"Ella sigue avanzando siempre: persuasiva, seductora, imparable, contradictoria, dotada de una energía gigantesca y una fantasía descomunal”, dice Ivonne Bordelois en una carta que, a modo de prólogo, le escribe a Oscar Barney Finn para el libro Las moradas, de Ediciones Diotima. Se trata de la reciente publicación que el director de cine, teatro y tele dio a conocer semanas atrás. El volumen se refiere a la vida que tuvo en las distintas casas que habitó la autora de, justamente, La casa del Ángel.
Había una vez una casa. Había en un tiempo una casa. Había en varios tiempos varias casas que eran una sola. Barney Finn divide el tributo a su amiga en seis moradas, un prólogo y un epílogo encabezado por un epígrafe de Gastón Bachelard: "La casa es un cuerpo de imágenes que dan al hombre (nosotras agregamos a la mujer) razones e ilusiones de estabilidad”.
“Sobre Arcos, en la esquina de Sucre, un balcón con balaustrada de cariátides, cubiertas de hiedra, me permitía, entonces, asomarme a la calle”, narra Beatriz. Es la ficción sobre la residencia decadente de su familia en el barrio de Belgrano. Promedian los años cincuenta y luego de un viaje de estudios a Europa, Guido gana el premio Emecé con la mencionada novela.
De joven, luego de algunos viajes de estudio por Europa, la autora experimenta un despegue en su carrera literaria y cinematográfica. Es su pareja, el realizador de películas Leopoldo Torre Nilsson, quien toma el libro de Beatriz y lo transforma en una película sobre la religión y la sexualidad al interior de oscuras relaciones parentales.
Beatriz escribe en los cafés y en los sets, siempre huyendo de la soledad. Luego llegan La caída (1956), Fin de fiesta (1958) y El incendio y las vísperas (1964), donde la escritora inserta a sus criaturas ficcionales en la vida social y política del país para dejar expuesto cómo las elites “incendian, niegan y salen ganando por sobre el dolor del pueblo” según escribe en su columna de este diario (fechada el 28 de febrero del año pasado) Mempo Giardinelli. La novela divide aguas y provoca la reacción de todo el campo político e intelectual. Para algunos aspira a convertirse en El Gatopardo del fin del primer peronismo, para otros se trata de una caricatura maniquea del movimiento nac & pop.
Cada lectore sacará sus conclusiones, pero Guido hace del desplazamiento, el cruce y la confusión, los recursos de una narrativa transgresora, situada en los bordes del canon por best-seller o por burguesa.
Contemporánea de otras literatas que aparecen portando firma o rostro, Guido forma una tríada mediática con Marta Lynch y Silvina Bullrich, también de apellidos patricios, u oligarcas. La periodista y escritora Cristina Mucci, conductora y productora del programa Los siete locos, de la TV Pública, publica a comienzos de este año un libro que comenzó a nacer en 2002. “Estas escritoras eran celebridades, la gente las reconocía por la calle, aparecían en los diarios, en la televisión. Con mis amigos discutíamos acerca de sus ideas y sus declaraciones públicas”, cuenta Cristina al recordar en Las Olvidadas, la vida de las tres autoras, reeditada este año.
El año 2000 empezó a arder y Mucci se sumerge entre archivos, documentos y entrevistas. Investiga su vida de ágapes, encuentros sociales, objetos fastuosos y viajes compartidos cuando escasean los billetes. “Lograron una fama comparable a la que hoy solo tienen algunos deportistas y personajes mediáticos. Pese a sus diferencias y seguramente a su pesar —ya que cada una aspiraba al protagonismo absoluto y competía con las otras— se las ingeniaron para crear una línea que les dio sus mejores éxitos: trascender el ámbito de lo intimista para convertirse en críticas de la realidad. Es innegable que fueron audaces. Rompieron barreras, avanzaron sobre prejuicios y sectores de poder, y hasta donde pudieron, lograron transgredirlos. Aunque fueron denostadas en vida e injustamente ignoradas después de sus muertes, abrieron un camino en la literatura argentina y supieron expresar las diversas situaciones por las que fue atravesando el país”, cuenta Mucci en su libro.
Según la periodista televisiva, la participación pública, tanto de Beatriz como de Silvina y Marta es muy novedosa porque a las autoras argentinas no se les daba mucha atención y ellas logran concentrar la curiosidad del público. "Incluso eclipsaron a otras que eran muy buenas y que ahora se están divulgando, como Silvina Ocampo, Sara Gallardo, Elvira Orphée”.
No se puede decir que son feministas, pero encaran una serie de temas claves para la época. Siguen a Simone de Beauvoir, activista por causas similares, aunque la francesa se enarbola con el feminismo (es una de sus teóricas) y la izquierda.
Referenta del debate público
En los tiempos de escritura y publicación de Guido, la industria cultural local es número 1 dentro del universo de hispanohablantes; una usina editorial poderosa en la que el libro juega un rol fundamental. Ella, como Bullrich y Lynch, venden 40 mil, 50 mil ejemplares. “La literatura y los libros eran elementos para pensar el país, disparadores y parte de los intercambios intelectuales. “Eso no sucede más, hoy se da pero en nichos, en pequeños grupos, no llega a los debates nacionales, cosa que en la época pasada sí”, comenta Mucci.
La grieta entre el peronismo y el antiperonismo marca la agenda cultural y empuja a los intelectuales a comprometerse con una toma de posición. En ese contexto, Beatriz polemiza con el justicialismo y se gana la simpatía del medio pelo argentino, las Doñas Rosa, del comunicador Bernardo Neustadt. El incendio y las vísperas es récord en ventas en los años '70, cuando alcanza 200 mil ejemplares. El argumento de la exitosa ficción es la desintegración de una familia aristocrática durante una dictadura, un clan que sacrifica a uno de sus miembros para evitar la expropiación de sus campos. La presencia de Perón y la idea de un país en caos parecen estar presentes en el texto.
Se popularizan las discusiones entre Arturo Jauretche y Guido. El escritor y político le dedica un capítulo en su libro El medio pelo en la sociedad argentina. La llama tilinga y la acusa de ser una escritora de medio pelo para lectores ídem. "Ella respondía con ironía, diciendo que cada vez que Jauretche la nombraba vendía más ejemplares, pero en el fondo le dolían esos comentarios, eran agresivos. Si bien Beatriz estaba bien posicionada, la intervención de las mujeres en el ámbito público nunca fue fácil", resume Mucci.
Integrante de una generación parricida, los libros de Beatriz y sus congéneres pasan de ser los más vendidos a ser desconocidos por les nueves lectores. Según la conductora de Los siete locos las causas son diversas. “Creo que los motivos del olvido son ideológicos porque molestan, no gustan. Puede que sea por su profundo antiperonismo. A Beatriz como a Silvina y Marta no se las recuerda para nada y son una parte de la historia muy interesante. Marcaron una época y más allá de la calidad y el talento que cada una pueda haber tenido, fueron no solo las escritoras más leídas, sino también las que escribieron las novelas sociales y políticas que —a favor o en contra— lograron reflejar a toda una generación”.
Hay que recuperar los libros de Beatriz Guido, que son muy valiosos. Hay que leerla porque tiene una literatura de muy buen nivel y compleja. Sería hermoso que se reeditaran sus primeros libros como La casa del ángel, La caída, que son intimistas, tienen un tono muy particular, tienen magia, un universo propio. Después de El incendio y las vísperas, Beatriz se mete en la realidad política argentina y continúa con esa temática en los libros posteriores. Pero ya en los '70 la sobrepasa un poco la historia y escribe libros bastante más flojos, como La invitación o Rojo sobre Rojo, que, aunque a mi criterio son novelas fallidas, seguían vendiendo muchísimo igual; ella mantuvo su popularidad hasta el final".
Tras El incendio y las vísperas Beatriz continúa escribiendo hasta la década del ochenta. Escándalos y soledades (1970), Una madre (1973) y Soledad y el incendiario (1982), entre otros. En 1978 muere Torre Nillson, lo que resulta un golpe devastador para ella. Publica La invitación (1979), llevada a la pantalla grande por Manuel Antín el mismo año de la guerra de Malvinas.
Con la vuelta de la democracia, la designan agregada cultural de la embajada argentina en España y se va a vivir a Madrid. Publica su última novela en 1987 y muere un año después por un derrame cerebral. Sus restos no descansan junto a su compañero, como hubiese querido, sino en el cementerio Jardín de Paz. “Escribir es también, a veces, correr detrás de una camilla hacia el quirófano, invocar, detrás de los ventanales en sombra, la respiración del ser amado”.
Beatriz no tuvo hijos porque, decía, “me hubieran deleitado mucho”, pero no hubiese podido escribir. “Mi vida con Bapsy fue una vida larga y feliz, concluye el libro Las moradas de Barney Finn, que cuenta con preciosos retratos realizados por Ilse Fukova y Annemarie Heinrich. Él me ayudó a disciplinar mis desbordes y le dio a mi trabajo la vasta posibilidad del cine”.