Todas las mañanas salimos a caminar por ese lienzo en blanco, inacabado, que es la vida. Una vida que pasa ligera, en ocasiones muda, sobre una humanidad que a veces, por cierto, da muy pocas ganas de salvarla. Un ejemplo es lo sucedido este verano en el K2, la segunda cima más alta de la Tierra. Del estrecho sendero de subida, atestado de alpinistas, se cayó un “sherpa” paquistaní de 27 años, Muhammad Hassan, y rodó cinco metros. Lo izaron malherido, y allí lo dejaron, a 8.200 metros de altura. Lo más escalofriante vino después.
El incidente fue grabado en imágenes. Se ve con claridad como por encima del cuerpo agonizante del portador pasan de 80 a 100 personas levantando la “patita” y dando un pequeñosalto sobre el herido. Todos escogieron coronar la cumbre, alienados por conseguir la selfie carísima en la cima del mundo. Lo abandonaron en la Zona de la Muerte y, en efecto, luego de unas horas falleció. Hassan murió por pobre. Si hubiera sido uno de esos ricos clientes de pago (entre 60.000 y 100.000 dólares la ascensión) sin duda se hubiera salvado. El abandono impasible de este pobre porteador es de una inhumanidad aterradora. El alpinismo ya no es lo que era. Hace tiempo que el mercado depredador se ha instalado en las altas montañas.
El mundo no ha dejado de interpelarnos, cada vez con nuevos y más poderosos argumentos. Sin embargo no ha hecho más que ampliarse la distancia entre la realidad y la percepción autocomplaciente de esa ensoñación individualista de un yo dominante e incontrolado, perfectamente funcional al sistema.
Nunca es tan devastadora la soberbia que cuando se vuelve innecesaria. Milei también nos pide levantar la “patita” y “saltar” por encima del tejido social agonizante, que se asoma sin miramientos al abismo. Lo dice con esa claridad enajenada de quien ha visto el infierno de cerca y ha regresado para ignorar su existencia.
Uno debe seguir penetrando, una a una, en las capas que dan forma a una realidad desconocida, llena de emboscadas y represión, para acercarse a la única fuente de luz posible en estas latitudes: la resistencia al mesianismo “ultraliberal”. Todos sabemos lo que pasa cuando los excluidos, los hacinados, los que sobran, los que no encajan, los expulsados de todo interés común abandonan de pronto con un aullido su aparente indiferencia. La fuerza de la vida está en lo colectivo, en el cuidado, en ese acompañamiento indispensable para sostenerse, para entendernos, para seguir viviendo. El impulso a forzar los límites, a llegar hasta donde se pueda y un poco más allá, es la base de la condición humana.
Uno puede pactar con su fracaso, pero es en extremo difícil convivir con el ridículo. Purgado el sudor del miedo, ya se ha demostrado que es más probable que Corea del Norte fiche a Leo Messi, que las protestas se encaminen por las veredas. En el fondo de la herida hay una esperanza que supura. En algo nos han puesto de acuerdo: la patria no se vende, y si la policía corta, no cobra.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979