Siempre supe que era trolo. De chiquito me gustaba un compañero de primaria, a quien nunca pude decirle lo que sentía. Hubiera perdido su amistad. Por eso elegí el silencio.

De adolescente me erotizaba un joven Ricky Martin de pelo largo, chaleco de cuero sobre su torso desnudo y montado sobre una gran moto Harley Davison. Le habré dedicados tantas… tantos pensamientos.

Durante esos años sentía que aquello que me pasaba debía ser algo malo, algo que podría (y debería) corregir. No lograba aceptar que ser diferente a mis hermanos, sentir diferente que ellos, no significaba que estuviera enfermo, o fuera algo de lo cual tener vergüenza.

El mandato social y familiar me hicieron buscar novia, quizá como una forma de tener algo que responder cuando todo el mundo - en cualquier contexto y lugar - me preguntara “Cuándo nos vas a presentar una novia?”. Y finalmente presenté novia, por un año y medio.

A los 20 me decidí, lo que sentía era más fuerte que yo, y me aventuré en el maravilloso proyecto de ser libre, de intentar ser feliz. Y no sólo me acepté como marica, sino que entendí que debía aprovechar ciertos privilegios a los que había accedido para aportar a la transformación de una sociedad y una legislación que pretendían condenar a la gente “como yo” a una vida de segunda.

De origen socialista (desde los 15 años fui dirigente juvenil del Partido) abracé al activismo LGBT+, y esas dos militancias me dieron todo.

Oportunidades maravillosas, amistades duraderas, propósitos de vida, experiencias, viajes y a mi amor y compañere, Onax. Incluso me permitieron ser electo Diputado Nacional representando no sólo a mi provincia y mi partido, sino a tantas y tantos que lo dieron todo por la construcción de una realidad mejor.

Pero algo tan importante como todo eso, es el haber podido ver y compartir charlas con tantas pibas, pibes y pibis que, a la edad en que yo sentía miedo y vergüenza, hoy viven su identidad, su sexualidad y su afectividad con total libertad.

Eso construimos luego de tanta lucha, de tantas y tantos que han quedado en el camino. Una vida más abierta, más feliz, una vida plena. Una vida en tiempo real. Noviazgos, amores y desengaños disidentes al mismo tiempo que los cis heterosexuales. No más adolescencias vergonzantes.

El 19 de noviembre pasado, ya electo Diputado, con 13 años de pareja y 9 casado y con un largo camino recorrido, sentí aquel miedo, aquella vergüenza que me invadía en mi adolescencia. Fue como si empujaran nuevamente al armario.

Comencé a pensar en mi propia experiencia, en todo lo conquistado, en esas niñeces y adolescencias libres, y me pregunté una y otra vez cómo la mayoría del pueblo había elegido a un Presidente, y un proyecto político, que se esforzó por mostrar que nos desprecia, que preferiría que no existiéramos, que piensa que en las personas del colectivo LGBT+ hay algo que corregir, algo que curar.

Cómo podía haber triunfado un proyecto que destila odio y estigmatiza y que quiere que volvamos al armario. Individualmente y comunitariamente.

Pensé en esas y esos jóvenes que crecieron sin tantos prejuicios, que nunca pensaron en vidas solitarias o infelices. Pensé en el miedo que sentirían, en los insultos y la violencia latentes en las calles.

Y recordé otra fecha. El 4 de noviembre. Nuestro orgullo.
Más de 1,5 millones de personas en las calles, diciéndole a quienes profesan el odio que al closet no volvemos nunca más.
Sé que vienen tiempos complejos. Pero sé también que nos tenemos. Que somos comunidad. Y que como tantas otras veces, la igualdad y la libertad siempre triunfan.

Y sé que en la calle, juntes, vamos a defender cada conquista. 

*Activista LGBT+. Diputado Nacional por el Partido Socialista.