Estando en un país que acaba de inaugurar un “Ministerio de Capital Humano” (absorbiendo varios previos: Trabajo, Educación, Desarrollo Social, Cultura -entre otros-, rebajándolos al rango de secretarías), acaso sea pertinente subrayar algunos pasajes de Tecnoceno: Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, de Flavia Costa, libro publicado por Taurus en donde aparece el tema.
La autora -universitaria, académica, investigadora- afirma que la teoría política neoliberal “intensifica la tesis liberal” acerca del “comportamiento humano” como una ecuación permanente costo-beneficio (económico). Algo así como una “programación estratégica”: desde el reduccionismo y utilitarismo más absoluto por el “libre” uso de recursos y la capitalización (el dinero), no hay diferencia ni distancia para los neoliberales entre vida social y personal. Explica Costa: “el sujeto que trabaja para percibir un salario no lo hace porque esa es la única manera que tiene de vivir -vender su fuerza de trabajo el mercado-, sino porque tiene un capital del cual desea obtener un rendimiento. ¿Qué tipo de capital? Su capital es el conjunto de sus componentes físicos y psicológicos, dice esta teoría; es decir, su ‘capital humano’, integrado por aspectos innatos o hereditarios y aspectos adquiridos”. Y los enumera: “Entre los factores innatos del capital humano está, por supuesto, la dotación genética. Entre los factores adquiridos, la teoría toma particularmente en cuenta a educación, las ‘asociaciones matrimoniales’ y los comportamientos que se orientan al cuidado de la propia vida”. En síntesis, cada individuo, aislado en sus competencias, “empresario de sí mismo”, en competencia, en el mercado, con(tra) todos los demás.
La autora rastrea el siempre complejo y polifacético tema sociedad-tecnología desde los dos volúmenes de Lewis Mumford, Técnica y civilización, de la década de 1930, con su noción de “megamáquina”, pasando por Anti-Edipo y Mil mesetas de Gilles Deleuze y Felix Guattari con su concepto de “máquina social” como entidad colectiva, hasta el presente, de tecnificación acelerada. Nos encontramos en un “mundoambiente” –dice- que ha modificado el conjunto de “nuestra experiencia cotidiana” con “la expansión de las tecnologías infocomunicacionales, que atraviesan los ámbitos del trabajo, el ocio y hasta las relaciones afectivas; el desarrollo de un modelo productivo de ‘acumulación flexible’, que implica dispersión territorial, descentralización productiva, tercerización, predominio del trabajo llamado inmaterial; la difusión de prácticas de manipulación y automanipulación de lo viviente en general y de los cuerpos humanos en particular (biotecnologías, cirugías, trasplantes, implantes, body-sculpting); el desarrollo de nuevos soportes tecnológicos para antiguos y novedosos objetos culturales, lo que implica a su vez el armado de nuevos marcos jurídicos, así como la aparición de nuevos actores y pulseadas en torno a estos objetos”. Y aún más: “En el cruce de biomedicina técnica con la racionalidad biopolítica neoliberal, la tendencia hacia la optimización se ensambla con la idea de capitalización; la optimización del ‘capital humano’, que últimamente se polariza en algo aún más específico: el ‘capital mental’. Esta tendencia permea incluso las acciones de gobierno”.
Flavia Costa recuerda que, entre 2016 y 2019, funcionó en la Provincia de Buenos Aires gobernada por María Eugenia Vidal una “Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital Mental” en el ámbito del “Ministerio de Coordinación y Gestión Pública”. En el “Comité Consultivo Científico” se encontraba el reputado –y actual diputado– Facundo Manes.
Tecnoceno abarca un buen número de cuestiones, desde el término mismo que propone la autora, sumando una inflexión al de “Antropoceno”: la especificidad de la huella tecnológica que ha dejado sedimentada el ser humano en la propia corteza terrestre, pasando por el concepto de “accidente normal” a una escala sistémica planetaria -con la pandemia del Covid-19 como patente ejemplo-, hasta las cuestiones de población, el urbanismo y la desigualdad estructural que no hacen más que crecer y agravarse de manera constante.
La propuesta de “diagnóstico” de Costa en torno a la modernidad -la “época en la que confluyen dos procesos tendenciales que involucran y envuelven la vida por completo; el de tecnificación y el de politización de la vida-, implica revalorizar-reutilizar el concepto conocido y muchas veces mal empleado (repetido) de biopoder, de Michel Foucault. Este sería el “reverso crítico de la narrativa heroica de la democratización: en virtud de un proceso que aún dista de estar acabado, el hecho del nacimiento y el derecho de ciudadanía comienzan de manera paulatina a coincidir, y todos y cada uno de los vivientes humanos empiezan a ser reconocidos como sujetos, esto es, agentes políticos plenos. Pero a la vez, en ese mismo movimiento, se los inscribe e interpela como objetos de mecanismos que buscan gobernarlos integralmente, es decir, conducir sus conductas en muy diferentes planos de su existencia”. Así, la digitalización de la vida, la video vigilancia y las redes sociales son tantos nuevos modos de existencia, control e intensificación de los poderes económicos y políticos establecidos; es una “tendencia latente y continua desde al menos el siglo XVI”: “la mercantilización integral de la existencia, la extensión de la economía monetaria a todos los dominios de la vida, incluso aquellos que hasta hace poco eran considerados no económicos, o no monetarizables, como los minutos de atención frente a una pantalla o los datos que vamos entregando a las aplicaciones gratuitas a partir de nuestras actividades en línea”.
Una vida devenida “infotecnológica” (Big Data, IA, “gubernamentalidad algorítmica”), donde la “doble encrucijada política y técnica” -porque ante el dominio habría igualmente oportunidades de aprovechar favorablemente muchas de las tecnologías actuales- se plantea a todos y a cada uno de los integrantes de nuestra tan castigada y sufrida “tecno-aldea global”.