Luego del responso, el ataúd fue cargado por varias personas y llevado al cementerio local dando la vuelta completa al barrio de Colastiné Norte, en la ciudad de Santa Fe. El responsable del asesinato no pudo disimular las marcas y las cicatrices dejadas en el rostro del difunto por los golpes recibidos. Al cuerpo lo halló un pescador en la costa junto a un árbol: el limonero real. La policía local buscó algún elemento utilizado para cometer el asesinato, pero nadie sabía nada y nunca lo encontraron.

Un joven periodista del pueblo llamado Jerónimo, que era el entenado de un viejo escritor de Serodino de nombre Juan José, radicado hace varios años en Paris, trabajaba como cronista de un diario local y en sus ratos libre era aficionado a la música.

Mientras estaba investigando la muerte ocurrida, halló en un cuaderno dejado por el muerto un texto titulado “el arte de narrar”. Allí había una glosa (a medio borrar) escrita en línea sobre el margen, cuyos argumentos le darían al periodista la ocasión de esclarecer el hecho y dar con el asesino. Fue que lo imborrable de la glosa lo condujo a la pesquisa del crimen despejando algunas dudas (como cuando el viento sureste despeja el cielo de las nubes).

Los escritos hallados hacían referencia a una cabaña (entre paréntesis: “la grande”), perteneciente al camping “Barro cocido” y cercana al sitio del crimen, ubicada en la zona costera donde el río sin orillas se desvía de su cauce formando una laguna natural. Esa cabaña estaba alquilada por dos hermanas vinculadas con el difunto. Haciendo una unidad de lugar se llegó hasta el camping siguiendo el camino de la costa y buscó la cabaña. Al aproximarse a la misma, se detuvo detrás de unos ligustros en flor y observó algunas sombras sobre vidrio esmerilado y pensó: algo se aproxima. Esperó un momento y comprobó que era una falsa alarma. Ingresó sin dificultad y notó que se encontraba vacía. Cuando entró al lavadero, lo visible del lugar le permitió ver unos objetos manchados de sangre. Dedujo que habían sido los utilizados para matar al hombre: palo y hueso. Los metió en una bolsa que halló debajo de la mesada y salió rápidamente.

En la tardecita del otro día la policía detuvo a una de las hermanas, la mayor, que fue conducida al lugar del crimen donde adujo sufrir de paramnesia, haciéndose la olvidada. Pero, al poco tiempo, rompió en lágrimas y confesó la autoría del asesinato.

Jerónimo, con el desayuno, comenzó la crónica en unos papeles de trabajo registrando la historia del asesinato con detalles. Al terminar el escrito lo colocó en un sobre. Se asomó por el balcón y observó que había un taxi detenido junto al bar de la esquina (llamado “Esquina de febrero”). Tomó el sobre, bajó a la calle y caminó hasta el bar. Entró y le hizo una seña al chofer que estaba tomado un café mientras sonaba en la máquina pasadiscos (una rocola musical) un tango: “Tango del viudo”. El taximetrista lo llevó por la zona del puerto y luego más al centro hasta el correo central donde despachó el sobre a la redacción del diario La Región.

Años después, se filmaría una película del caso en versión libre con el nombre: “El limonero real”.