Un movimiento sin líderes visibles, reactivo a los supremacistas blancos y anticapitalista recorre Estados Unidos. Desde que enfrentó a los racistas y neonazis en Charlottesville, Virginia, el 12 de agosto - cuando estos grupos marcharon por la ciudad y uno de ellos mató con su auto a una mujer e hirió a 19 personas más - el AntiFa despertó un debate en la sociedad sobre la legitimidad de sus métodos. Se hace llamar así por su apócope de antifascista. Sus militantes abrevan en distintas tradiciones de la izquierda. Desde el anarquismo al socialismo. Pero además pelean por un combo de causas como el respeto a la diversidad sexual y el ambientalismo. Creen en la violencia como fórmula para defenderse de la ultraderecha en las calles y eso los diferencia de las antiguas luchas por los derechos civiles. Se cubren el rostro con pasamontañas, usan palos y gas pimienta. Pero sobre todo, si tienen que molerse a piñas con seguidores del Ku Klux Klan lo hacen sin complejos.
La aparición del AntiFa para neutralizar algunas marchas o actos convocados por sectores racistas, abrió un debate en la izquierda estadounidense. El lingüista Noam Chomsky criticó al movimiento en The Washington Examiner, que tituló su entrevista: “El AntiFa es un gran regalo para la derecha”. Mark Bray, un joven historiador y ex vocero de los ocupas de Wall Street, publicó el libro AntiFa: el manual del antifascismo. Defiende al movimiento en sus páginas cuando dice que “después de Auschwitz y Treblinkalos antifascistas se comprometieron a luchar hasta la muerte contra los nazis organizados para decir cualquier cosa”. Por fuera de ese espacio donde hay interpretaciones diferentes, la líder del partido Demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, pidió que los arrestaran y encarcelaran. Le dijo al Denver Post que”muchos de ellos son socialistas, marxistas, anarquistas o lo que sea”.
Bray remonta los orígenes del AntiFa al advenimiento del fascismo y el nazismo en la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial. En su libro describe un episodio emblemático de la lucha contra esos totalitarismos: la batalla de Cable Street, en el multirracial barrio East End londinense. Ocurrió el 4 de octubre de 1936 y fue cuando una alianza espontánea de judíos, comunistas, estibadores irlandeses y futuros brigadistas de la guerra civil española detuvo una marcha de la Unión Británica de Fascistas de Oswald Mosley por el lugar. Lo hicieron con barricadas, piedras, palos, botellas y hasta cajones con frutas podridas. “No pasarán” gritaban y cumplieron su objetivo pese a la represión policial. Para el escritor, aquella defensa de las calles de Londres hace 81 años, es un símbolo de lo que se replica hoy en las de EE.UU.
Militantes del AntiFa que aceptaron hablar con la prensa de su país, creen que el ciudadano norteamericano “está empezando a entender que a los neonazis no les importa si eres tranquilo o pacífico”, como comentó Emily Rose Nauert. La joven de 20 años se hizo famosa muy a su pesar cuando un supremacista blanco le dio una trompada en la cara cerca de la Universidad de Berkeley, California, en abril. La agresión fue filmada y ella la enmarcó en “la guerra frontal” con los grupos de la ultraderecha. Otro joven que eligió ponerse el nombre de Frank Sabaté –por Quico Sabaté, un anarquista catalán que murió baleado por la policía franquista en 1960– declaró a The New York Times:”en Charlottesville no me avergüenza decir que no titubeamos en defenderos”. Aludía a los racistas que portaban palos, escudos y banderas confederadas.
Los antiFase hacen notar en Filadelfia, Pensilvania; Oakland y Berkeley en California y también en la región noroeste del Pacífico. Pero además se mueven por varias ciudades de Estados Unidos. Han ido a la asunción de Donald Trump en Washington, a Nueva Orleans y Portland, donde indistintamente se enfrentaron con supremacistas, xenófobos y partidarios del presidente.
Los militantes se sumergen en las páginas más reaccionarias del espacio virtual, donde obtienen la información suficiente para escrachar a los partidarios del odio racial. Lo hacen en algunos de sus sitios de Internet como www.itsgoingdown.org www.itsgoingdown.orgque crecieron mucho en la cantidad de seguidores.
“En Estados Unidos son grupos autónomos, horizontales, sin relaciones de jerarquía” comenta Bray que los conoce desde adentro. Tienen aliados como ciertas iglesias, el movimiento llamado Las vidas negras importan, que realiza campañas contra la violencia policial a la comunidad afroamericana y sectores estudiantiles en California. En el campus de la célebre Universidad de Berkeley hicieron destrozos en febrero. Los daños fueron valuados en 100 mil dólares, según el NY Times. También impidieron que diera una charla el bloguero Milo Yiannopoulos. Se trata de un provocador al que se lo devoró el personaje, que llama papi a Trump, es antiinmigrante, ataca al feminismo con dureza y esparce su homofobia en los medios.
Su perfil contestatario, reactivo a los grupos neonazis y el camino que eligió para combatirlos sin descartar la violencia, le valió al movimientoAntiFa una junta de 358.433firmas -hasta ayer- para que el gobierno lo considerara una organización terrorista. Dice el texto de la petición a la Casa Blanca: “Es hora de que el Pentágono sea consistente en sus acciones, y al igual que legítimamente declararon a ISIS como un grupo terrorista, deben declarar a AntiFa como un grupo terrorista, por motivos de principio, integridad, moralidad y seguridad”.Un desproporcionado paralelismo con la organización islámica que decapita personas o pone bombas en lugares públicos. Semejante al de Fox News, la conservadora cadena que los comparó con grupos supremacistas como el Ku Klux Klan, responsable de miles de asesinatos. En su defensa, James Anderson, editor del medio itsgoingdown que difunde sus actividades cuenta: “Estamos frente a un gigantesco punto de inflexión. Se trata de poder popular. Este es un movimiento abierto que busca integrar a una amplia variedad de personas”.