Un estallido silencioso. A veces sucede. Hace diez años, la aparición de Ernesto Díaz en el panorama musical uruguayo dejó boquiabiertos a muchos. Su disco debut Cualquier uno hizo retumbar una pregunta en el aire: ¿y este gurí –que no era tan gurí– de dónde salió? A la distancia, aquel trabajo es considerado casi de culto en su país. Así las cosas, acaba de editar disco nuevo. Y reincide en la belleza. Por lo que, otra vez, todos deberían estar posando la atención sobre él.
En su primer contacto con la música, en su casa familiar de Artigas (nació en ese punto norte limítrofe con Brasil, en 1973), no hay un disco, un artista o una serie de canciones. No. Antes que todo hay, más bien, murmullos, sonidos, radios sintonizadas a volumen bajo. Todo aquello, recuerda ahora Ernesto, era música para él. “Yo tengo un recuerdo muy auditivo, sobre todo. Me acuerdo de los lugares y de los sonidos, me olvido de las caras. Soy malo para retener rostros, pero retengo gestos, voces, detalles. Y eso es muy auditivo, muy melódico. El primer contacto que recuerdo con la música, en tanto música como actividad humana, más allá del sonido concreto, es gente ordenando voces y silencios” cuenta, desde la ciudad de Canelones. Y sigue: “Mi padre escuchaba mucha radio, de por ahí, del lugar. La dejaba en volumen muy bajito, todo el día enchufada. No se escuchaba casi, quedaba de fondo. Pero cuando bajaba el umbral, por la noche, que se hacía silencio y todos se acostaban, era como si alguien de repente subiera el volumen. Me quedaba horas escuchando. Pasaban una música de los tempranos setenta. Brasilera y de todos lados. Yo no me daba cuenta que idioma era, era muy gurí. Pero me sonaba familiar”.
Hay otras postas en eso que podría entenderse como un ritual de iniciación. Por ejemplo, una guitarra de un amigo de su padre que estuvo guardada durante mucho tiempo y de la que recuerda, sobre todo, el olor. Su madre bailando y cantando mientras cocinaba. Su padre melómano –“es el único de la familia del que puedo decir que es melómano, más que yo”–, Doña Eva y Don Joaquín bailando en una fiesta del barrio. Y luego sí, la música y toda esa escucha legada de su padre y las primeras aproximaciones a la composición, a las canciones propias. Un nombre, también: Caetano Veloso. “Recuerdo mucho querer tocar la guitarra después de escuchar a Caetano. Verlo cantar y tocar. Porque era como fusionar la guitarra con el canto. Me parecía una cosa muy tocable. Lo vi en la tele, vi la posición de los dedos y quise imitar esas posiciones, esos acordes. ¡Ese sonido! Obvio que no salía nada que ver, pero así fueron esas primeras aproximaciones”. Apenas terminado el colegio rumbeó a Montevideo. Allí cumplió los dieciocho. Se fue a estudiar derecho y letras pero lo que hacía cada vez que podía, lo que más le gustaba era escuchar música por ahí. “Lo que pasaba musicalmente en la ciudad era lo que más me importaba. Por ejemplo, había un tipo de acompañamiento, de candombe beat y de gente como Chichito Cabral, Mateo, Rada, Gularte, Jaime Roos, por ejemplo. Estela Magnone. ¡Yo sentía esas candombeces! Esos sonidos, esas maneras de concebir las claves, el acompañamiento y las frases, la duración del golpe. Que no era de conga centroamericana. Y los tambores en los barrios, obvio. Eso me apasiona. No tocar, sino estar, acompañar”.
Y dice, también: escuchar lo que pasa.
CANCIONES PROPIAS Y “CALENGAS”
“Yo no iba a grabar nada” comenta. Y enfatiza esa breve línea. Aun así, después de algunos años de arribar a Montevideo, fue que empezaron a aparecer las primeras canciones. Él pedía que borrara lo que se había registrado. Pero a instancias de Carlos Giralde –“fue el primero que dijo ‘vamos a grabar eso’– y, sobre todo, de Fernando Ulivi y Guillherme de Alencar Pinto, se fueron amontonando canciones, bocetos, un pulso de autor en estado germinal. Canciones que, en definitiva, ganaron lugar y peso por pura prepotencia de la belleza. “El material lo vamos a tener nosotros” dice que le dijeron Ulivi y Pinto. Cualquier uno (2014), su excelente disco debut, reúne gran parte de ese material. “Es como una miscelánea de cosas que yo fui haciendo durante veinte años. Veinte o casi. Siempre me gusta explicar que es un disco solista, sí; pero también es un disco de los tres: mío, de Fernando y de Guillherme”. Portuñol, cancionero, candombero, abrasilerado por momentos; Cualquier uno sigue impactando por su sonido, por la lírica, por lo desprejuiciado. Por cómo enlaza y se embebe de la tradición y de los pesos pesados de la música uruguaya. “Los oreia”, “Chico tristeza”, “Candombe de dois”, “Me solta Montevideo” son fiel reflejo y muestra del estilo de Díaz. Si todo cancionero popular tiene sus joyas ocultas, en el uruguayo del siglo XXI estas tonadas son postas obligatorias.
Casi una década después acaba de editar su segundo disco. Mejor dicho, un dejavú: todo lo que estaba en Cualquier uno, vuelve pero mejor y evolucionado. El hombre no estaba en silencio. Estaba tomando aire. Calengo (en Argentina tendrá su breve distribución local a través del Club del Disco) sigue y ahonda lo iniciado en su primer trabajo. La frontera como patria musical; el portuñol como lugar idiomático, ambas cosas como juego, como lugar desde el cual decir y nombrar; la tradición musical uruguaya –y en parte la brasilera– y los nombres que la conforman. El grueso de las canciones tiene varios años. “Mariposa de Maína”, por ejemplo, es de 1994. Además de todo, este año acompañó a Alessandro Podestá en dos discos: Más quereres y De la piedra de allá.
En Calengo vuelve la cosa de la frontera; a esta altura, un rasgo típico en tus canciones
--Las fronteras son las fronteras culturales que están en todos lados. Lo que pasa es que yo vivo en una que es económica y lingüística. Donde hay dos patrias, con una lengua oficial, que pelearon siempre. Por ejemplo, el güiro se toca despacito en un barrio y en otro lugar lo tocan de otra manera. Eso viene de lejos. ¡Y es importante! No estoy hablando de la industria. La industria después hace un montón de cagadas con todo eso. Puede hacer alguna cosa buena pero generalmente le saca el alma a esas cosas. Hablo del espíritu de todo eso. Lo que pasa es que la cultura, la música es de la gente. La música popular es la música de la amistad. Porque es la música que la gente hace por necesidad de hacerla y para hacerla, se junta. Es vincular. De convivencia. Y es como la lengua: se va tamizando, refinando, poetizando. Me interesa eso.
PARA ALGUIEN
Díaz arma su pequeña propia fiesta. Suena callejera e íntima, suena oral, suena alegre y melancólica, también bailable; suena a un ritmo, a un swing de autor. Nuevamente están Ulivi y Pinto como productores y como músicos invitados, encuentra al escritor Fabián Severo (compatriota suyo, ganador de Premio Nacional de Literatura de Uruguay en 2017) como co autor de varias de las letras y tiene a Antonio de la Peña, Álvaro Salas y Andrés Wels como algunos de los músicos que grabaron. El propio Guillherme (quien, además de músico, es periodista e investigador, autor de dos biografías fundamentales: sobre Eduardo Mateo y el grupo Los Que Iban Cantando) aporta: “Por supuesto que esto de la identidad fronteriza, está puesto en relieve en Ernesto, en su trabajo tiene una importancia. Pero también tiene una enorme influencia montevideana. Un vínculo especialmente fuerte con Rada y Mateo. El énfasis en un sólo aspecto, a veces reduce un poco la música de Ernesto, cuando en realidad creo que su trabajo es mucho más amplio. Lo de él tiene un perfil y una originalidad propia que pocas veces se ve. Ernesto es de los músicos más originales que ha dado la música uruguaya en las últimas décadas”.
Candombe, samba rock, aires de bossa, de folclore nordestino y de toco, afro. Mateo en “Abayomí y Peitanita”, Jorge Ben Jor y su disco A tabua Da Esmeralda en “Saravá”, Roos y Fattoruso en “Nadie conoce” (acaso uno de los puntos más altos del disco), Veloso –sobre todo el modo de cantar– en “Las dos abuelas”. Todo eso vuelve a resonar en estas canciones. Pero Ernesto cuenta y va más allá: “Me debo a mi cultura, a mi lugar. A mi abuela, a la gente que me crió. Me debo a la música de charanga, que es la música tropical artiguense, a la gente que hacía música bailable en las casas, a lo que sonaba en el aire, a los cantos de mi abuela y mi madre cocinando. Todo eso es mi música. También a la música que yo busqué, todos esos que ya nombramos pero también la gente del interior: de Tacuarembó, las murgas de Salto. Afanaba de oreja en los ensayos de Mogambo, del grupo Remo, de Mario Silva. Porque había gente tocando. Si hay gente tocando y sacando sonidos, ya me empieza a importar”. Y agrega: “Gente de verdad haciendo música. Eso para mí era fascinante. Y ahora es lo que me gusta. Que haya gente cantando, tocando. Gente proponiendo. Música de verdad. La música verdadera es esa”.
En portuñol, calengo quiere decir enclenque y a su modo remite al triángulo escaleno: tres lados de distinto tamaño. El propio Díaz lo explica en un texto que acompaña el disco: “Es una forma de decir lo que Fredy Pérez citó con maestría cuando dijo: ‘me gusta lo desparejo’. La frontera es entera, y de cada lugar que se la ve tiene más de un perfil. Es enclenque vista desde allá, y también desde acá. En términos pictóricos sería cubista, pero, en términos fronterizos, es calenga”.
Hace poco, en una entrevista, te definías como un cancionista y decías que “las canciones siempre son para alguien”
Es que yo hago canciones. Pero eso que dije viene de mi papá. Él cuando te quiere explicar algo recurre a una canción. Hoy día, a sus ochenta y uno, lo sigue haciendo. “Como dice tal canción…” y va. Cuando canto “y el tiempo viene alumbrando como letra de canción” es un homenaje a él. Mi música siempre es para alguien. De agradecimiento. Mi rumbo en esto siempre va en contra del mainstream, del mercado, de la cosa fría del mercado. Eso me da polenta para decir: ´No bó, es por acá´. Yo me ocupo o trato de homenajear bellezas de gente. Nunca son para algo mis canciones, siempre son para alguien.
“Soy de alguna frontera, no llevo bandera, destino de no tener voz/atrás del puente hay otra gente del mismo sabor/que canta triste y baila alegre/¿quién es quién?” dice en “Sin bandera”, canción que cierra Calengo. Escuchar lo que pasa, había dicho. La oreja atenta, el corazón adelante, su mano derecha bien picante, la lengua anfibia. Esos cuatro elementos le bastan a Díaz para erigir su propia canción. ¿Acaso se necesita mucho más?