No es una cuestión de pobreza, aunque la pobreza sea la condición de muchas personas. No se trata de ajustar al Estado porque no hay plata. Ese latiguillo resuena como enunciado transparente, pero es pura veladura. Pingües negocios se hacen mientras vociferan no hay plata. Porque la imagen lleva a la idea de una austeridad necesaria en un país pobre. Argentina no lo es. Hay muchas personas pobres, en una estructura social inequitativa. Pero el país posee enormes bienes comunes, nombrados recursos naturales, ante los que se relamen los poderosos del mundo. Litio, agua dulce, gas, petróleo. Y también bienes comunes creados con mucho esfuerzo estatal, como la comunicación satelital, los centros de investigación, las instituciones culturales. La riqueza originada y administrada en forma común a través del Estado, es tratada como objeto de privatización o de destrucción.

No falta plata y somos un país rico. No hay excusas económicas y cada vez que invocan las infancias hambrientas es mera alusión ideológica para no decir los niños ricos que tienen tristezas porque les falta el lago escondido propio. Que esta derecha haya crecido nombrando como objeto la casta produjo no pocas confusiones. O una fundamental: hay quienes entendieron que denunciaba el dispendio de la política o por las estructuras tradicionales de poder. Nada de eso. El que actúa como millonario instalado en el hotel Libertador llama casta a las personas cuya labor tiene que ver con la solicitud de regulaciones o con el quehacer que va más allá del interés privado.

En estos días, Diego Sztulwark señaló que “la casta no es para Milei una clase social dominante sino una doctrina elitista que defiende una presencia invasiva del Estado. La presentación del DNU es consecuente con esta definición: la casta serían los legisladores, sindicalistas, empresarios pymes o jueces que se opongan a las exigencias de valorización mercantil de las grandes empresas.” Casta, entonces, serían quienes solicitan límites, controles, regulaciones. Quienes lo hacen desde la situación de mayor debilidad, porque los otros, los que efectivamente controlan la mayor parte de los recursos, también solicitan intervención pero en su faz policial: resguardo securitista y amparo judicial para todas sus trapisondas. El escenario de la corruptela judicial es clara demostración de sus pedidos, menú a la carta de sentencias, absoluciones por doquier, reaperturas y procesamientos al gusto del comensal.

La casta entonces es la clase de lxs que no tienen poder. O cuyo poder surge de la capacidad de cooperar, generar acuerdos, reclamos colectivos. La casta es, también, la de los oficios del lazo. Graciela Frigerio nombra de ese modo a los oficios de la educación, la cultura, los cuidados. Es decir, como esfuerzos para anudar las vidas y permitir que puedan desplegarse en coexistencia. El intento de destruir instituciones culturales que administran la promoción del cine, el teatro, la música o las bibliotecas populares, no es un agregado superfluo a la batería de leyes. De algún modo es una de sus verdades profundas: se trata de atacar el nudo mismo en el que nos construimos y perseveramos como sujetos colectivos, los espacios en los que nos reconocemos con otrxs. Lo hizo ya el terrorismo de Estado: perseguir, picana en mano, el ethos solidario y el compromiso colectivo. Lo quieren hacer ahora, con las fuerzas de seguridad en la calle y la inflación aterrando a la población: impedir la capacidad de enlazarnos, de pensar juntxs, el quehacer colectivo.

Casta, para la lengua neofascista, somos nosotrxs. Quienes creemos que hay que crear condiciones, una y otra vez, para que personas de origen popular, despleguemos vidas plenas. Quienes pensamos que la producción cultural produce una sensibilidad autónoma. Quienes imaginamos modos de hacer con otres. Colectivistas, seguramente. Claro que tenía cómo derramarse ese discurso por doquier, no limitar su eficacia a los que contrataron los estudios de abogados que pergeñaron el DNU y la Ley ómnibus en el último año, sino que triunfó electoralmente porque convenció que esta casta limitaba la posibilidad de cualquier sujeto de enriquecerse, vivir feliz, trabajar. Convenció, apelando a ese núcleo ultraneoliberal que también está en la experiencia popular. Frente a eso, la casta fuimos los integrados, los que en apariencia tenemos tiempo y energía superflua para apostar a lo común, ir al teatro, leer libros, visitar museos, estudiar o enseñar en universidades.

 

¡Tanta confusión generó la denuncia de la casta, que no hubo pocas culposidades de clase media en asumir que algo estaba bien en ese enjuiciamiento! Por el contrario, se trata de sostener, diría sin vergüenzas, la idea de lo común y el trabajo por lo común. Declarar lo falso del slogan “no hay plata” para mostrar que están destruyendo instituciones que se sustentan con recaudación legal -las bibliotecas populares con parte del impuesto al juego- y que el corazón del ataque no es económico sino político. Advertir, una y otra vez, que no es la pobreza lo que está en juego, sino la rapiña de las riquezas comunes. Recordar que el modelo de sociedad que quieren legislar y sostener incluso por la fuerza es el de la primacía del intercambio mercantil y con una estructura de clases sin atenuantes. 

Frente a eso, defender otra imagen de sociedad, pedir a legisladorxs el compromiso explícito con ese modo de vida que supone, antes que el estancamiento, la apelación a la creación de posibilidades y oportunidades. Que supone, esa otra imagen, que un país es más que el administrador de recursos estratégicos que pueden cederse a grandes negociados, y que la libertad requiere la proliferación de diferencias, la heterogeneidad cultural, la interpelación sensible diversa. 

No nos quieren libres sino esclavos. Esclavos a la ley de la necesidad económica y la sumisión mercantil, en un regimen de estricta extracción colonial. Encontremos, en nuestra experiencia, en la larga historia de nuestros países, en las obras de Simón Bolívar y también, por qué no, de Juan Bautista Alberdi, el reconocimiento de que somos la casta de lxs luchadorxs por la libertad.