El próximo 28 de octubre se celebrarán 40 años de la publicación del disco que estableció el año cero del punk, Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols, de Sex Pistols. Es a partir de eso que un filósofo investigador de la cultura hacker, una riot grrrl y un periodista anarquista, todos milénicos, repiensan junto al NO al punk en la Argentina, en medio del albor de la Generación Z.
“Lo que define a la contracultura, en cualquiera de sus épocas, es cuestionar al status quo. Eso es bien punk, bien hacker y bien crítico. Viene a ser lo que fue la Ilustración hace tres siglos”, asegura Valentín Muro, que tiene 28 años, es tesista en Filosofía de la UBA y programador. “Pero como toda manifestación cultural, es absorbida. Tanto al punk como a los hackers se los comió MTV. Mark Zuckerberg puede decir que es un hacker y que Facebook representa sus valores. Y es cuestionable. Un gran debate de los últimos 15 años es si abandonamos el término; por lo que se propuso usar ‘maker’, que no tiene connotaciones negativas. Aunque ahora ‘hacker’ volvió a ser una palabra positiva.”
El impacto de la cultura hacker abarcó otros aspectos de la vida, lo que devino en un cambio de paradigmas. “La cuestión fundamental es que nada te impida hacer lo que te interese. Lo vas a ver en la medicina o el arte: internet nos pone en un contacto brutal con la información”, explica Muro, quien además destaca que la comunidad hacker también cuestiona la seguridad del voto electrónico.
A contramano de lo que plantea la ciencia ficción, el futuro no llegó aún. “Son saltos en los que se piensa en un mañana distópico, radicalmente distinto al presente, pero siempre con una continuidad lineal. Y no se ve el cambio cualitativo fuerte en el medio, al que nadie se adelanta. Lo que podemos aprender de las distopías y utopías es a pensar en el futuro de manera crítica.”
Para Luz Romero, quien tiene 25 y es integrante de la banda Linfen, el punk sigue atentando contra lo establecido. “No tener redes sociales o apostar por la autogestión me parece bastante radical”, define. Pese a la gran tradición que tiene en Argentina, la escena punk también vive un proceso de metamorfosis. “Los punks de antes tenían otros principios y códigos”, sentencia Romero.
“Cuando comencé a tocar, había interés por las bandas. Ahora veo que el público, más que por el artista, va al evento por la propuesta que lo contiene. Eso se refleja en la corta vida de los grupos: algunos no duran más de tres meses. Cuando se reciclan en otros proyectos, terminan tocando en movidas armadas. Y tampoco hay un interés muy grande por el fanzine. Si bien se sigue haciendo, esa información la conseguís en Facebook.”
¿Y por dónde pasa la rebeldía en esta época? “Por no ser un desubicado. Los grupos grandes, que tocan en lugares convocantes, todavía se fían en la pseudo desprolijidad, pero le cantan a la nada. Existe una escasez de contenido enorme. En Argentina tenemos una capacidad de reacción lenta. Y eso más allá de los que cantan que todo les chupa un huevo.”
Luego de un año sabático, David Villamil, de 24, está por acabar la licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Pampa. “Esa provincia tiene antecedentes anarquistas”, se enorgullece. “Hay una comunicación llamada Pampa libre, de Jorge Etchenique, y hubo casas okupas. Accionamos de la manera que podemos. Somos una gran minoría.”
Después de que 2 Minutos encendiera la mecha, este aspirante a docente llegó a lo ácrata mediante bandas del temperamento de La Polla Records. “Es un mini manual”, apunta. “El punk es una manera política de hacer las cosas y pasa más por el under que por las grandes bandas”, define. No obstante, se desconcierta ante la manera en la que esta doctrina volvió a tomar protagonismo en el país. “Este es un movimiento que tiene vigencia más en las ideas que en la práctica, si bien se mantienen bibliotecas y organizaciones en todo el país. Pero se refieren a los infiltrados de las marchas como si fueran parte de esto. Ahora, de la misma forma que sucedió en el siglo XIX, el anarquismo es el enemigo.”