“El mundo necesita una gran medicina que lo vuelva bueno, generoso, alegre”, le hace decir al poeta Pardo, Eliécer Cárdenas en su novela Polvo y ceniza”.
Esa novela, en lo más alto de la narrativa ecuatoriana del siglo XX, empezó a ser escrita en 1976, cuando Cárdenas era un joven de 26 años, pero por la construcción de los personajes, los vuelos poéticos, la coherencia y solidez de la historia, a caballo entre ficción y realidad, desvela una madurez asombrosa en este escritor ecuatoriano fallecido a sus 70.
Polvo y ceniza es la recuperación del mítico personaje Naún Briones, el bandolero bueno que, en la década de los treinta del siglo pasado, robaba a los ricos gamonales, dueños de enormes haciendas serranas-andinas, para auxiliar a los pobres, a los que nada tenían para comer, a los maltratados y ofendidos del agro de Ecuador.
Para esos años Ecuador ya había iniciado su precaria inserción en el capitalismo. La plantación cacaotera de la Costa, del siglo XIX, se había impuesto a la hacienda serrana. Tuvimos para eso un proceso revolucionario cruento, la revolución liberal que dio paso a formas capitalistas, como el salario, ante formas casi feudales de la hacienda que, al entregar un pedazo pequeño de tierra, huasipungo, con la que el peón y su familia debía procurarse lo mínimo para sobrevivir, hacía que éste regalara casi totalmente su fuerza de trabajo al propietario.
Naún Briones cabalgaba en su corcel blanco, revolver al cinto, puntería precisa aprendida de otros bandoleros. Briones terminó perseguido incansablemente por la milicia, pero marcó una época. Queda su leyenda que hace que enfrentemos el desprecio que desde ya las élites sentían por el indio, el cholo, el pobre, todos en cierta forma bandoleros.
Desde esas épocas, que siempre lucirán eternas, lo establecido, medios, poder económico, militar, policial, más la subordinación a determinados países, han ido configurando, tempranamente, lo que se ha llamado hoy el bloque de poder, que ha terminado cooptando funciones del Estado que se suponían autónomas, garantía de equilibrios, justicia, independencia.
Esas elites, de aquí, de allá, pretenden engullirlo todo, han devenido muy obscenas, no cuidan ya forma alguna, sus modales son muy histriónicos; insultadores que desprecian al más débil.
Pretenden desbaratar al Estado, dejarnos solo con el polvo y la ceniza, mientras perros famélicos ladran allá lejos. Política sin democracia, vaciada, arrinconada, sostenida por rostros que conforme amasan poder, fortuna material, más parecen rostros del horror.
¿Cómo ha sido posible tanta anomalía? Que empiecen por responder los medios corporativos que llevan lustros persiguiendo, como si fueran bandoleros, a los políticos que soñaron, sueñan, con justicia social, redistribución, dignidad.
* Comunicador, cientista social y ex vicecanciller de Rafael Correa