Hay una falta de sintonía dramática: los sectores más politizados y que genéricamente podríamos llamar progresistas, están enojados con lo que viene. Mientras que millones de ciudadanos menos politizados, cuyo destino nos preocupa, están más enojados con lo que hubo hasta aquí.
Esa discrepancia es aprovechada por Javier Milei y los grupos económicos concentrados --que en adelante llamaremos “Los patrones”-- para apurar la embestida más salvaje contra los derechos de las mayorías.
El enojo de estas mayorías con lo que hubo provoca un efecto como el cuento del pastor mentiroso: niegan toda veracidad a las alertas que proclaman los populistas. Dado que estos avisos provienen de quienes gobernaron hasta hace dos semanas, esas mayorías perciben las alarmas como exageraciones interesadas o directamente como una más de las supuestas operaciones manipuladoras del peronismo saliente.
Tampoco es un conflicto entre esclarecidos y enceguecidos, no hay tal cosa desde el momento en que en dirigencias y liderazgos del campo popular se tardó mucho en reaccionar, y se cometieron enormes errores. Y hay todavía allí mucho silencio, mientras que tanta gente lo viene pasando muy mal.
Sumémosle un probable sentimiento entre los sectores más desfavorecidos de que los progres -- en promedio más clase media-- sufrieron menos el rigor de los indicadores sociales o no les llegó. De allí la sospecha de algunos de que se votó contra el vecino que estaba mejor.
Lo cierto es que no hay contacto entre los dos sectores.
Y ese abismo, esa brecha entre enojos, es capitalizada por la derecha para denunciar, por ejemplo, que el exministro Massa dejó preparada una bomba para que estalle en las manos del actual gobierno, una fake news conspiranoica que no resiste el menor análisis porque el exministro peleó hasta el final por la presidencia, con lo cual hubiera estado pergeñando su suicidio político.
Ahora, que no resista el menor análisis no significa que dejara de ser creíble para muchos simplemente porque quieren creerlo.
Después de todo, este peronismo decepcionó y las creencias juegan un papel decisivo: la bomba imaginaria atribuida al gobierno saliente estalla en las mentes escondiendo la verdadera bomba que intenta detonar Javier Milei cumpliendo con el consejo de Mauricio Macri de hacer todos los cambios juntos y sin perder un minuto.
La historia podría venir con sus ejemplos dramáticos en ayuda de las mayorías, pero en Argentina da la impresión de que la historia carece de relevancia, nada tiene para enseñarnos, si es anterior a los últimos cuatro años.
Si bien es cierto que el voto a Milei revela que tampoco confiaron en Juntos por el Cambio por sus desastres hasta 2019, no parece haber desatado la menor reacción de las mayorías enterarse de que el presidente autodefinido anticasta entregaba a los principales referentes del macrismo y sus desastres los lugares estratégicos de su gobierno.
Proliferan en las redes los juicios del tipo “El gobierno de Alberto y Cristina fue el peor de la historia”. Esta frase lanzada constantemente desde la granja de trolls mileístas puede impactar en la desmemoria general, aunque sea falsa de toda falsedad.
Más allá de que carece de toda utilidad un ranking de peores gobiernos, no tiene nada de inocente la indiferencia de esa afirmación ante el tsunami que provocó la dictadura genocida, ante los tremendos daños de la década menemista, de corrupción, voladura de Río Tercero y encubrimiento del atentado a la AMIA, el olvido de la crisis terminal del breve gobierno de De la Rúa, con baja de salarios y jubilaciones, corralito y casi 40 muertos por la represión, como también la indulgencia con el gobierno de Macri, que, sin pandemia, sequía ni guerra internacional, dejó multiplicadas la inflación, la desocupación y la pobreza, y pactó el préstamo del FMI que nos deja atados por varias generaciones.
“El peor de la historia" facilita a Javier Milei su propósito de disciplinar a las mayorías para que acepten como única alternativa el peor ajuste, el verdadero desguace del Estado que protege tantos derechos colectivos.
Circula entre los progresistas la expectativa de que la multiplicación de daños que dejarán Milei y los Patrones ilumine por fin la conciencia colectiva.
Pero, lejos de ilusionar, el costo de semejante debacle es incalculable, mientras que la falta de ideas entre quienes valoran las enseñanzas de la historia no promete por ahora confiar en que lo que viene tendrá rápida y eficaz respuesta.
Después de todo, esto recién empieza.