“La emoción más fuerte y más antigua de la humanidad es el miedo, y el miedo más fuerte y más antiguo de todos es el miedo a lo desconocido”. H. P. Lovecraft, lo supo desde pequeño. Huérfano, recluido la mayor parte de vida en la pobreza y varias veces expulsado del sistema, su dolor psíquico se combinó con su avidez de conocimiento por la ciencia, la astronomía y el arte y quizás fue ese cruce el que lo convirtió según Stephen King, en el maestro indiscutible del terror del siglo XX. Escribió poesía (que recitaba desde los dos años), narrativa, ensayos y una profusa cantidad de cartas con amigos y colegas con los que discutía tanto acerca de los misterios de la vida y el universo como de cuestiones técnicas relativas a la escritura. Murió en 1937 a los 46 años en una habitación de alquiler y publicando en revistas pulp.
Por eso se celebra esta reciente edición argentina de La Parte Maldita con traducción de Tomás Downey y María Petracchi de sus ensayos, (algunos extractos de sus cartas), además de una preciosa guía para escritores noveles y un compilado detalladísimo sobre la historia del género del horror, quizás la más completa que puede conseguirse hasta el día de hoy.
La llamada de lo extraño, permite no solo entender por qué se habla del horror lovecraftiano, también conceptualizado como “terror cósmico”, sino y, sobre todo, tener acceso a la mente creadora de un iluminado, el andamiaje del pensamiento de un escritor único que cambió para siempre la manera de definir lo que nos asusta de verdad. El creador del miedo que se logra no con sangre, muertos y fantasmas, sino con ese impacto emocional que genera el pensar que no somos nada.
“La mirada enfoca en el terror que acecha alrededor y dentro de nosotros, el gusano viscoso que se retuerce en un abismo espantosamente cercano. Esa mirada capaz de penetrar en los horrores putrefactos de la burla graciosamente maquillada que llamamos existencia, y la solemne mascarada que llamamos pensamiento y sentimientos humanos”. Esto dice Lovecraft acerca de la mirada original de Edgard Alan Poe -su admirado predecesor de quien habla con devoción en sus ensayos- pero que bien podría aplicar para definir su propia manera de cultivar el horror. Lovecraft busca alejarse de lo espectral y macabro que proponía el terror gótico, por considerarlo “acotado” en tanto exige del lector, un esfuerzo adicional para poner a trabajar su imaginación y distanciarse de la vida cotidiana.
Su terror cósmico, en cambio, enlaza el miedo con lo más cercano, el revés de las cosas de todos los días. Se detiene en “el estremecimiento que provoca el susurro que se oye en un rincón de la chimenea o en un bosque solitario”. Cuando al miedo se le une la fascinación y la curiosidad, se genera un combo explosivo que Lovecraft tildó de “inquietante”. Y señaló cómo, ya varios escritores anteriores y que no necesariamente cultivaban el género, sintieron atracción por él. Menciona entre otros a “Otra vuelta de tuerca” de Henry James, “El camarote superior”, de F. Marion Crawford; “El empapelado amarillo” de Charlotte Perkins Gilman y a W. W. Jacobs con “La pata del mono”.
Estos ensayos -tan accesibles como rigurosos conceptualmente- son también una muestra de la generosidad del autor no solo con el escritor novel y sus lectores, sino también con sus antecesores. Con profusión de datos, Lovecraft se remonta a las tradiciones egipcias, citando textos como El libro de Enoc y Las Clavículas de Salomón y De las cosas maravillosas, una extraña compilación de un esclavo liberado del emperador Adriano, llamado de Flegón. “El cuento de terror es tan antiguo en el hombre como el pensamiento y el habla”, dice.
Ahora bien, la generosidad del maestro del terror, también se dio hacia el futuro, en tanto creó lo que más tarde se llamó El Círculo de Lovecraft, un movimiento literario de escritores de la llamada weird fiction y que publicaban en revistas pulp, especialmente Weird Tales, y de la que participaron también autores como Robert Bloch y August Derleth.
Lovecraft no buscó ser una influencia consciente del grupo, sino que se erigió como un líder natural, por su constante necesidad de interlocutores válidos y afines. Este intercambio de ideas moldeó Los Mitos de Cthulhu y su popular Necronomicón. Sin dudas, fue un espacio valioso también para las generaciones venideras, sobre todo para Derleth y Arkham House, editores de su obra tras su muerte.
Lovecraft trabaja en sus ensayos sobre una idea recurrente y central: lo real y conocido es una cárcel, un corset para la narrativa del horror. Y alienta a quebrar las reglas de la realidad sin que pierdan expresión humana. Lo inexplorado, lo inesperado, lo oculto y lo inmutable que se esconde detrás de los cambios superficiales. “Uno de mis mayores deseos es lograr por un momento, la ilusión de una rara suspensión o violación de las limitaciones agobiantes del tiempo, el espacio, y las leyes naturales que nos tienen prisioneros y frustran nuestra curiosidad por conocer los espacios cósmicos infinitos situados más allá del radio de nuestra percepción y capacidad de análisis”.
Esta compilación de ensayos demuestra que, ante todo, estamos frente a un prodigio. Un revolucionario del pensamiento que supo desde siempre que nuestra conciencia es una valla, apenas una pintada que nos protege de una verdad, (¿la verdad?) y sin la cual podríamos enloquecer. Quizás por eso la lectura de obras faro del género provocan ese abismo emocional tan particular. Quizás por eso sus variadas adaptaciones cinematográficas y series con aire lovecraftiano, hasta la revolucionaria e inolvidable Lost, con su nube negra a la que todos temíamos, pero no podíamos dejar de esperar capítulo tras capítulo.