Con la agudeza analítica que nos tiene acostumbrados, hace unos días Jorge Alemán decía que la erosión tenaz y persistente que ejerce el dispositivo neoliberal sobre las instancias de control que —con diferentes grados— prevén los Estados democráticos para garantizar la justicia social y evitar los abusos sectoriales, posibilitó la emergencia de sujetos capturados por un imaginario que se volvió impenetrable para la argumentación, el debate y el análisis político. Pocos días antes, en el diálogo que mantuvo con Eduardo Aliverti en Caras y Caretas, dijo que la superposición de imágenes que irrumpen desde las redes sociales generó un imperio de lo efímero que atenta contra la dinámica de las narrativas emancipadoras, al punto de volverlas inoperantes. Ese conciso retrato epocal que hace Alemán revela una aporía que interpela la concepción política dominante y abre un debate que tal vez debamos atender.
Si como ya se tiene asumido, la narrativa social se desplazó de lo escritural a lo audiovisual o convergente, generando una construcción de sentido divergente que se proyecta en lo social, se podría decir que la La Libertad Avanza logró sintonizar mejor que “la política” con esa narrativa que, por su carácter epistémico, renuncia a la argumentación, a la memoria y —concomitantemente— a la idea de verdad.
Frente a esa situación, cabe preguntarse por la índole de esa narrativa social. Si es un producto neoliberal o si es un fenómeno epocal. En el primer caso, la política estaría inhibida de adoptarla —o sería conveniente que así sea— porque renunciaría al fundamento que le da entidad; sería avanzar hacia una enajenación suicida.
Pero, ¿y si fuera un emergente informacional que el imaginario moderno —en el que permanece ataviada “la política”— desconsideró, cediéndole su apropiación a una derecha que puede prescindir de las argumentaciones y explotar el descontento social utilizando la dinámica recombinante de la hipertextualidad, como uno de los rasgos preponderantes de la nueva narrativa social?
Este segundo caso, en el que me inscribo respaldado por diversas investigaciones científicas, conlleva la aceptación de una disfuncionalidad epistémica e institucional, antes que comunicacional. Disfuncionalidad que —en términos comunicacionales— ya fue puesta de manifiesto y relevada por experiencias como las del Método Rebord, Tres estrellas, Review de Memes, Sherpas, La cruda, entre las muchas iniciativas que protagonizan las juventudes tecnosociales de todos los estratos sociales desde Cumbio y El pibe trosko para acá.
Cesar de argumentar ideológicamente puede ser vivido como una renuncia a las convicciones y a una ética humanista secular; como una aceptación de las reglas de juego neoliberales o fascistas; pero tal vez sea un gesto de responsabilidad que debamos repensar para resignificarlo en una clave nacional y popular.
* Fernando Peirone es Doctor en Estudios Sociales de América Latina; docente e investigador de UNPAZ y UNSAM.