Los rubios (2003), de Albertina Carri

Mezcla de ficción y documental, Los rubios fue pionera en el hallazgo de una vía propia y original para recorrer la historia reciente de la Argentina, los crímenes de la dictadura cívico militar y el fantasma de los propios padres. A partir de la elección de una actriz (Analía Couceyro), Carri se imagina en el hoy y en el ayer, su orfandad adquiere la lucidez de la exploración crítica y sus imágenes fusionan el testimonio de los otros con el registro de su más íntimo imaginario. La forma fue un hallazgo y la concreción, un camino a seguir para nuevos documentalistas –como el caso de Nicolás Prividera con M (2007)- que desde una historia en primera persona podían hilvanar un panegírico abierto a insolencias y riesgos, a un registro esquivo a los academicismos y condescendencias. Una película única, un germen imprescindible.


El silencio es un cuerpo que cae (2017), de Agustina Comedi.

La ópera prima de Agustina Comedi fue la película que mejor entendió el legado de Carri, y supo convertir el mundo privado en un una mirada política sobre el pasado público de un país. Tras la muerte repentina de su padre, Comedi descubre una serie de videos que registran un mundo desconocido: su vida de soltero, sus amores con hombres, una juventud vivaz e irreverente en plena dictadura militar. Allí hay una puerta que se abre y un camino que se sigue como una pesquisa, sobre esa figura anhelada y elusiva, la misma que se despliega en infinitas formas del goce y la sexualidad, de la vida social y la experiencia cotidiana. Quien asoma no es un padre sino un hombre que se completa en ese rompecabezas frágil y doloroso, quien se reinventa en la memoria de una hija y el recuerdo de una aventura secreta.

Esquirlas (2020), de Natalia Garayalde.

La explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero fue un antes y un después en la historia de la Argentina durante el gobierno de Carlos Saúl Menen. Y también lo fue en la vida de la ciudad y en la historia personal de cada uno de sus habitantes. Aun siendo una púber, Natalia Garayalde se convirtió en cronista de la desgracia y exploró junto a sus vecinos las ruinas de un país que se evaporaba ante la vista de todos. Escombros, humo, contaminación son apenas las consecuencias inmediatas que luego trascenderían aquella coyuntura para adquirir nueva resonancia en este presente. Lo que surge del registro privado se transforma en público, no solo en el gesto de inclusión en un documental, en el contrapunto entre lo oculto ayer y lo revelado hoy, sino en la consagración del cine como artífice de una memoria que nunca se muere, siempre se transforma.

Julia no te cases (2022), de Pablo Levy.

Los padres nuevamente asoman como figuras elusivas, destellos del pasado que regresa. Aquí Julia Azar es el objeto de la mirada de su hijo y el eje de su exploración sobre los mandatos de una cultura de la que ambos son producto y resultado. Sus padres se casaron jóvenes y, apenas consagrado el matrimonio, las dudas de Julia ensombrecieron su futuro con el Negro. Desde allí el relato recorre rupturas y reconciliaciones, viajes a Europa y Disney, una ilusión de cuidado y protección, un folletín que anhela el final feliz. Pero Levy desarma esas historias de su propio pasado como las mentiras de una ficción, el juego con las grabaciones de la voz de su madre, el estudio de una larga confesión convertida en el manifiesto de las mujeres de una generación.