Palabra polisémica si las hay, significante que ha acompañado el resultado político electoral más sorprendente que se pueda encontrar en los últimos tiempos por estos lares del sur. Quién podría cuestionar a la libertad, quién podría estar en desacuerdo con ella. Junto con amor y felicidad, es lo más buscado por cualquier ser humano de estas épocas.
Para su formulación política original quizás debamos retrotraernos a la revolución francesa y aún más atrás con las rebeliones de los esclavos. Seguramente estaremos de acuerdo en que si bien se presentó inicialmente unida a sus hermanas igualdad y fraternidad, la libertad se ha ido reconvirtiendo y las ha ido eclipsando para ahora caminar de la mano de sus nuevos amigos, goce e individualismo, deviniendo en realización personal. De la trilogía originaria, no sólo es la única que aún se sostiene, sino que incluso se agiganta, encarnando la crisis civilizatoria del paradigma que nos trajera la modernidad. Convengamos también que la libertad siempre ha sido un tanto evanescente, y podríamos decir que, peronismo mediante, en Argentina se tradujo operativamente en soberanía política, independencia económica y justicia social.
Muchos le han cantado, entre ellos Charly y Pappo, relacionándola con las dictaduras. Más acá en el tiempo, el Indio Solari intentó prevenirnos de sus abusos, diciéndonos que “no es fantástica, ha visto tanto hermano enloquecido”. Desde el canto popular, Don Atahualpa supo decir que era una “hermana muy hermosa” que se entramaba comunitariamente a tantos hermanos que no los podía contar. Y Jorge Marziali reconocía su forma ambivalente: “Libertad yo te libero, haces que mi canto vibre porque no puedo ser libre ni tampoco prisionero”.
Tampoco podemos olvidar que era el nombre del personaje más politizado de Mafalda, genialmente dibujado con un tamaño bastante menor a Susanita, Manolito y los demás. Y que la cárcel más famosa del Uruguay fue perversamente bautizada de esa manera, y de paso les cuento que Libertad es el nombre de una psicóloga marplatense, justamente de padres uruguayos.
En la actualidad nos dicen que la libertad avanza en una formulación simplista y naif con el agregado de una puteada, lo que la asemeja más a una arenga de cancha que a una consigna política. Pero aunque se utilice la misma palabra, sabemos que se significa otra cosa. Hay que decirlo claramente, libertad solo parece significar libertad de mercado, e implica desarticular al estado como regulador de la sociedad. Pero ya hemos aprendido la máxima de Henri de Lacordaire que señala que la cuestión no es tan lineal, ya que “Entre el fuerte y el débil, la ley es la que protege y la libertad es la que oprime.” En definitiva, ya empezamos a sufrir en este fin de año a este “monstruo grande que pisa fuerte”, como diría León Gieco. Se trata del neoliberalismo más rancio que pueda encontrarse combinado con el anarcocapitalismo de tinte internacionalista y globalizante que nos intenta llevar a la desaparición de la Patria y también de la Nación.
En Mar del Plata, cuando hablamos de libertad, estamos mencionando a uno de los barrios más populosos de la ciudad. Uno que nuclea a varios miles de habitantes que diariamente luchan por mejorar sus condiciones de vida ante situaciones que cada día parecen volverse más adversas. El barrio Libertad tiene una identidad muy potente, tal es así que arrastra bajo su nombre a los barrios vecinos. Uno de los que subsume es el Malvinas Argentinas, en una curiosa dupla que nos convoca a libertar las islas del yugo colonial para que el enunciado soberano tenga sentido pleno y no sea una mera formulación discursiva.
En el barrio Libertad, la libertad como valor deja de ser una palabra para convertirse en vida concreta. Vida vivida, muchas veces como se puede, y no como se debería si uno fuera un auténtico argentino de bien que creyera que debemos tender hacia la igualdad de oportunidades. El barrio tuvo sus cinco segundos de fama nacional cuando hace unos años fue estigmatizado en la TV por un otrora periodista que fundó el diario que cobija la presente nota, como el principal lugar de las cocinas de paco, como si no hubiera ningún otro, como si no hubiéramos visto Breaking bad y aprendido que las drogas se pueden fabricar de muchas maneras y en cualquier lugar.
En el barrio Libertad pasan muchas cosas buenas. Por ejemplo, allí se encuentra Casa Caracol, el esperanzador sitio de inclusión social con un abordaje comunitario hacia el consumo problemático de sustancias que fundara hace diez años Fernanda Raverta y que conduce desde hace tiempo la psicóloga Laura Dell´Acqua y un gran equipo de técnicos, profesionales y docentes. Lamentablemente en estos días se encuentra en una situación muy crítica porque la Casa corre el peligro de quedarse sin el indispensable aporte desde Nación vía la Sedronar. Y no sería un buen negocio para el capital privado atender las necesidades de los humildes que no podrían pagar un dispositivo de esas características.
También en el Libertad está uno de los Polideportivos que construyó el ex intendente Pulti, donde los pibes y las familias practican natación y otros deportes. Y decenas de iniciativas sociales de vecinos que se juntan, que se empoderan y le dan vida a la comunidad organizada.
Pero a pesar del esfuerzo de tantos compatriotas, y a contramano de lo que nos dicen por las redes sociales, el Libertad no avanza, y lo peor es que sospechamos que ni siquiera se quedará detenido, sino que en un futuro corto, atrasará. El avance que nos prometieron no será ni siquiera un contratataque esporádico de esos equipos que se quedan colgados del travesaño desde el minuto cero apostando a un golpe de suerte en los penales. Quienes tenemos más de cincuenta pirulos hemos aprendido de épocas pasadas. Y nos acordamos no sólo de Menem y su ministro Dromi -nada de lo que deba ser estatal permanecerá en el Estado-, sino que hasta de Martínez de Hoz -hemos dado una vuelta de página al intervencionismo estatizante y agobiante. Y sabemos en qué terminaron aquellas aventuras.
Pero lo peor del asunto es que no solo no avanzará el Libertad, sino que tampoco lo harán decenas de barrios en la ciudad, y miles en nuestro querido país. Porque la libertad no puede avanzar sola, sin que le sumemos no solo el Malvinas Argentinas y todos los barrios que se le entraman, sino que nunca se podrá dejar de lado al fundamental barrio Igualdad. Pero me doy cuenta de que en Mar del Plata no existe un barrio con ese nombre, y trato de recordar y compruebo que no conozco que exista alguno en todo el territorio nacional. Y me pregunto si no es hora de que los fundemos, de que en cada ciudad haya al menos un barrio Igualdad, porque si no lo hacemos, surgirán más barrios cerrados como el “Tres empanadas”, o construirán imponentes edificios supuestamente inteligentes que bien podría llamarse “Lo hice con mi plata”, o mucho peor aún se generalizarán los asentamientos “Desesperación” y otros muchos a los que prefiero no ponerles nombre, donde podrían terminar mudándose millones de argentinos. Tenemos que fundar los barrios Igualdad antes de que sea demasiado tarde para que cuando allí nos amuchemos, tengamos auténticas ganas de compartir una rica taza de mate cocido con tortas fritas entre todos.