Quería explicarte, con todo respeto, desconcertado lector, que ni la genética, ni la nacionalidad, ni la cultura general de una etnia fundamentan ni determinan una ideología. La ideología deviene de la adscripción del individuo a una teoría política o filosófica, independientemente de otras pertenencias.

Por eso despertó mi asombro un cierto dirigente del campo nacional y popular que --al resucitar recientemente la historia del famoso plan Andinia-- repuso en los judíos la intención de apropiarse de la Patagonia, hablando negligentemente en un medio público, como lo podría haber hecho Beveraggi Allende o la Alianza Libertadora Nacionalista en sus peores momentos.

Sabrás, observante lector, que allá por el año del Señor de 1902, cuando Rusia ya había empezado su proceso de industrialización, con la consecuente explotación abusiva de los campesinos que se trasladaban a las ciudades para transformarse en obreros y empezaban a intuir los alcances de la apropiación del plusvalor, ya el zar de Rusia y su entorno inteligente elaboraron los Protocolos de los sabios de Sión. Los Protocolos inventaban una intención judía de apoderarse del mundo. Derivaban así el malestar por la vida miserable que les ofrecía la nueva estructura económica, desde el empresario con galera a ese otro barbudo y bíblico que, en su diferencia secular o milenaria, habría suscitado insoslayables sospechas de sus supuestos y aviesos propósitos contra todo el género humano.

El mismo Iósi, el espía infiltrado por los servicios de inteligencia en la comunidad judía con el pretexto de descubrir las intimidades del plan Andinia, ha tenido la sospecha de que, en realidad, los planos de algún edificio de la comunidad judía que él dibujaba para entregar a sus superiores estuvieran destinados a planificar los atentados ocurridos en los años de 1992 y 1994, cuyas motivaciones aún cuelgan de un expediente cargado de reflejos que encapotan comercios como de armas e intereses varios de dudosa santidad y que involucran a peces gordos y flacos nacidos en diversas naciones, observantes de religiones diferentes y orígenes culturales desagregados.

También has de saber, indiscreto lector, que así como no entiendo nada de política, tampoco son lo mío los registros catastrales. Solo me vienen a mi corta memoria, entre los tantos adquirentes de hectáreas patagónicas --más allá de esteros, valles y pampas en otras latitudes del país-- nombres como Benetton, Tinelli, Rocca, la reina de Holanda, el creador de la CNN Ted Turner, alguna empresa belga y si Joe Lewis --tan judío como ricachón anglobritánico-- pudo comprarse un lago y sus alrededores fue porque la gestión de un expresidente ítalo-blanco-villegas descendiente relajó la ley que controla la cantidad de las tierras argentinas que puedan estar en manos extranjeras y que casualmente lo favoreció.

Cuando se habla de la referencia judía, en mi mapa estelar prefiero nombres como Noam Chomsky, Bernie Sanders, Vacuna Sabín, Jonas Vacuna Salk, Relatividad Einstein, Superyó Freud, el filósofo Baruch Spinoza, Ioshua --el hijo de José el carpintero y de la Miriam que usted conoce como María-- de quien sus descendientes aseguran era hijo de Dios; también León Rozitchner, Ricardo Forster, Bernardo Grinspun --mártir de la investigación económica de la deuda externa--, Héctor Timerman --fallecido por negligencia intencional de los poderes políticos que no excluyen a su propia comunidad judía-- Isaac Bashevis Singer, David Ricardo, Claude Lévi-Strauss, Mordejai Anilevich, Ana Frank, Franz Kafka, Primo Lev y, por qué no, Karl Marx, Rosa Luxemburgo, Lyev Davidovich Bronshtein, a quien entre sus tantos alias se lo conoció como León Trotsky y el mismísimo Paul Newman a quien recuerdo solamente porque era lindo y sexy. Y no me da la gana de citar a otros judíos como Milton Friedman o Esther Lauder o Volodímir Zelenski por cierta obvia antipatía que me inspiran.

Por esa razón, a los judíos progresistas --con perdón de la palabra-- entre los que me incluyo, nos ofende en nuestros acendrados sentimientos humanistas esa mamarrachada judaizante que se agita desde la nueva gestión oficialista, elegida en democracia, que sopla cuernos, degrada la simbología del shofar en un despeluque roquero, prende velas macabeas y asegura que las victorias no se logran por el compromiso de los hombres con una causa sino por el beneplácito de los cielos, menesunda que aglomera a lo más caótico y subrepticio de las ultraderechas judías y no judías de Occidente. Nos ofende tanto como el aprovechamiento judeofóbico que hacen de la coyuntura los que se mueven con los prejuicios y las discriminaciones obsoletas de un discurso aprendido, del que no han podido desembarazarse a pesar de tanta militancia política.

Y no quiero dejar de inscribir estas reflexiones -curioso lector que miras los sucesos locales y las relaciones planetarias desde tu amañada ventana del sur global- en la trampa de Tucídides, tal como la describió el politólogo Graham Allison cuando se refería a cómo la Atenas que surgía enfrentaba el poder declinante de Esparta. Cuando una potencia siente miedo de perder su hegemonía ante otro poder en ascenso, dice Allison, en la mayoría de los casos genera una guerra. Por esa razón dicen que el viejo Catón siempre terminaba sus discursos en el senado de la antigua Roma reiterando su remanida frase Carthago delenda est. Cartago, la potencia que desafiaba a Roma desde el otro lado del mar que los romanos llamaban Mare Nostrum o Nostrum Mare -ordene los factores como quiera- debía ser destruida, aunque no sé si me confundo y no se refería a Carthago sino a la China de Xi JinPing.

Lo aburro con tanta historia, paciente lector, porque ni el tano Caputo, ni el catalán Espert, ni los Macri de Calabria, ni los Bullrich del patio combinan con mi árbol genealógico, pero sí son quienes se alínean con las barras bravas de la globalidad de Occidente para que BlackRock se apropie de las llanuras de Ucrania, para que Israel absorba definitivamente a una Palestina toda llena de genocidio y para que la deuda contraída por los mismos que nos pretenden gobernar agazapados tras el sillón presidencial o escondidos bajo su escritorio, vaya usted a saber, entreguen cada milímetro de nuestra patria a la voracidad de los fondos de inversión que no solo desprecian sino que quieren destruir a los Estados nacionales.

Así que déjenme de joder con el plan Andinia.