la historia establecer relaciones y parentescos, al tiempo que describe la dura vida en altamar y el particular vínculo que une a esos hombres con férreos códigos de trabajo y camaradería. Excepto por algunos excesos musicales en la banda sonora, que anticipan otros por venir, la película promete un regreso a cierto estilo seco ejercitado en el cine estadounidense de los años 70, pero nada de eso se cumple cuando el guion mete segunda. Es entonces cuando aparece en pantalla el padre del hermano mayor, interpretado con usual prestancia por Tommy Lee Jones, dueño de la embarcación que le presta el nombre al título del film, y contrata a su hijo para llevar a cabo una travesía en aguas alejadas de la costa. El rodaje en locaciones regala un par de secuencias de pesca a la vieja usanza, sin la ayuda de efectos digitales, pero en paralelo Finestkind se entrega a varias subtramas que parecen tomadas del abecé del guionista. Y, nuevamente, el desastre acecha: a estos marineros no parece salirles ni una bien.

Lo peor está por venir: el tercer y último capítulo incluye la aparición de un grupo de narcos que parecen sacados de otra película, muy diferente, y la revelación de un destino inevitable habilita la posibilidad del sacrificio y el restablecimiento del equilibrio. “Uno vive. Uno muere. Es lo que ocurre en el medio lo que importa”. La máxima, de las más pueriles que puedan imaginarse, se pronuncia solemnemente no una sino dos veces, ejemplo perfecto del ridículo que Finestkind no logra esquivar en su creciente acumulación de clichés dramáticos, coronados por una despedida a bordo del barco pesquero que hubiera puesto colorados a los tripulantes de El crucero del amor.