Tengo veinticinco años, cuento cada año como una batalla ganada a la inclemencia del tiempo. Quizás piensan que exagero en esta idea, pero cuento con mis manos y los dedos de mi alma los nombres de cada una: amigas, amigas de amigas, madres, tías, referentes, dirigentes que nos arrebataron. Es extraña esta idea del arrebato, tengo veinticinco años y esta palabra me es tan cotidiana para mí como para otrxs será “fiesta” o “alegría”. No quiero tampoco con esto, hacerles creer que no posee ni poseemos la potencia de la alegre rebeldía, ni la irreverencia de la fiesta travesti. Sólo quiero resaltar esa diferencia, de cómo puede ser que “arrebato” sea algo tan común para nosotras y algo tan desconocido para una amplia mayoría.
Tengo veinticinco años y a pesar de batallar cada año con el seguir viviendo, pugno junto a otrxs de mi edad e incluso menores o mayores la incertidumbre de un futuro que se figura como desconocido, ausente. ¿Qué es el futuro? ¿Quiénes pueden pensar en clave futura? ¿Cómo se figura el futuro en un presente incierto? ¿Qué vínculo existe entre el presente y el futuro? ¿A quién le importa el futuro? ¿Cuándo importa? ¿Dónde se puede pensar en clave futura?
Pensar en el futuro resulta clave para nuestra generación. El partido gobernante niega rotundamente el cambio climático y las problemáticas ambientales tildándolas de “causas naturales” e “inventos del socialismo” cuando es innegable el grado de deterioro del planeta en el que vivimos. Nunca antes habíamos experimentado una suba de temperaturas tan acelerada, una reducción tan abrupta de la cobertura forestal y ecosistémica y nunca antes se había depredado tanto con prácticas sistemáticas al medio natural. Si por un lado no hay futuro por esta inclemencia antropocentrista de destrucción, no hay futuro por la incertidumbre económica y política en lo diario: alquileres desmedidos sin controles, sueldos paupérrimos con suba de alimentos, violencia y persecución ideológica, difusión de ideales de “normalidad” y crecimiento de la violencia a la diversidad.
Todos estos factores suman una desesperanza y una incertidumbre atroz. Pero quiero hacer hincapié en algo que atañe a nuestro sector de la diversidad, o más específicamente a nuestro sector travesti-trans. A esa incertidumbre contextual cuasi universal se suma aquella que pone en discusión constante con frases que fomentan el odio hacia nuestras identidades. ¿Qué proyección de futuro existe si se nos niega en el presente el acceso al trabajo? ¿Qué futuro existe para las travestis si por más títulos (universitarios, posgrados) que poseamos no son competencias suficientes porque nuestra identidad es un factor de exclusión? ¿Cómo podemos pensar en futuro cuando se permite que ciertas personas pongan en discusión algo tan básico como nuestra existencia?
Las travestis y las personas trans sabemos lo que es resistir, sabemos lo que es la exclusión. No digo esto como una romantización de la desidia y el despojo, lo digo como algo concreto que deviene de una práctica histórica. Fuimos nosotras y nosotrxs quienes marchamos una y otra vez y conseguimos la conquista de derechos que terminaron beneficiando a sectores tan amplios como los mismos que hoy nos niegan los derechos. Fuimos nosotras y nosotrxs quienes batallamos una y otra vez leyes que hoy ponen en discusión horizontes de libertad para todxs. Si bien fuimos nosotras y nosotrxs, parece ser que somos quienes terminamos recibiendo las últimas migajas de un mundo que ayudamos a construir.
Pensar en el futuro supone, para mí, pensar la incertidumbre no ya como bandera sino como una figura injusta que niega seguridades básicas a nuestra comunidad. Si no tenemos esas certidumbres básicas, el marco de discusión de la igualdad se torna imposible. Con esto quiero invitarnos a poder pensar más que en el futuro, en el porvenir. El concepto de porvenir rompe la idea de un tiempo seguido al presente y se figura como una posibilidad de herencia del pasado (como acto memorioso) y la invención desde allí de lo alterno, lo distinto. No se presenta como una idea de un fin, sino como la posibilidad de la experiencia del “quizá”, de lo posible. En palabras de J. Derrida en su libro “Políticas de la amistad”:
Más vale la apertura del porvenir: éste es el axioma de la deconstrucción, aquello a partir de lo cual siempre se ha puesto en movimiento, y lo que la liga, como el porvenir mismo, con la alteridad, con la dignidad sin precio de la alteridad, es decir, con la justicia. Es también la democracia como democracia por venir.”
Es entonces a ese porvenir al que debemos apuntar de forma colectiva y organizada, entendiendo que si no hay futuro debemos cimentar hoy las bases de lo posible. Abandonar la idea absoluta de imponer la incertidumbre como bandera y arrojarnos a la incertidumbre del porvenir como obradora del “quizá” de ir sorteando la tensión de lo cierto-incierto a medida que pensamos formas de dar la batalla en el presente. Como dijera alguna vez Glauce Baldovin: “hoy también comienza otra batalla”.